viernes, 23 de junio de 2017

Eduardo Echeverría. El escultor en la tierra del fuego


La tierra del fuego

Habitante del mundo, inquieto, movilizador de montañas de hielo o de fuego Eduardo Echeverría esculpe acariciando desde el dolor, el desarraigo, la injusticia así como desde el sarcasmo, la ironía y el sexo, sobre todo el femenino.
Su tierra del fuego es un tranvía de deseos ocultos, solapados, avergonzados y sin desvirgar, lleno de frágiles partes de un cuerpo segmentado que busca reunirse en alguna utopía despedida al aire y donde nadie, absolutamente nadie, sabe por donde agarrar la mano del otro, algún acurrucamiento para hacer más dulce el momento, algo que sane de algún modo el hecho de que las separaciones son abandonos momentáneos y que aún así duelen.

Hay que irse de esta tierra para volver y desangrarse, luego despertar hacer como que los fantasmas existen, van de a pie y un artista los saluda y les rinde homenaje.
Eso es lo hace Echeverría; va y regresa, se abraza al madero noble de un pino, un roble, un eucaliptus incendiado y somete su dolor hasta convertirlo en un acto de fe, un cuerpo que se desdobla o se desnuda, un círculo de manos que no se tocan.
Algo que nos parece distante pero que sin embargo somos cada uno de nosotros en nuestra historia reciente.

La madera, la que brota de esta tierra y nos ve impávidos, insensibles e insolentes mientras prende el fuego que abraza. Entonces Eduardo Echeverría abre ventanas y puertas para cargarlas de poesías iracundas, de caricias perplejas pero amables, de sensualidades que sólo él y los nobles troncos son capaces de entenderse en fraterna comunión.







La mano graffitera

Viaja de mano en mano de boca en boca una mano cortada, un hombre de la tierra del fuego con sus brazos extendidos como queriendo abrazarnos desde el pasado selknam del sur lluvioso y húmedo, con una spray que rocía paredes, calles, hemisferios del mundo inacabables.
Una mano intrusa, juguetona y transversal entre meridianos y paralelos porque es parte de un mundo que debe decirse, que debe hablarse o comunicarse desde el símbolo extraviado del gesto, no desde la palabra; la pintura de paredes es lenguaje en si mismo, las paredes hablan con oportuno lenguaje para terremotear momentos y desplazar paradigmas estancos.
La mano graffitera es un viajante sin cuerpo, un poema del vacío y de una transparencia tan útil como urgente. Son miles y millones de graffiteros hablando de algo al unísono, no tienen patria, tienen mundo.

Y sin embargo la mano que vuela y navega sola en las paredes es parte de un cuerpo que puede ser besado hasta el cansancio, un cuerpo en forma de cruz pero sin ella es un símbolo de lucha, es un cuerpo que ha vencido sus cruces y merece ser iluminado por velitas que prenden los seres que han perdido a sus amores, sus historias llenas de deudos. El graffitero es un ícono popular y los observantes deben mirarlo hacia arriba pues es un cuerpo elevado que se puede tocar, ahí la muerte es una ilusión, una mentira, un engaño reconstruido por el amor a la vida.






El Chile sin chile

Chiles colgados, amarrados en un intento de hacer un leve desaire al aire.
Chile en un trozo de madera quemada encerrada en una urna de metal.
Analogías de un Chile que cuelga inerte del vacío hace ya un largo tiempo. Mientras en muchos países amerindios el chile es el nombre que nos transporta como el color, el calor, lo picante, la lengua hirviendo, esa cosita que hace que nos pongamos colorados como objeto metafórico de una identidad algo extraviada, hace ya un largo tiempo. De hecho, no se llama chile en Chile, se llama ají.

Eduardo Echeverría cuelga ese Chile y lo coloca boca abajo cuales peces muertos, nos hace mirar de frente o bien doblando el cuello o hacia, nos pone en la incomodidad de nosotros mismos y lo que hemos perdido o reemplazado mal por una muerte que camina lenta entre las llamas.
Esa picardía, ese rubor caliente, lo que yace y brota de la tierra de maneras diversas, multicolores se ha convertido en un producto que hay que medir fríamente sin la cualidad dionisíaca campesina para su consumo. El ají llamado chile es un fósil que aparece como un ahorcado sin remedio, haciendo el cuatro con el pie izquierdo detrás del derecho.



