El alboroto y
revuelo que causa ver mujeres en tetas protestando me cruza de manera
inquietante pues la lectura que estoy viendo se hace desde lo apropiado o
adecuado de su estrategia y acción táctica en la concreción de un logro donde
todos los ciudadanos hoy estamos involucrados de manera explícita como invitados
incluidos, activos y necesarios.
Inclusive los más
machistas, aquellos brutos del bullying de patio de escuela están interpelados
y no les queda más que abrir la boca como una cloaca pestilente que devela la
naturalidad de sus pensamientos y acciones como una manera de defenderse de un
acoso del cual no son merecedores puesto que son los guaripolas de el
imaginario construido hace miles de años; ese que dice que la mujer es un
humano de segunda categoría incapaz de liderar nada y menos de ser alguien con
capacidad de revolucionarlo todo.
Equivocación
absoluta pero instalada desde los tiempos de la revolución agrícola hasta
mediados del siglo 20 como una verdad que atraviesa de manera impune filosofías,
religiones, logias e instituciones por siglos y siglos esculpiendo el patriarcado
como un modelo sistémico natural y que hoy se empieza a caer a pedazos cual
estatua totémica tan omnipresente como caduca y carente de sentido.
Es en esta última
acción – la que interpela a los machos - donde una acción guerrillera del
feminismo puede encontrar eco, aunque me temo que de bajo volumen por ser más
efectista que efectiva y por ser excluyente y propietaria de la mujer el uso y la
repetición del símbolo, que aún con matices que pueden dar para análisis, no
hay nada de nuevo con protestar en tetas, pero sí lo hay cuando ese gesto se
acompaña con pasamontañas.
La exposición del
cuerpo desnudo en la vía pública en una jornada de protesta feminista se debe
observar desde ángulos frescos más que desde los que acusan el hecho como
inadecuado y débil tácticamente, me incluyo.
Muy por lo
contrario; está muy lejos de ser torpe porque antes de quedarnos en un análisis
crítico formal que busca mejorar y hacer más extensiva e inclusiva la lucha
feminista por una justa equidad en derechos con sus pares hombres, lo que vemos
en esta acción es el dominio y control del propio cuerpo de cara al espacio que
históricamente habitan las mujeres y los hombres cual selva donde estos últimos
dominan como los más salvajes y poderosos depredadores.
El espacio de la
calle es un terreno constitutivo de la guerra entre el domino del acosador que
viola el cuerpo femenino usando el lenguaje grosero, la vista lasciva en los
casos denominados como “pequeñas humillaciones” por un muy desafortunado y
torpe ministro hace unos pocos días, y el pene cuando la cosa pasó a la violencia
bruta.
El abuso, acoso y
violencia que la mujer sufre todos los días sucede por el solo hecho de poseer
un cuerpo de mujer.
Lo que entiende
la mujer como violencia lo determina ella pues lo sufre; sentirse mirada por
partes, desnudada, sentirse tocada, manoseada, sentirse violada, sentirse un
sujeto-objeto, sentirse de menor valor, sentirse relegada es algo heredado por
siglos y no lo determina el hombre por más que se haya naturalizado
culturalmente.
Si la reacción a
todo esto toma formas violentas, se entiende desde ahí, desde la experiencia
heredada y no desde la estructura del movimiento feminista que se forja a fines
de los 50 poniendo su énfasis en la igualdad de derechos civiles y de dominio y
control del cuerpo en cuanto a la decisión de reproducción entre otros de
importancia social y política.
Lo que pasa hoy
con las mujeres puede naturalmente tomar forma de guerrilla y no sería raro (a
mi parecer sería torpe, pero lo que yo piense carece de relevancia, al cabo soy
hombre al final del día).
Es una explosión
decantada y esperable que no desea caer simpática a nadie.
De hecho, eso es lo
que hay que cuidar porque ese ítem de matinal y noticia simpaticona la pone el
poder del lenguaje, y ese siempre es machista.
Los pechos de la libertad y las vaginas punk:
Lugares comunes que arden entre Delacroix y las
Pussy Riot
Las tetas no son
el problema, es el cuerpo segmentado al ojo masculino convertido en hechos de
la causa que movilizan la mass media y motivan más de algún comentario de
conventillo destemplado, pendejo y burdo más preocupado de un buen cutis que de
la carga simbólica escondida tras ellas.
Se ha hecho una
relación bastante ramplona entre las tetas de la Madeleine de Eugene Delacroix
(la libertad guiando al pueblo, 1830) y las de las universitarias chilenas, una
comparación que me parece maravillosamente fortuita más porque me parece muy
relevante sacar el arte del polvo del museo y la academia para explicar un fenómeno
actual.
