viernes, 7 de octubre de 2016

Cristián Oliva. El paisaje develado y crucificado de Chile


El acto de mirar es la manifestación de una lógica aprendida que tiene como base la postura del cuerpo. Erguído o acostado lo cierto es que lo que vemos se debe manifestar en la mente como algo frontal a nuestro cuerpo. Siempre el ojo busca la empatía visual con el objeto desde la comodidad de una postura corporal.
Sucede lo mismo en la pintura, lo que vemos está de frente a nuestros ojos mientras estamos erguidos o sentados siempre en posición vertical. Así se ponen los cuadros en los museos ¿o no?, si estás parado estás de frente, si te cansas y te sientas estás de frente y lo que ves está en tu línea de horizonte, sea la obra bi o tridimensional.
Mirar una obra de arte es un acto físico de una figura que está de frente a un objetivo que lo atrae y que lo cruza de manera vertical a travéz de la vista porque para poder entender la pintura o cualquier obra de arte la corporalidad es la manifestación de un acercamiento inicial amistoso a lo desconocido.
No es menor lo que pasa con el cuerpo porque es lo que traemos, lo interesante es como se va deconstruyendo después a partir de la develación de todos los componentes que forman parte del imaginario que propone el artista.

Pero la pintura está aquí precisamente para romper esquemas lógicos y físicos, para invitar a un vacío donde la geometría y la lógica se desordenan en una danza en espiral interpretada por quien asiste a ese baile y puede ser que ahí los que observan se pongan de acuerdo en que no entieden nada, lo que sí está claro es que en ese espiral y aparente caos lo que aparece es la viablidad nueva y poderosa del espacio propio y no visto de cada uno. Es un asunto individual y tremendamente poderoso.

El trabajo de Cristián Oliva es una aventura visual de apariencias cruzadas entre paralelos y meridianos pero con una cruz móvil que utilza cual remolino a su antojo. De pronto todo es lógico, estoy de frente a un paisaje, y luego Oliva gira su molinete y nos deja mirando hacia atrás, de costado, de frente, desde arriba y lo que entendíamos como un asunto lógico lo convierte en un asunto lírico de una enorme carga poética sobre el territorio, no solo el visual geográfico o el que describen las cartografías y aquí está lo bello y feroz del asunto.






Voy a ser arbitrario aunque eso implique las pifias del respetable público o del mismo Cristián. Me resulta muy atractivo citar a 3 maestros para tratar de hilvanar un relato sobre lo que entiendo es la intervención del territorio como objeto de pintura.
Para mí las claves de referencia de co-relato de la obra de Oliva se encuentran naturalmente en la producción del paisaje de los clásicos chilenos como Lira, Burchard y Gordon y entre las propuestas de postura social, política y muy personales que hacen sobre el paisaje un fenómeno de relevancia que va más allá de un acontecimiento que sucede en la naturaleza los maestros  Courbet, Bacon y Rothko.

Las experiencias en estos casos son disímiles pero no arbitrarias. Mientras los maestros chilenos se ubicaban en la cultura de la aceptación social y sus propuestas buscaban el lugar común aceptable desde lo que se denomina aquel lugar que vemos todos como frontis de un horizonte común, los otros tres interpretaban el paisaje a su antojo y con condimentos no tan amigables para su coetáneos.
Courbet pinta sus paisajes desde la oscuridad pues proviene de una zona de Francia donde la luz escasea y las lluvias son intensas, su experiencia lumínica es limitada y por tanto su producción contiene el elemento de la oscuridad y una paleta acorde a ello. El paisaje cuando es intervenido por personajes es también parte de lo mismo; un acontecimiento sucedido o por suceder sin mayores aspavientos pero siempre con un sentido de la ubicuidad y la lógica frontal. Courbet nos pone una realidad de frente siempre oscura, llena de detalles humanamente sombríos e irónicos como si tratara de explicar su contemporaneidad con un grito ahogado.

Bacon, ¿y que tiene que ver Bacon en todo esto?, su paisaje no es el paisaje  académico o lírico como el de Lira, Burchard, Cezanne o Courbet, para nada. Su paisaje es interior e involucra desde la carne y eso es tremendamente poderoso pues utiliza a quien observa como componedor integrado a lo que muestra. Que es el paisaje en la pintura si no existe la línea cortante y limitante de la obsesión de mirar? ¿Cómo nos hacemos parte de lo que vemos frente a nosotros si no somos capaces de involucrarnos desde la tragedia, el desgarro, el caos y el dolor. Pues bien, eso está de frente, tiene un horizonte vertical limitado en un formato que antes de ser intervenido era blanco. Bacon interviene nuestros paisajes internos como si fueramos cómplices de algo que dejamos de ver y ocultamos con verguenza. Eso también es parte de un territorio imaginario y retóricamente vinculante con la obra de Oliva.