Es por esto que la propuesta de Echeverría se instala como un ir y venir conversado porque habla con un dolor lleno de verdades ocultadas sobre lo que hemos olvidado y se contesta en lo que debemos rescatarnos.
Nos pone de frente a una negación en la denominación de origen de lo que realmente somos, fuimos y seremos siempre; picantes, alegres, amigables, rápidos. Nos dice que Chile es un ají cuya memoria y saludable sabor han tambaleado solo por un tiempo, y que ya es hora de devolverlo a la nueva mesa para todos y todas.


Guillermo Grebe Larraín
Artista visual




jueves, 15 de junio de 2017

Fernanda Levine. El brillo de los pétalos propios


Las flores de Fernanda Levine flotan sobre las comunas de Santiago, dejan un raro color vivo y alegre esparcido en esos mapas fieles retratos de la segmentación urbana, fotografías de las distancias y las inequidades, grafismos de calles en mapudungún o quechua que cruzan avenidas como Vicuña Mackenna o Matta.

En fin, son como aviones detenidos aleteando pétalos, o pájaros de ninguna parte, algo conmovedor que subsiste fuera de la pérgola del Mapocho y se esparce como máquinas danzantes en tiempos en que las flores no son las flores sino más bien especies de antídotos decorativos de algo que nunca sabemos pero que cuadra como esperable.

¿Que son las flores?
¿Qué son en la pintura?
Siempre tan al alcance en cuanto a silvestres y tan apreciadas en cuanto a especies de invernadero. Así una orquídea es como una hija a la que hay que atender día y noche con temperaturas y cuidados especiales, así un dedal de oro nos sigue atentos mientras caminamos al borde de la montaña.

No son cualquier objeto, para nada lo son. Pintarlas tampoco.
Las flores cargan con símbolos asociables a sentimientos, sucesos, eventos que se relacionan con ciclos de la existencia humana:
Flores para el nacimiento de un hijo o hijas, Flores para el amor. Flores para despedir, para enterrar, para cerrar.

Fernanda lo tiene claro, sus flores son suyas, con brillo de pétalos propios. Deconstruye el objeto flor desde un pre impreso o un circuito que arma cuidadosamente como si estuviera jugando con soldaditos de un castillo armable. Plantitas de plástico, pequeñas cositas, ampliaciones gráficas tapadas por el acrílico, un nicho con figura geométrica, especie de cárcel pop graciosa e inquietante.   





Estas flores tienen un rol en el recorrido de la mirada, construyen un relato constante, claro, preciso y para nada gratuito y azaroso. Las flores de Fernanda dicen algo, más allá de estar pintadas con magnífica soltura y equilibrio.
Las flores cuentan un cuento en el espacio galería donde precisamente se permite hacerlo, aunque no todos lo saben.

Me refiero a su última muestra llamada El Jardín de al lado en la galería Madhaus. Un pequeño espacio muy bien armado donde recorrer flores pintadas se convierte en un sendero ecléctico algo frío y a la vez lleno de sonidos que emanan del color, de la mancha, del mapa puesto en frente de los ojos, de los objetos fetiche colocados con sumo cuidado en cajas con vidrio, como si Fernanda fuese una pergolera refinada que transforma el arreglo floral en un testimonio que recoge todas aquellas significaciones y que luego llegan en ramilletes tan bellos como punzantes, tan agradables como piezas únicas cargadas de preguntas, tan amables como hirientes.




Estas flores, esos pétalos que salen fuertes y armónicos de sus nichos negros que aprietan y buscan su propia luz, estas manchas reducidas a la forma que regala el gesto manual que hace reconocible el objeto flor encerrada, enclaustrada, marcando hitos de la gran urbe, definitivamente no son flores comunes, finalmente son pasos que recorren lugares sellando las cargas simbólicas de una aparente festividad estival, de una manera lúcida y crítica que se mueve con hábil gracia entre el gusto que determina ese aire tan tenso entre lo decorativo y lo clásico.

