Lo que hay de
realismo en un lienzo pintado al óleo no es tan sólo el ejercicio de
transmisión o interpretación de la realidad y el esfuerzo técnico que ello
implica; la imitación de la luz, el color que se deposita sobre las formas, el
movimiento congelado y el tiempo implicado en reservar el momento mientras dure
el acto de pintar.
Lo que hay además
de todo eso que no es poco, es una representación compleja que navega entre la
observación de quien reconstruye la realidad y la de quien es testigo de esa
construcción.
Entre ambos
actores se produce una escena nueva de realismo que es frágil, desoladora e
inquietante; la de la representación a secas, como tal.
¿Qué representa
un retrato realista? O para ponernos más complejos ¿Qué representa el
autorretrato?
Foucault ensaya
esta y otras preguntas a partir de Las Meninas en su libro “las palabras y las
cosas” y nos dice que un cuadro puede
cambiar la historia precisamente cuando se escudriña y se buscan respuestas
acerca de la representación que relata la acción, la disposición y las miradas
de los personajes, el movimiento que ejecutan segundos antes de ser captados y
encerrados en el cuadro todo a partir de una pregunta ¿Qué está pintando
Velázquez: a si mismo o a quien o quienes están frente a él?
¿Qué está
representando el pintor; ¿un retrato de la familia real y autorretrato a la
vez, el espejo que devela a los supuestos modelos que están siendo pintados o a
los espejos en frente de él que le devuelven la escena completa para ser
pintada o acaso todo esto es un artilugio para quedarse frente a los modelos a
pintar que jamás podrá ver puesto que somos nosotros mismos que observamos el
cuadro?
Entonces el
ramillete de respuestas sale del cuadro y pasan a involucrar a quienes lo
observan y ahí el realismo se pone a jugar con la realidad de manera
alucinante, es ahí que se provoca o surge una nueva realidad sugerida por quien
está fuera de la pintura.
Se compone
entonces una realidad fuera del realismo como corriente del arte y como
ejercicio académico de la observación e interpretación, una realidad que queda
en manos de quienes están fuera del oficio de pintar y quedan con la
maravillosa misión de recomponer una verdad nueva.
La obra de Ofelia
Andrades está llena de guiños y coqueteos al observador, a quienes participan
de los alrededores, a quienes están fuera de la pintura en todo sentido. No son
modelos escogidos para diseñar la realidad. Son amigos, amigas, modelos en el
taller, mascotas que se están movilizando con ella quien se repite a veces y
otras aparece como un hito momentáneo de realidad que ha sido experimentada por
quienes aparecen con ella mientras todo sigue girando en rededor mientras está
preparando una nueva realidad.
El realismo que
propone Ofelia se compone de una naturalidad cargada de la vida de quienes viven
dentro de sus pinturas y luego estarán fuera de ellas recomponiendo desde otro
lugar lo que han visto de ellos y ellas mismas como sujetos pintados primero y
como responsables de completar una representación al óleo bastante más compleja
y completa de una realidad a la que son devueltos y devueltas para pertenecerse
eternamente como espejos necesarios para Ofelia y como aquellas personas que
salen de ser objetos para ser sujetos de un realismo que jamás encontrarán en
ninguna otra parte que no sea en esos lienzos pintados al óleo de manera clásica,
cuidada, fina y brillante.
Quienes observan
las pinturas finalmente somos todos y todas, algunos podemos salirnos de ahí
para intentar respondernos las mismas preguntas existenciales que brotan de los
espejos que nos devuelven invertidos o de los lentes de un celular con autofoco
que nos enderezan la imagen nuestra tan buscada.
Podemos estar
conscientes o no de no sabernos nunca, de no poder vernos más allá de la punta
de nuestras narices y vivir con esa verdad siempre sin mayor rollo, pero ser
invitados a la fiesta de nuestra representación es algo que nos saca de las
comunes preguntas y nos pone en un estado poético y metafísico de nosotros y
nosotras, de los espacios que compartimos, que es donde celebramos o nos
sufrimos de manera constante.
Podemos divagar
si ese estado es finalmente la pintura que nos congela y que a la vez nos
libera o que como seres humanos que podemos reinventar la realidad cada vez que
salgamos de una pintura donde aparentemente estamos representados para después
ser quienes estemos en el realismo de Ofelia Andrades como esas pequeñas y
maravillosas realidades que valen la pena declarar y compartir con otros y
otras.
La belleza de una
pintura hecha con sentido, honestidad y con un relato maduro y que la sustenta es
su capacidad de escalar en el tiempo para mejorarse a si misma cada vez, es la
mágica y misteriosa aventura de una pintora que está mirándonos y que al frente
estamos los otros y otras observándola a ella.
En ese cuarto no
puede haber oscuridad pues hay una verdad compuesta que solo las sabemos
quienes estamos ahí.
Guillermo Grebe
elartwriter