Mark Rothko deconstruye la poesía de lo reconocible a la vista e invierte el paisaje de manera lineal. Su obra se sostiene desde el corte, la limitación sin apelaciones ni intermediarios, la división en dos desde una posición corporal espectante ante lo que nos rodea. La precisión con la realidad es algo inevitable en su obra puesto que parte de un génesis económico en medios, precario y exagerado. Nos pone de frente a un paisaje inicial y vírgen cual fueramos los primeros seres humanos habitando el planeta.

Oliva es a su amable Catapilco lo que Courbet es a Ornans su pueblo natal. Oliva es al desgarro y la exclusión lo que Bacon es a su infierno carnal y anti sociedad. Oliva es a su juego de cruces marcatorias lo que Rothko es a su riguroso y matérico corte divisional en un dos frontal.
Desde estos tres ángulos sumados a el acontecer del aprendizaje de arte en Chile y los maestros que se pueden encontrar en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago, la Escuela de Artes de la Universidad de Chile como sinónimo de lejanía de las grandes obras universales que sólo se ven en diapositivas, podemos comprender como se fragua su obra y su capacidad expresiva.

Las citas que hago mención no son azarosas ni arbitrarias. Tal vez lo hago porque hablar de neo expresionismo abstracto, las influencias de escuela de los 80s, la transvanguardia italiana de Achille Bonito Oliva y sus secuases, me resulta innecesario pues Oliva lo sabe y maneja de memoria y además me parece injusto reducir su propuesta  a lo estrictamente “ubicable” en aquellos años de escuela. Lo cierto es que lo que condiciona su propuesta es la experiencia física y sensual con lo que el territorio implica y donde ocurre su existencia como artista.

El trabajo de Cristián Oliva es escencialmente riguroso con la historia del arte en su compleja dimensión social, política, dinámica y trascendente, y en ese tranvía viajan con él el conocimiento, lo clásico y académico, lo político y la nobleza técnica de un gesto magnífico y certero, sumados a una poética del paisaje que me resultan sobrecogedoras. Todas estas características las he encontrado en los maestros que he citado anteriormente.







Oliva trabaja con una enorme honestidad para contar lo que cuenta y una manufactura adecuada que acompaña un relato que envuelve y convierte al espectador en cómplice, juez y parte. El trabajo de pintura y su mixtura de materialidad sobre un soporte inestable y precario amarrado por marcas a la pared como la certidumbre de una postura que es física frontal cual espejo con tierra, y a la vez es un actitud política denunciante sobre la intervención del territorio común que no significaría nada si no somos capaces de observarla en su real y completa dimensión.

No escatima en el derroche de verbalizar lo visual, lo que vemos es lo que vemos como una movilización estomacal personal y transferible a la vez. Es dolor y es piedad de una permanente y cortante herida de Chile, es recordarnos de manera elegante y valiente que vivimos en una tierra pobre donde la segmentación campea en todos los hámbitos y que es muy difícil que existan medias tintas, aquí o es blanco o es negro, el color escasea en la tierra donde las luces también lo hacen y que es necesario clavarnos en ella como un gesto de amor y entrega absolutas para darnos cuenta que estamos ahí, en esos paisajes de Oliva, para mirarnos de frente para reconocernos y sincerarnos.
Aunque él después gire su cruz de paralelos y meridianos y nos vuelva a poner de espaldas, de frente o desde arriba y nos recuerde que mañana después de un cataclismo sísmico dejaremos de estar aquí.

Se puede entender entonces que nos dice que el último acto es desaparecer en una oscura grieta o en las aguas del mar y que eso es la metáfora de las existencias de quienes nos toca vivir en esta parte del mundo

La precariedad chilena no es solo una obra de pintura de Cristián Oliva aunque brote magistralmente de ahí esta imagen.
Es también un dato innegable de realismo absoluto en esta delgada y frágil tierra llamada Chile.     

Guillermo Grebe
Artista Visual