No hay nada más mágico que encontrar la trampa que nos pone el artista cuando miramos su obra. Cuando nos dice que lo que vemos no es lo que creemos.
Que las flores no son las flores.
Que son sólo pétalos que han caído de las manos de Fernanda Levine como migas de pan que nos ha dejado para no olvidar el retorno a casa, a lo acostumbrado y que sin embargo olvidamos, dejamos de mirar, de oler, de escuchar.
  

Guillermo Grebe Larraín
Artista visual

sábado, 15 de abril de 2017

Theo Vogel: De la impermanencia hacia la luz de una resurrección


“Lo que espera al hombre que pierde su amor, cuando su mundo entero colapsa con la velocidad de la bala de 9 milímetros atravesando el bosque de pinos, atrás, no es previsible. A pesar de los años de preparación, de la comprensión y el respeto total entre los dos, uno no sabe lo que va pasar después.
Allí estuve, aún de pie, loco de amor, frente a un abismo sin eco ni vida. Desbordaba de un amor que había crecido tanto que no sabía qué hacer con él.
Digamos que me volví loco, que exploté, que volaba como cometa.
Empecé a escribirle y a viajar.”

Theo Vogel
Fragmento de El Amor de Theo


El Amor de Theo y el gran viaje

Tal vez porque nos distingue el miedo a la desconocida muerte es que debemos vagar para entenderla entre luces y sombras, como lo hace la fotografía que separa en pequeñas partículas inanimadas el universo que creemos ha sido creado sólo para nosotros o para dos que han elegido amarse.
Tal vez porque despedir al ser que más amamos y empezar un peregrinaje por el mundo para tratar de entender, encontrar respuestas, sentir que esos pasos son registrados con una cámara de foto  y escritos desde el desgarro y el descubrimiento del infinito significarán un mensaje para los otros cuando en verdad lo que envuelve ese gesto es responderse uno mismo el estado de la pureza y nobleza del amor al otro como una aventura bendita que se trunca sin pedirnos permiso y el dolor que entra nos deja sin piernas, brazos, espaldas, pechos, alma.
Esa es una verdad occidental y es inevitable abstraerse de ella.

Asimismo hay también un sendero caminado por los seres de las sonrisas existenciales, aquellos que veneran la muerte como un estado de iluminación y de consagración de estado de purificación y perfección de toda una vida; los monjes budistas hablan de impermanencia, de que la vida es una preparación para llegar al estado de nirvana y que este transito hay que vivirlo con alegría.
Esa es una verdad oriental y es indispensable conocerla.


Theo Vogel, fotógrafo norteamericano vivió gran parte de su vida en Francia, los más felices acompañado de su mujer Sabine, su compañera que partió después de una triste enfermedad y se esparció por el cosmos como sucede cuando parten los amores eternos, esos que se pegan al corazón como arterias nuevas, esos que hacen que la vida se estremezca cada segundo cuando nos miramos y nos descubrimos en el otro como espejos nuestros. La muerte tiene eso de terrible, nos despoja de la maravilla, pero nos da un espacio vacío que es necesario explorar y descubrir en lugares desconocidos, amables, tiernos y nuevos.

Theo comenzó un proceso de encuentros con Sabine en esos lugares.
Se propone un tránsito necesario para caminar con ella aquellos lugares del deseo para dos, aquellos lugares del mundo donde podrían caber a la perfección para seguir fluyendo, latiendo, compartiendo y nutriéndose de la belleza de simplemente estar juntos.
Tailandia, Myanmar, Camboya, México, India, Bolivia, Chile, Perú, lugares místicos y otros donde la vida transcurre de manera distinta, nueva, fresca. Lugares para caminar con ella, hablarle al oído, decirle “mira amor lo que estamos viviendo juntos, esto lo estamos mirando los dos.”

Todo este andar es una resurrección luminosa, delicada y  amorosa, partes de un infinito destruido pero vivo y que Vogel registra en instantáneas que comprime en videos con textos y su propia voz para ser luego compartidos con quienes están lejos de el tránsito entre la impermanencia que olvidamos y la resurrección que necesitamos. Todo pasa por un ying y un yang fotográfico; la luz y la sombra de un caminar místico y solitario acompañado por el amor de su vida.
Hasta terminar en una serie llamada Lamentos e ilusiones, de amor y de paz  compuesta por 4 estaciones que registran este largo transitar:
Amor de Theo
Isla del sueño
Hotel Z
Costa brujas

Este es un ejercicio que pocos seres humanos hacen desde el SER pues no sabemos que somos hasta que tenemos la perdida, hasta que vemos el vacío de un precipicio inexorable. Hasta que no vemos el miedo a la soledad y podemos reaccionar construyendo lenguaje desde el arte, o más bien dicho desde ese vacío descubierto después de haber sido explorado.

