viernes, 18 de mayo de 2018

La gesta del pezón / las cargas simbólicas del despertar feminista


El alboroto y revuelo que causa ver mujeres en tetas protestando me cruza de manera inquietante pues la lectura que estoy viendo se hace desde lo apropiado o adecuado de su estrategia y acción táctica en la concreción de un logro donde todos los ciudadanos hoy estamos involucrados de manera explícita como invitados incluidos, activos y necesarios.
Inclusive los más machistas, aquellos brutos del bullying de patio de escuela están interpelados y no les queda más que abrir la boca como una cloaca pestilente que devela la naturalidad de sus pensamientos y acciones como una manera de defenderse de un acoso del cual no son merecedores puesto que son los guaripolas de el imaginario construido hace miles de años; ese que dice que la mujer es un humano de segunda categoría incapaz de liderar nada y menos de ser alguien con capacidad de revolucionarlo todo.
Equivocación absoluta pero instalada desde los tiempos de la revolución agrícola hasta mediados del siglo 20 como una verdad que atraviesa de manera impune filosofías, religiones, logias e instituciones por siglos y siglos esculpiendo el patriarcado como un modelo sistémico natural y que hoy se empieza a caer a pedazos cual estatua totémica tan omnipresente como caduca y carente de sentido.



Es en esta última acción – la que interpela a los machos - donde una acción guerrillera del feminismo puede encontrar eco, aunque me temo que de bajo volumen por ser más efectista que efectiva y por ser excluyente y propietaria de la mujer el uso y la repetición del símbolo, que aún con matices que pueden dar para análisis, no hay nada de nuevo con protestar en tetas, pero sí lo hay cuando ese gesto se acompaña con pasamontañas.

La exposición del cuerpo desnudo en la vía pública en una jornada de protesta feminista se debe observar desde ángulos frescos más que desde los que acusan el hecho como inadecuado y débil tácticamente, me incluyo.
Muy por lo contrario; está muy lejos de ser torpe porque antes de quedarnos en un análisis crítico formal que busca mejorar y hacer más extensiva e inclusiva la lucha feminista por una justa equidad en derechos con sus pares hombres, lo que vemos en esta acción es el dominio y control del propio cuerpo de cara al espacio que históricamente habitan las mujeres y los hombres cual selva donde estos últimos dominan como los más salvajes y poderosos depredadores.
El espacio de la calle es un terreno constitutivo de la guerra entre el domino del acosador que viola el cuerpo femenino usando el lenguaje grosero, la vista lasciva en los casos denominados como “pequeñas humillaciones” por un muy desafortunado y torpe ministro hace unos pocos días, y el pene cuando la cosa pasó a la violencia bruta.

El abuso, acoso y violencia que la mujer sufre todos los días sucede por el solo hecho de poseer un cuerpo de mujer.

Lo que entiende la mujer como violencia lo determina ella pues lo sufre; sentirse mirada por partes, desnudada, sentirse tocada, manoseada, sentirse violada, sentirse un sujeto-objeto, sentirse de menor valor, sentirse relegada es algo heredado por siglos y no lo determina el hombre por más que se haya naturalizado culturalmente.

Si la reacción a todo esto toma formas violentas, se entiende desde ahí, desde la experiencia heredada y no desde la estructura del movimiento feminista que se forja a fines de los 50 poniendo su énfasis en la igualdad de derechos civiles y de dominio y control del cuerpo en cuanto a la decisión de reproducción entre otros de importancia social y política.
Lo que pasa hoy con las mujeres puede naturalmente tomar forma de guerrilla y no sería raro (a mi parecer sería torpe, pero lo que yo piense carece de relevancia, al cabo soy hombre al final del día).
Es una explosión decantada y esperable que no desea caer simpática a nadie.
De hecho, eso es lo que hay que cuidar porque ese ítem de matinal y noticia simpaticona la pone el poder del lenguaje, y ese siempre es machista.



Los pechos de la libertad y las vaginas punk:
Lugares comunes que arden entre Delacroix y las Pussy Riot

Las tetas no son el problema, es el cuerpo segmentado al ojo masculino convertido en hechos de la causa que movilizan la mass media y motivan más de algún comentario de conventillo destemplado, pendejo y burdo más preocupado de un buen cutis que de la carga simbólica escondida tras ellas.

Se ha hecho una relación bastante ramplona entre las tetas de la Madeleine de Eugene Delacroix (la libertad guiando al pueblo, 1830) y las de las universitarias chilenas, una comparación que me parece maravillosamente fortuita más porque me parece muy relevante sacar el arte del polvo del museo y la academia para explicar un fenómeno actual.
 