Entre esta magnífica
obra y los sucesos de revolución feminista que estamos viendo existen no solo
dos siglos de distancia, existen también muchas revoluciones que cambiaron el
curso de las cosas y estilos de vida, pero siempre manteniendo el estatus quo
del patriarcado como el sistema base de convivencia cultural. Esto implica que
ninguna revolución en la historia de la humanidad ha sido tan poderosa como
esta que estamos empezando a experimentar hoy. Ninguna.
No sé si las
estudiantes están conectadas con la Madeleine de Delacroix pero de algo que si estoy seguro es que de
alguna manera las similitudes están inspiradas por un espíritu de superación
del caos y guiar el cambio. Ese es el cuadro en lo formal; una alegoría romántica
post revolucionaria y con varios guiños bastante conservadores, como por
ejemplo la presencia a la derecha del burgués intelectual fusil en mano y a la
izquierda el joven carne de cañón miembro del populacho, pero por sobre todo la
ausencia del pezón en la que lidera y guía.
La mujer está a
cara descubierta, tiene un cuerpo más bien masculino; es un hombre con cara
delicada y con tetas sin pezones. Se parece más bien a una estatua. De hecho,
es una estatua pintada al óleo. Todo el cuadro es una estatua.
Nuestras jóvenes con
sus torsos desnudos y cubiertas de cintura hacia abajo pueden recordar a Madeleine,
pero hay algunas diferencias no menores: se mueven de lado a lado, vociferan
una consigna, son un grupo de mujeres, no hay hombres en la escena, no hay
intelectuales a sus lados, no dan paso a los carne de cañón, son ellas de
frente aguerridas en actitud militante.
La Madeleine observa
su entorno y su rostro de perfil en actitud entre desolación y esperanza, las
universitarias, en cambio, con sus rostros encapuchados color burdeos miran de
frente las cámaras y celulares que las registran.
Y saben que, en
todas las imágenes propagadas por la tele y los celulares, millones de
personas, hombres y mujeres les verán los pezones. Sus rostros no importan.
Tal vez se pueda
encontrar alguna semejanza con las Pussy Riot, las vaginas amotinadas o coños
revoltosos que hace unos años atrás desordenaron el establishment machista puritano
y político ruso dejando al descubierto el abuso de poder y el cinismo social
que habita en las elites del gran país de los hielos rojos.
Las coño
revoltosas fueron sometidas y mostradas como unas niñitas mal criadas con
pataletas y su caso fue manejado por los medios de tal manera que el día de hoy
sus demandas y acciones sólo son una anécdota que metió ruido por un momento.
Se les quedó abierta la ventana y salieron las aves de sus jaulas, hasta que
las atraparon y enjaularon de nuevo.
Si se analiza
desde la obra de arte y las lecturas políticas más la carga simbólica de las
protestas feministas, no existe absolutamente ninguna igualdad entre la
libertad guiando el pueblo y las jóvenes feministas chilenas así mismo tampoco
hay una similitud por más cercana que sea con las acciones de las Pussy Riot.
Lo que hay es un relato
que intenta explicar un símbolo nuevo y recargado y del cual sólo queda esperar
se vaya reconstruyendo o mutando en la dinámica globalizada de los tiempos que
corren.
Después de todo
pechos libertarios, vaginas revoltosas y militancias guerrilleras hay un botón
que siembra el pánico siempre y que es un pequeño y poderoso entrometido en la
boca de los hombres; el pezón femenino.
El mismo pezón
que alimenta, también erotiza. Esta parte del cuerpo de la mujer tan redondo
como un multi círculo es el climax escondido, la parte prohibida tapada por
paños y telas en las pinturas religiosas, borrados en pinturas románticas como
al del maestro Delacroix, escondidos y apretados bajo un sostén que sólo deja vía
libre un escote para dar un breve espacio a el único poder femenino aceptado
por el hombre; el de erotizar.
Pero unos pezones
revoloteando en el espacio público sin rostro puede llegar a ser el símbolo más
feroz y poderoso del que una revolución tenga memoria.
Finalmente, y según
mi parecer es más poderoso el pezón que apunta erguido y desnudo mirando la
historia que determina la lucha feminista.
No es algo menor
y su irrupción puede incomodar porque es bastante absurdo e ilógico que un ser
humano subyugue al otro sólo por tener una puta letra diferente en su composición
genética y que crea que por eso se determine una diferencia que valide siglos
de humillación.
Guillermo Grebe
elartwriter