Theo lo hace desde la fotografía, otros lo hacen desde la oración.
En este caso son ambos en un solo concierto unívoco, bello, de altísimo vuelo poético que se hace vida resurgida que se comparte de manera generosa, sencilla y amorosa.













Las imágenes de Theo Vogel no tienen color, están ausentes como la vida que hemos amado y lo que existe es la recreación de una realidad a partir de cero, del líquido inicial, del útero mismo del laboratorio análogo y el nitrato de plata.
Las tiras de prueba son los largos cabellos de la eterna amada, la selección de las mejores tomas es una cena romántica para dos. El resultado son fotografías que tienen 3 tonos: luz-sombra, blanco-negro y un velo fantástico o fantasmal de un gris velado sobre ellas.
No son fotos en blanco y negro finalmente, existen en ellas un componente que se atreve a superar la barrera ying yang, un tercer elemento velado, un nuevo protagonista de lo que podemos reconocer como un objeto o pieza monocromática; en estas imágenes hay una compañía externa entre lo que se define como instante, toma y proceso. Hay un velo delicadamente oscuro que connota un relato más allá de lo que estamos viendo.
Un paisaje, un árbol quemado, una delicada flor sobre un puente, un lago, un camino, un buddha, todos tienen algo en común, una mano que obtura junto a la de Theo, un o una ayudante, un espectro que mira con él compartiendo la decisión que fragmenta el todo y selecciona el objeto visual creando el silencio detenido y mágico que sólo la fotografía es capaz de lograr.


Lo que está frente a nuestros ojos es un peregrinaje largo y personal, de una intimidad que sobrecoge y anima a desentrañar los dolores para convertirlos en un ejemplo de la existencia desde el amor al prójimo, al compañero(a), al otro. Continuar el viaje con ese ser que amamos  y que nos amó., que dejó en nosotros un espacio fértil para continuar viviendo con otros seres y con ellos acogidos en una suerte de oráculo iniciador de nuevos conversadores al calor de la suavidad y la ternura.

Es un encuentro finalmente con la luz y que sin embargo no deja de lado ese velo oscuro entre la imagen y el espectador, porque ahí se precisa un lenguaje que diferencia una fotografía artística en blanco y negro de una imagen pausada de la existencia propia de quien decide que captar, ese ojo humano que cambia lágrimas por líquidos vitales congelando el aire en un silencio que está lleno de voces que hablan distintas lenguas, distintos sabores entre nuestro occidente rápido y sin memoria y un oriente que valora la vida y la muerte como una unidad espiritual y sanadora.  


La carga de un modo de mirar.
La obra de Theo Vogel

La obra de Theo Vogel es extensa y con una libertad creativa que refleja una inquietud por la existencia de la vida y la ocupación de esta en espacios íntimos casi invisibles. Parte de un plan que se establece en la experiencia de lo que está frente a su cámara.
Según Susan Sontag la fotografía es experiencia capturada, y la cámara es el arma ideal de la consciencia en su modalidad adquisitiva. 

Vogel nos prepara series como cuentos consciente de lo que desea decir. Sus imágenes son los relatos de una fracción de un segundo que sin embargo son capaces de generar una historia con un antes y un después abiertos a la interpretación de quien las observa. Las series Boilleurs de Cru, la Lucha Libre  y La Costa de los ancestros son un claro ejemplo de ello. Allí la fotografía no deja de mantener su razón de ser original pero propone oberturas de lectura dinámica al espectador; se ve lo que se ve, pero eso es parte de una aventura que vale la pena seguir como si estuviéramos frente a una película o una novela.











Hay aquí un peregrino que conmueve con su tránsito y su capacidad de transmitir esa experiencia capturada como esas partes del mundo donde podríamos existir junto con él, como su amada mujer o sus amores de siempre, sus amigos, sus testigos.
Theo Vogel ha creado un camino muy personal pero que tiene la nobleza y carga poética inconfundible para que todos lo sigamos en su peregrinar.

