El acto de mirar es la manifestación de una lógica aprendida que tiene
como base la postura del cuerpo. Erguído o acostado lo cierto es que lo que
vemos se debe manifestar en la mente como algo frontal a nuestro cuerpo.
Siempre el ojo busca la empatía visual con el objeto desde la comodidad de una
postura corporal.
Sucede lo mismo en la pintura, lo que vemos está de frente a nuestros ojos
mientras estamos erguidos o sentados siempre en posición vertical. Así se ponen
los cuadros en los museos ¿o no?, si estás parado estás de frente, si te cansas
y te sientas estás de frente y lo que ves está en tu línea de horizonte, sea la
obra bi o tridimensional.
Mirar una obra de arte es un acto físico de una figura que está de frente
a un objetivo que lo atrae y que lo cruza de manera vertical a travéz de la
vista porque para poder entender la pintura o cualquier obra de arte la
corporalidad es la manifestación de un acercamiento inicial amistoso a lo
desconocido.
No es menor lo que pasa con el cuerpo porque es lo que traemos, lo
interesante es como se va deconstruyendo después a partir de la develación de
todos los componentes que forman parte del imaginario que propone el artista.
Pero la pintura está aquí precisamente para romper esquemas lógicos y
físicos, para invitar a un vacío donde la geometría y la lógica se desordenan
en una danza en espiral interpretada por quien asiste a ese baile y puede ser
que ahí los que observan se pongan de acuerdo en que no entieden nada, lo que
sí está claro es que en ese espiral y aparente caos lo que aparece es la
viablidad nueva y poderosa del espacio propio y no visto de cada uno. Es un
asunto individual y tremendamente poderoso.
El trabajo de Cristián Oliva es una aventura visual de apariencias cruzadas
entre paralelos y meridianos pero con una cruz móvil que utilza cual remolino a
su antojo. De pronto todo es lógico, estoy de frente a un paisaje, y luego
Oliva gira su molinete y nos deja mirando hacia atrás, de costado, de frente,
desde arriba y lo que entendíamos como un asunto lógico lo convierte en un asunto
lírico de una enorme carga poética sobre el territorio, no solo el visual
geográfico o el que describen las cartografías y aquí está lo bello y feroz del
asunto.
Voy a ser arbitrario aunque eso implique las pifias del respetable público
o del mismo Cristián. Me resulta muy atractivo citar a 3 maestros para tratar
de hilvanar un relato sobre lo que entiendo es la intervención del territorio
como objeto de pintura.
Para mí las claves de referencia de co-relato de la obra de Oliva se
encuentran naturalmente en la producción del paisaje de los clásicos chilenos
como Lira, Burchard y Gordon y entre las propuestas de postura social, política
y muy personales que hacen sobre el paisaje un fenómeno de relevancia que va
más allá de un acontecimiento que sucede en la naturaleza los maestros Courbet, Bacon y Rothko.
Las experiencias en estos casos son disímiles pero no arbitrarias.
Mientras los maestros chilenos se ubicaban en la cultura de la aceptación
social y sus propuestas buscaban el lugar común aceptable desde lo que se
denomina aquel lugar que vemos todos como frontis de un horizonte común, los
otros tres interpretaban el paisaje a su antojo y con condimentos no tan amigables
para su coetáneos.
Courbet pinta sus paisajes desde la oscuridad pues proviene de una zona de
Francia donde la luz escasea y las lluvias son intensas, su experiencia
lumínica es limitada y por tanto su producción contiene el elemento de la
oscuridad y una paleta acorde a ello. El paisaje cuando es intervenido por
personajes es también parte de lo mismo; un acontecimiento sucedido o por
suceder sin mayores aspavientos pero siempre con un sentido de la ubicuidad y
la lógica frontal. Courbet nos pone una realidad de frente siempre oscura,
llena de detalles humanamente sombríos e irónicos como si tratara de explicar
su contemporaneidad con un grito ahogado.
Bacon, ¿y que tiene que ver Bacon en todo esto?, su paisaje no es el
paisaje académico o lírico como el de
Lira, Burchard, Cezanne o Courbet, para nada. Su paisaje es interior e
involucra desde la carne y eso es tremendamente poderoso pues utiliza a quien
observa como componedor integrado a lo que muestra. Que es el paisaje en la
pintura si no existe la línea cortante y limitante de la obsesión de mirar?
