jueves, 15 de junio de 2017

Fernanda Levine. El brillo de los pétalos propios


Las flores de Fernanda Levine flotan sobre las comunas de Santiago, dejan un raro color vivo y alegre esparcido en esos mapas fieles retratos de la segmentación urbana, fotografías de las distancias y las inequidades, grafismos de calles en mapudungún o quechua que cruzan avenidas como Vicuña Mackenna o Matta.

En fin, son como aviones detenidos aleteando pétalos, o pájaros de ninguna parte, algo conmovedor que subsiste fuera de la pérgola del Mapocho y se esparce como máquinas danzantes en tiempos en que las flores no son las flores sino más bien especies de antídotos decorativos de algo que nunca sabemos pero que cuadra como esperable.

¿Que son las flores?
¿Qué son en la pintura?
Siempre tan al alcance en cuanto a silvestres y tan apreciadas en cuanto a especies de invernadero. Así una orquídea es como una hija a la que hay que atender día y noche con temperaturas y cuidados especiales, así un dedal de oro nos sigue atentos mientras caminamos al borde de la montaña.

No son cualquier objeto, para nada lo son. Pintarlas tampoco.
Las flores cargan con símbolos asociables a sentimientos, sucesos, eventos que se relacionan con ciclos de la existencia humana:
Flores para el nacimiento de un hijo o hijas, Flores para el amor. Flores para despedir, para enterrar, para cerrar.

Fernanda lo tiene claro, sus flores son suyas, con brillo de pétalos propios. Deconstruye el objeto flor desde un pre impreso o un circuito que arma cuidadosamente como si estuviera jugando con soldaditos de un castillo armable. Plantitas de plástico, pequeñas cositas, ampliaciones gráficas tapadas por el acrílico, un nicho con figura geométrica, especie de cárcel pop graciosa e inquietante.   





Estas flores tienen un rol en el recorrido de la mirada, construyen un relato constante, claro, preciso y para nada gratuito y azaroso. Las flores de Fernanda dicen algo, más allá de estar pintadas con magnífica soltura y equilibrio.
Las flores cuentan un cuento en el espacio galería donde precisamente se permite hacerlo, aunque no todos lo saben.

Me refiero a su última muestra llamada El Jardín de al lado en la galería Madhaus. Un pequeño espacio muy bien armado donde recorrer flores pintadas se convierte en un sendero ecléctico algo frío y a la vez lleno de sonidos que emanan del color, de la mancha, del mapa puesto en frente de los ojos, de los objetos fetiche colocados con sumo cuidado en cajas con vidrio, como si Fernanda fuese una pergolera refinada que transforma el arreglo floral en un testimonio que recoge todas aquellas significaciones y que luego llegan en ramilletes tan bellos como punzantes, tan agradables como piezas únicas cargadas de preguntas, tan amables como hirientes.




Estas flores, esos pétalos que salen fuertes y armónicos de sus nichos negros que aprietan y buscan su propia luz, estas manchas reducidas a la forma que regala el gesto manual que hace reconocible el objeto flor encerrada, enclaustrada, marcando hitos de la gran urbe, definitivamente no son flores comunes, finalmente son pasos que recorren lugares sellando las cargas simbólicas de una aparente festividad estival, de una manera lúcida y crítica que se mueve con hábil gracia entre el gusto que determina ese aire tan tenso entre lo decorativo y lo clásico.

No hay nada más mágico que encontrar la trampa que nos pone el artista cuando miramos su obra. Cuando nos dice que lo que vemos no es lo que creemos.
Que las flores no son las flores.
Que son sólo pétalos que han caído de las manos de Fernanda Levine como migas de pan que nos ha dejado para no olvidar el retorno a casa, a lo acostumbrado y que sin embargo olvidamos, dejamos de mirar, de oler, de escuchar.
  

Guillermo Grebe Larraín
Artista visual

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