El mundo es pequeño y cabe en un agujero dicen por ahí.
En este caso Theo Vogel nos muestra que puede ser tan pequeño, íntimo, delicado y frágil que sería insoportable no vivirlo abrazado a todo lo que nos conmueve y lo que amamos.


Guillermo Grebe Larraín
El Artwriter




martes, 11 de abril de 2017

Waldo Gómez. Ojo privado para La comedia del arte


La comedia del arte o la Comedia Dell ‘Arte??

Conocí a Waldo en tiempos de Universidad, años 80s, La Chile. Nos reunían muchos sueños y visiones en común, tal vez lo que más recuerdo era ese espacio que construíamos en nuestros encuentros para dejar entrar a la grande belleza entre ambos, esa pasión por lo apolíneo, por el sentido que hay detrás de la técnica, la academia, la formación del estudiante del arte, la situación política y la historia de Chile, la ciudad, la transvanguardia, el territorio y la periferia cultural. Todos temas que eran urgentes en la formación de un artista en aquellos tiempos.
La Universidad de Chile nos marcó a fuego, pero sobre todo Díaz y Couve, nuestros maestros guía.

Couve sobre todo en cuanto a la base espiritual de época; Couve y su Comedia del arte.
Publicada en 1995, La comedia del arte es considerada por la crítica especializada como una de las novelas relevantes de la producción literaria de Adolfo Couve.
La historia está basada en la relación amorosa de una extravagante pareja formada por Camondo, un pintor realista, y Marieta, su modelo y enamorada. Sin embargo, la óptica desde la que se narran los sucesos de la trama, está teñida de un tono irónico, absurdo y paródico, puesto que los protagonistas son sombras de un tiempo pasado, de un tiempo que fue prometedor y que sólo los ha dejado con recuerdos. De esta manera, Adolfo Couve se sumerge en la problemática humana de los artistas venidos a menos, explorando lo decadente y patético, al mismo tiempo que la voz del narrador -en tercera persona- abre un mundo que refleja el universo estético de Adolfo Couve.

Algo tramaba Couve con todo esto, una evidente tensión desde el pasado al presente nos sigue hasta ahora como guaripola fundamental, como una alerta consciente de lo que significaba hacer arte en estas tierras del sur del mundo desapareciendo bajo un mal llamado país en vías de desarrollo .
Creo que en ese pequeño gesto literario y magnífica obra maestra de la literatura chilena contemporánea  se esconde la verdadera vanguardia del arte chileno de los últimos años incluidos los de la dictadura y los que vendrán después.

En aquella obra podemos ver-nos, aprendices de la transcultura, patéticos, despojados de toda identidad ya que todo era marchito y despoblado, la relación con la belleza y la identidad cultural comenzarían su desmantelamiento y así la noción de territorio iba a dar pie a un nuevo orden en las ciudades y en ellas comenzarían a dar sus primeros pasos los bebés de la era de lo vacuo. Inicios de un sistema que se mantendría hasta el día de hoy en Chile, el experimento exitoso de los niñitos de Chicago muy peinaditos al lado del general.

Por otro lado Waldo Gómez vivió algunos años de su juventud en Italia. Esa experiencia de artista joven en el país de la sensual Belleza, la gran cultura, el imperio y la carga del idioma de Dante lo acercan a otra forma a la homónima novela de Couve,; La Commedia Dell ‘Arte. Una tendencia del teatro muy llamativa y exitosa durante los siglos XVI y XVII.
La Commedia Dell’ arte busca provocar la risa del público mediante un enredo amoroso y ciertas dosis de sátira social y política. Se suele decir que el rasgo más significativo de estas representaciones es la inexistencia de diálogos escritos; sin embargo los actores de la "commedia Dell ‘arte" improvisaban sobre esquemas o argumentos predeterminados pero los personajes son siempre los mismos, tal como las obras de Gómez los elementos se repiten: tubos, palmeras, muros, paños, estatuas. Etc. Una forma de hacer polisemia con elementos que se repiten y al repetirse van perdiendo sentido al mismo tiempo.
Ooops, en que trampa estamos no? No es otro metalenguaje más para justificar la obra, finalmente? Esconderse en un discurso, encerrarse en él y defenderse desde ahí?
No. A mi parecer no.
Aquí Gómez propone su Private Eye, su voyerista lanzado, crítico, sarcástico, mordaz..
Sucede que así trabaja un artista, este es el significado real de su aporte a la humanidad. No sólo el objeto físico es lo que vemos cuando vemos una obra de arte. Lo que vemos es un resultado de una lectura del espíritu del mundo.