¿Cómo nos hacemos parte de lo que vemos frente a nosotros si no somos capaces
de involucrarnos desde la tragedia, el desgarro, el caos y el dolor. Pues bien,
eso está de frente, tiene un horizonte vertical limitado en un formato que
antes de ser intervenido era blanco. Bacon interviene nuestros paisajes
internos como si fueramos cómplices de algo que dejamos de ver y ocultamos con
verguenza. Eso también es parte de un territorio imaginario y retóricamente
vinculante con la obra de Oliva.
Mark Rothko deconstruye la poesía de lo reconocible a la vista e invierte
el paisaje de manera lineal. Su obra se sostiene desde el corte, la limitación
sin apelaciones ni intermediarios, la división en dos desde una posición
corporal espectante ante lo que nos rodea. La precisión con la realidad es algo
inevitable en su obra puesto que parte de un génesis económico en medios,
precario y exagerado. Nos pone de frente a un paisaje inicial y vírgen cual
fueramos los primeros seres humanos habitando el planeta.
Oliva es a su amable Catapilco lo que Courbet es a Ornans su pueblo natal.
Oliva es al desgarro y la exclusión lo que Bacon es a su infierno carnal y anti
sociedad. Oliva es a su juego de cruces marcatorias lo que Rothko es a su
riguroso y matérico corte divisional en un dos frontal.
Desde estos tres ángulos sumados a el acontecer del aprendizaje de arte en
Chile y los maestros que se pueden encontrar en el Museo Nacional de Bellas
Artes de Santiago, la Escuela de Artes de la Universidad de Chile como sinónimo
de lejanía de las grandes obras universales que sólo se ven en diapositivas,
podemos comprender como se fragua su obra y su capacidad expresiva.
Las citas que hago mención no son azarosas ni arbitrarias. Tal vez lo hago
porque hablar de neo expresionismo abstracto, las influencias de escuela de los
80s, la transvanguardia italiana de Achille Bonito Oliva y sus secuases, me
resulta innecesario pues Oliva lo sabe y maneja de memoria y además me parece
injusto reducir su propuesta a lo
estrictamente “ubicable” en aquellos años de escuela. Lo cierto es que lo que
condiciona su propuesta es la experiencia física y sensual con lo que el
territorio implica y donde ocurre su existencia como artista.
El trabajo de Cristián Oliva es escencialmente riguroso con la historia
del arte en su compleja dimensión social, política, dinámica y trascendente, y
en ese tranvía viajan con él el conocimiento, lo clásico y académico, lo político
y la nobleza técnica de un gesto magnífico y certero, sumados a una poética del
paisaje que me resultan sobrecogedoras. Todas estas características las he
encontrado en los maestros que he citado anteriormente.
Oliva trabaja con una enorme honestidad para contar lo que cuenta y una
manufactura adecuada que acompaña un relato que envuelve y convierte al
espectador en cómplice, juez y parte. El trabajo de pintura y su mixtura de
materialidad sobre un soporte inestable y precario amarrado por marcas a la
pared como la certidumbre de una postura que es física frontal cual espejo con
tierra, y a la vez es un actitud política denunciante sobre la intervención del
territorio común que no significaría nada si no somos capaces de observarla en
su real y completa dimensión.
No escatima en el derroche de verbalizar lo visual, lo que vemos es lo que
vemos como una movilización estomacal personal y transferible a la vez. Es
dolor y es piedad de una permanente y cortante herida de Chile, es recordarnos
de manera elegante y valiente que vivimos en una tierra pobre donde la
segmentación campea en todos los hámbitos y que es muy difícil que existan
medias tintas, aquí o es blanco o es negro, el color escasea en la tierra donde
las luces también lo hacen y que es necesario clavarnos en ella como un gesto
de amor y entrega absolutas para darnos cuenta que estamos ahí, en esos
paisajes de Oliva, para mirarnos de frente para reconocernos y sincerarnos.
Aunque él después gire su cruz de paralelos y meridianos y nos vuelva a
poner de espaldas, de frente o desde arriba y nos recuerde que mañana después
de un cataclismo sísmico dejaremos de estar aquí.
Se puede entender entonces que nos dice que el último acto es desaparecer
en una oscura grieta o en las aguas del mar y que eso es la metáfora de las
existencias de quienes nos toca vivir en esta parte del mundo
La precariedad chilena no es solo una obra de pintura de Cristián Oliva
aunque brote magistralmente de ahí esta imagen.
Es también un dato innegable de realismo absoluto en esta delgada y frágil
tierra llamada Chile.
+Info sobre el trabajo Cristián Oliva en https://www.facebook.com/cristianmanuel.oliva/media_set?set=a.10206805134586416.1073741841.1217361753&type=3
Guillermo Grebe
Artista Visual