sábado, 4 de agosto de 2018

EL LABERINTO CREATIVO DE GUILLERMO DEL TORO


No es una casualidad la muerte y su manera de transitar poética y atávica en la obra de Guillermo Del Toro.
La muerte no es como la podemos entender o aceptar puesto que es irremediable e inevitable y está cruzada siempre por lo que disponen las diversas culturas respecto de cómo nos movemos antes de que nos llegue a visitar.  Ciertamente no existe una sola muerte, existen las maneras de cómo nos la explicamos y la contamos.

Del Toro trae consigo la muerte de México, la que se celebra y se venera con bailes, cantos, procesiones, calaveras y todo un abanico multicolor entre étnico-religioso y pagano que no deja dudas a la hora de partir una aventura creativa; es tan inevitable la muerte como inevitable es la pulsión que provoca llevarla en el bolsillo de la chaqueta, el corazón, las manos o la mente de cualquier ser nacido en México.
La muerte es mexicana de una manera única precisamente por lo que va a suceder en el imaginario que la ronda, en los pueblos donde se venera por gente que está más viva que nadie.

Y la muerte está encriptada en el cine de Del Toro, no es una novedad esto, es evidencia que se siente, que se nota incluso en los films dirigidos por encargo por él como el caso de Harry Potter, incluso ahí está presente ese halo tan representativo de su manera de hacer cine; una paleta de color económica hacia los negros y azules pero con una sensible permanencia de los cálidos tensionantes ocres y amarillos cromo. Para que decir la muerte en las obras de su autoría; ella ronda cual musa madrina.





En el laberinto del fauno y en La forma del agua, que son dos films entrelazados por la psicomagia gótica, la muerte está presente como una manera de curiosa exploración que brota de dos mujeres encerradas en el silencio y el horror; la primera es una niña que vive el terror fratricida y fanatismo del fascismo español en plena guerra civil española y la segunda una mujer sorda y muda que desea perder la virginidad con un pez antropomórfico pues es la única manera de encontrar el amor en un mundo de violencia secreta y corrupta en plena guerra fría.
En ambos casos la muerte es el eje vinculante, pero es una muerte cruzada rudamente por el acontecer temporal del ser humano enfrentado a los sucesos históricos y políticos ajenos a la fragilidad existencial tan propia de los seres sensibles que miran todo de otra manera.

Los hechos suceden en medio de la opresión política y estructural de una vida demasiado concreta como para que se entremezcle la poesía o la aventura del atrevimiento exploratorio; en ambas historias el amor es un condicional rupturista que puede con todo en apariencia, en ambas hay una credibilidad e incluso un triunfo de lo imaginario por sobre lo realista (o cruda realidad) aunque pudieran tener finales fatales lo cierto es que este cabrón de Guillermo nos está jugando una movida de ajedrez con la supuesta felicidad que se desencadena después de el amor.


¡Y finalmente está el agua! El agua para nuestro Del Toro es el infinito de la muerte en la tierra. No hay una muerte divinizada ni alegórica en la poética del relato de Del Toro, lo que hay es una muerte de verdad; a lo mero mero, pero con un torrente de sanación líquida que sólo nos inspira a creer que la vida no acaba y que recién pudiese comenzar.



Del Toro no es de finales felices, es de finales que acontecen en común acuerdo con algo que está entre medio de su impredecible imaginario poético enfrentado a una realidad impuesta por la maldad, la ignorancia, el abuso de poder y la sensibilidad violada tal como si la muerte existiera fuera de la muerte, como algo grotesco que no queremos que llegue, pero llega y nos arrebata todo; y eso incluye a Del Toro inmolado frente a una derrota momentánea de su mágico laberinto en el agua.

Digo derrota momentánea porque finalmente deja que se abra como por acto de magia la aventura de los finales abiertos aquellos que sólo las historias originales y de autor convertidas en buen cine son capaces de quedarse en los espíritus de quienes las observan entrando en las salas oscuras de los cines para cruzar umbrales hacia lo desconocido y donde el enorme Guillermo Del Toro hará de guía único inspirado por ese jueguito tan de él, tan inimitable, ese que deja poemas como llagas, historias imposibles como verdades irrefutables y nos hace bailar con una muerte tan seductora como inocente.


Guillermo Grebe Larraín
elartwriter 

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