La obra de Gómez toma un camino que a mi me parecer refleja con brillantez esa amalgama necesaria que identifica a todo gran artista: su biografía, su entorno directo y una profunda interpretación que luego se convierte en autoría propia de un espíritu de época (zeitgeist).
Gómez conjuga bajo La comedia del arte los rasgos de la inquietud creativa tensionados entre sobrevivencia, identidad y entrega descarnada de la verdad sistémica de la existencia humana. De ese modo se entiende que por un lado ser artista en Chile es una desaparición de la dignidad humana que llega a doler  y por otro, ser el bufón de una corte dominante inculta, calculista, neo liberal y corto plazista, que lucha por sobrevivir en el territorio eriazo de una cultura extraviada en el tiempo y engullida por los buitres del mercado.


El ojo privado de Waldo Gómez

Curioso este Waldo Gómez y su ojo privado pues en parte construye su imaginario a partir de una marca que hace referencias de las carencias simbólicas y políticas de lo público extraviado de Chile y quienes habitamos en él.
Curioso porque su obra nace de una mirada detectivesca por un lado, de voyeur punzante y  de elegante  poeta sarcástico por otro, y propone una tensión en una resistencia inédita entre los términos “privado” y “público” dejando solo lo público sostenido por su inexistencia absoluta para que pueda ser recreado o reconstruido desde su carencia en el propio espectador en tiempos y tierras de privatizaciones.

Construye una marca –El Ojo Privado de Waldo Gómez- en primera persona y la deja caer en el territorio nacional con una propuesta que es objeto, lírica y curatoría a la vez.

Las pinturas de Waldo Gómez con sus figuras en el paisaje europeo son los deseos cumplidos de quien ha logrado tocar la belleza con sus manos y ojos, a diferencia de quienes las han aprendido en slides o reproducciones mal impresas en las escuelas de Arte en Chile, los frustrados y sufridos sudacas del arte.  Ahí confluyen los géneros del clasicismo formal académico de la enseñanza de la pintura como fantasmas agónicos pero dignos en el espacio claro y armónico de las academias en una noche que se avecina sin muchas lunas.






Tan oscuras pinturas como la tristeza que nos funda como aprendices y luego como profesionales del arte. Hay un velo poético de belleza sublime en el relato de todos estos elementos dispuestos de manera matemática, de composición perfecta en un país inventado donde los artistas vagan en el reencuentro remoto de una belleza que les ha sido arrancada de sus almas.
Con Gómez aprendemos que lejos del alma que da sentido al neoclasicismo, el barroco, y el surrealismo principalmente de De Chirico como formas visuales reconocibles hay un deseo inevitable de estar ahí para escaparnos del desencanto.
Entonces no nos queda más que ser eternos aprendices que quedan en las mejores manos para poder seguir creando.


Del collage y las letras

Por otro lado la letra, el texto. La poesía en el país de las letras muertas y las ausencias de la comprensión de lenguaje. Una vez más las huellas de la pre existencia, de la iconografía, del registro previo a la obra. Los collages escritos de Gómez son elocuentes espejos visuales que tensionan el paisaje de una memoria extraviada y a su vez forman un librito delator de la enseñanza del arte en Chile y de la realidad infortunada de sus aprendices.

Lugares comunes, textos privados y poco comunes, desprovistos de la métrica clásica de la poesía pero capaces de atravesar con magnífica precisión lo que la vista tiene como evidencia ante sí. Las formas no son al azar, tienen en si mismo una carga poética poderosa, lo que hacen los textos es sostener de manera evidente la carencia de lo aprendido, de una cultura popular desdeñada y dejada a un lado. Todo esto conforma un solo cuerpo asemejando un palimpsesto donde hay que hurgar con precisión la delicadeza de mirar y comprender lo que se sabe pero no se cuenta.