Entre esta magnífica obra y los sucesos de revolución feminista que estamos viendo existen no solo dos siglos de distancia, existen también muchas revoluciones que cambiaron el curso de las cosas y estilos de vida, pero siempre manteniendo el estatus quo del patriarcado como el sistema base de convivencia cultural. Esto implica que ninguna revolución en la historia de la humanidad ha sido tan poderosa como esta que estamos empezando a experimentar hoy. Ninguna.



No sé si las estudiantes están conectadas con la Madeleine de Delacroix  pero de algo que si estoy seguro es que de alguna manera las similitudes están inspiradas por un espíritu de superación del caos y guiar el cambio. Ese es el cuadro en lo formal; una alegoría romántica post revolucionaria y con varios guiños bastante conservadores, como por ejemplo la presencia a la derecha del burgués intelectual fusil en mano y a la izquierda el joven carne de cañón miembro del populacho, pero por sobre todo la ausencia del pezón en la que lidera y guía.
La mujer está a cara descubierta, tiene un cuerpo más bien masculino; es un hombre con cara delicada y con tetas sin pezones. Se parece más bien a una estatua. De hecho, es una estatua pintada al óleo. Todo el cuadro es una estatua.

Nuestras jóvenes con sus torsos desnudos y cubiertas de cintura hacia abajo pueden recordar a Madeleine, pero hay algunas diferencias no menores: se mueven de lado a lado, vociferan una consigna, son un grupo de mujeres, no hay hombres en la escena, no hay intelectuales a sus lados, no dan paso a los carne de cañón, son ellas de frente aguerridas en actitud militante.

La Madeleine observa su entorno y su rostro de perfil en actitud entre desolación y esperanza, las universitarias, en cambio, con sus rostros encapuchados color burdeos miran de frente las cámaras y celulares que las registran.
Y saben que, en todas las imágenes propagadas por la tele y los celulares, millones de personas, hombres y mujeres les verán los pezones. Sus rostros no importan.




Tal vez se pueda encontrar alguna semejanza con las Pussy Riot, las vaginas amotinadas o coños revoltosos que hace unos años atrás desordenaron el establishment machista puritano y político ruso dejando al descubierto el abuso de poder y el cinismo social que habita en las elites del gran país de los hielos rojos.
Las coño revoltosas fueron sometidas y mostradas como unas niñitas mal criadas con pataletas y su caso fue manejado por los medios de tal manera que el día de hoy sus demandas y acciones sólo son una anécdota que metió ruido por un momento. Se les quedó abierta la ventana y salieron las aves de sus jaulas, hasta que las atraparon y enjaularon de nuevo.

Si se analiza desde la obra de arte y las lecturas políticas más la carga simbólica de las protestas feministas, no existe absolutamente ninguna igualdad entre la libertad guiando el pueblo y las jóvenes feministas chilenas así mismo tampoco hay una similitud por más cercana que sea con las acciones de las Pussy Riot.
Lo que hay es un relato que intenta explicar un símbolo nuevo y recargado y del cual sólo queda esperar se vaya reconstruyendo o mutando en la dinámica globalizada de los tiempos que corren.
   
  
Después de todo pechos libertarios, vaginas revoltosas y militancias guerrilleras hay un botón que siembra el pánico siempre y que es un pequeño y poderoso entrometido en la boca de los hombres; el pezón femenino.
El mismo pezón que alimenta, también erotiza. Esta parte del cuerpo de la mujer tan redondo como un multi círculo es el climax escondido, la parte prohibida tapada por paños y telas en las pinturas religiosas, borrados en pinturas románticas como al del maestro Delacroix, escondidos y apretados bajo un sostén que sólo deja vía libre un escote para dar un breve espacio a el único poder femenino aceptado por el hombre; el de erotizar.
Pero unos pezones revoloteando en el espacio público sin rostro puede llegar a ser el símbolo más feroz y poderoso del que una revolución tenga memoria.

Finalmente, y según mi parecer es más poderoso el pezón que apunta erguido y desnudo mirando la historia que determina la lucha feminista.
No es algo menor y su irrupción puede incomodar porque es bastante absurdo e ilógico que un ser humano subyugue al otro sólo por tener una puta letra diferente en su composición genética y que crea que por eso se determine una diferencia que valide siglos de humillación.


Guillermo Grebe
elartwriter