“Los mejores pintores de Chile están muertos en vida. Pintan telas y las dejan vueltas para la pared…” reza un extracto de una de estas piezas editoriales únicas, una pieza que es solo texto manuscrito con gouache y que son parte de su serie La comedia del arte. No deja de enfrentar la realidad descarnada de la supervivencia de quien crea y se pregunta para qué? Porqué? Busca el sentido del arte en el anti paraíso de una manera desgarradora y honesta pero con una finísima composición gráfica como diciéndonos que si hay un porqué, lo que deja abierto siempre, como buen voyerista, pillo, sagaz es ese para qué?
Para qué hacer arte en Chile?
Para qué estudiarlo?
Quien te lee, quien te ve?
Es acaso todo esto la tautología eterna

No son preguntas tímidas y sueltas al viento.
Son la verdadera tensión del arte para los artistas.
Ni más, ni menos.
El Ojo privado del Gómez nos está espiando desde sus obras, nos interpela, nos sacude de manera orgánica y feroz.

Eso lo hace un indispensable absoluto.



Guillermo Grebe Larraín
elartwriter   

domingo, 9 de abril de 2017

El tranvía de los silenciosos sur-realistas. Un acercamiento necesario a Alcota, Alfaro, Huerta, Muñoz y Mancilla


La siguiente es una historia de amables silencios mecánicos y de tímidos e invisibles artistas que emocionan y a la vez acusan el vértigo de la ignorancia de nosotros como espectadores.
Imaginemos un gran tren que viaja a gran velocidad por un tranvía en las tierras de la nada, tierras del sur del mundo donde viajan 5 artistas, cada uno en su vagón cerrado y sin ventanas. Cada cual en su mundo privado, entubados en la máquina y con una conexión única y lineal; las puertas que son las entradas y salidas de cada uno de esos vagones las cuales son usadas sólo de vez en cuando por los 5 artistas para descansar compartiendo una conversación descansada al calor de sus trabajos.
Ahí se acurrucan amorosamente, brindan, se tocan las espaldas en señal de aprobación y admiración mutua, se ríen, hablan de fútbol, de poesía y claro como no, del como es este sur real poético impensado que los lleva a una velocidad que se ve desde afuera y a la que ellos no les toca en lo más mínimo.
Porque adentro todo es calma, trabajo, poesía, artesanías y manualidades incomprendidas por el moderno viaje; todo está en un ritmo ajeno al que los rodea, solo ahí encuentran los objetos invisibles que luego recrean en sus obras.

Ahí habitan y trabajan en el laboratorio más amable e incomprendido del sur de todos los sures-reales e irreales imposibles, que por esas cosas de la alquimia popular provocan la germinación silenciosa de unas bellezas raras que se pierden de repente hasta que reaparecen y llegan a los ojos de algunos que gozan de muchísima suerte al encontrarlas.
Esas bellezas que han dejado de mirarse en las salas de exposición de Chile, en los museos, en las ferias del arte cargadas de champañas y estilos con ropajes raros que mascullan opiniones que caen bien al establishment; que suenan lindo y se aprueban como las “tendencias y vanguardias que valen la pena mirar”.

No, estos 5 andan en su tren, en el tranvía de los silenciosos sur-realistas, fuera de todo, en un descampado y desierto florido que espera pacientemente que caiga la lluvia. Las flores de un país seco, apático y nublado que solo atina a decirse al oído lo que desea escuchar. 

Afuera las ciudades pierden la luz, son embargadas por el consumo y el ruido sonso y vacuo de las nuevas plazas de cemento y las liquidaciones de turno. Han perdido sus bienes naturales que han sido la base fundacional de Chile; la creatividad, la pillería, el lenguaje bizarro, el chiste rápido e ingenioso, su buena chuchadita en la micro, su arrabal con caña porque casi todas esas cosas han quedado en el museo de un mediático  y aceptado guachaca pero lejos muy lejos de un tren que viaja hermético en el silencio.

Los 5 artistas lo saben, lo viven día a día, lo miran. Pero han abrazado ese silencioso viaje, ese tranvía sin espejos porque han decidido crear desde la nobleza y la propia dignidad de una humidad sensible para seguir contando sus mundos a quienes deseen mirarlos.

Hablo de y por Aldo Alcota, Miguel Ángel Huerta, Iñaki Muñoz, Jaime Alfaro y Sergio Mansilla. Los tímidos tripulantes de un tren que lleva 5 pasajeros con las voces del silencio pero con una maravillosa carga de imaginación inédita y desconocida  por muchos en Chile y que sin embargo sus obras son altamente valorados en el extranjero -nada nuevo bajo en el país de los ciegos donde muchos artistas deben salir para vivir y los que no tienen la oportunidad de hacerlo al menos lo han hecho sus obras.

Aldo Alcota, nacido en 1976, Es un poeta y artista visual que ha vivido entre Chile y España. Ha mostrado su arte en Chile, España, Portugal, EEUU. Miembro del grupo surrealista Derrame y gestor cultural titulado de la Universidad politécnica de Valencia. 

Obras de Aldo Alcota






 

Jaime Alfaro es un artista visual y dibujante chileno, nacido en Coquimbo en 1971. Licenciado en Educación en Artes Plásticas, mención en Arte Aplicado en la Universidad de la Serena ha participado en diversos talleres de especialización impartidos por los profesores polacos: Lech Majewski, Mieczyslaw Gorowski, Mieczyslaw Wassilewski.

Obras de Jaime Alfaro





 

Miguel Ángel Huerta, Artista chileno radicado en Til-Til realiza estudios en la Escuela Experimental Artística y en Instituto de Arte Contemporáneo.
su obra esta enmarcada en lo que ha llamado la quinta mirada el cruce entre la tradición académica europea y la ritualidad de nuestro continente
su obra se encuentra en colecciones en Estados Unidos, Europa y Chile
aparece en distintas publicaciones en Holanda, España ,Inglaterra e Italia
ha expuesto en Chile y en el extranjero.

Obras de Miguel Angel Huerta






 

Iñaki Muñoz, es artista visual y sonoro, nacido en 1980 y es egresado de la Escuela de diseño gráfico de ARCIS. con una vasta trayectoria nacional e internacional ha mostrado sus trabajos en Italia, Noruega, EEUU, Alemania, España, Canadá y Chile.
Ha obtenido premios y becas en el extranjero y sus obras se encuentran en colecciones importantes como la del museo de Eugenio Granell en España.

Obras de Iñaki Muñoz











Sergio Mansilla nacido en Santiago de Chile, en el año 1963. Se define como un artista autodidacta aun cuando hizo sus estudios secundarios en el
Liceo Experimental Artístico y fue discípulo del destacado escultor nacional, Lautaro Labbé, de quien aprendió acerca del uso de materiales en la creación artística.

Obras de Sergio Mansilla



 








No son casualidades estas historias; en Chile nadie sabe quienes son los artistas plásticos, nadie se imagina las vidas que llevan, que hacen, como hacen para sobrevivir. Los pintores, dibujantes, escultores, grabadores no son objeto de rating.
Son más bien conocidos por las elites, los que llegan a ser conocidos, meritoriamente o no, construyen un cerco relacional pequeño, íntimo, entretenido, locuaz.
Se auto gestionan, se mueven, venden sus trabajos porque han entendido que la única manera de hacer su trabajo es alinearse con el modelo, aceptar las reglas del juego y navegar ahí. No es enjuiciable, es sistémico.

Sin embargo están otros y otras cuyas rebeldías a ese sistema me resultan interesantes y altamente atractivas, responden a un espíritu de época mirado al revés, desde la espalda, es como un soplo al oído que hace despertar y cambiar el rumbo de lo conocido, lineal y establecido. Son jinetes de un apocalipsis en tiempo real, brutal y frío que libran batallas en la utopía creando símbolos en un mundo carente de ellos.
Ahí está el valor del silencio, curioso esto; el arte es exposición, es social, y sin embargo también es una detención silenciosa del tiempo de mucho ruido y pocas nueces donde el mayor valor es precisamente encontrar esas nueces en un tranvía que recorre Chile a una velocidad que nadie ve.

Solo los que buscan, encuentran.
Hay que ir pues a ese tren mágico de estos 5 fantásticos y esperar la estación precisa y amable para un encuentro con lo nuevo, con lo noble, con lo bello…con lo nuestro.
Esas cosas que vienen tomadas de las manos de ellos.



Guillermo Grebe Larraín
elartwriter