Algo así como entre
desempolvar narices de reyes y pelucas blancas y peinar la muñeca es lo que
trae al mundo, el arte de Stanley Gonczanski.
Desde mi más completa
sinceridad, hace mucho tiempo que no experimentaba esa mezcla de humor pleno
con la pasión bibliotecaria de desentrañar una vez más aquella parte de la
historia del barroco europeo, llena de estos personajes empolvados, corsos,
emperadores, emperatrices, uniformados lameculos de palacio, tras ver
cualquiera de estas magníficas e inquietantes ilustraciones.
Ciertamente que llegan en
buen momento; como nunca esta mezcla de locura incensurable y juguetona
atropella con su ejercito de orates atrevidos y cargados de realismos mágicos en
tiempos de neo colonialismos, neo liberalismos, neo socialismos, mezclas bastardas
entre derechas e izquierdas donde el pueblo cree que es y no es y donde los que
mandan navegan en sus feudos cual otrora reyes y reinas alejadas de toda
realidad, apalancados en un salón de palacio, congelados en un óleo de grandes
dimensiones que sólo ellos ven.
La parte barroca
Antes de ubicar la vista y mi
humilde análisis de la obra de Stanley, es bueno ubicarse en el llamado siglo
de las luces, el XVIII. Tiempos en que la belleza era determinada y definida
entre múltiples estilos y ornamentaciones. Todas ellas circunscritas en los
impulsos creativos que deja el renacimiento, el manierismo, el rococó y el
clasicismo. Este siglo en particular enfrenta las estancias quietas, cómodas,
ridículas y frívolas de las monarquías francesa, española, flamenca, inglesa,
rusa y austro-húngara principalmente y las nuevas tendencias de los jóvenes
burgueses ilustrados principalmente influenciados por pensadores como Kant,
Rousseau y Sade.
En todo este ajetreo
intelectual surgían voces nuevas que despeinaban de alguna manera el
establishment de la nobleza. Las obras de arte estaban en su gran mayoría
enjauladas en galerías particulares y en las salas de palacios de los reyes y
nobles y eran vistas sólo por ellos en actos que más bien eran relaciones
monotemáticas con una perpetuación hecha por encargo que una contemplación de
las obras como manifestación de un espíritu del arte.
La literatura, el teatro y la
arquitectura sin embargo sufrían los alegres nuevos acordes influyentes de
ensayistas y filósofos que impactarían a las nuevas generaciones que hacia
mediados del siglo XVIII provocarían cambios radicales con guillotina incluída
y en el arte lo que hoy conocemos como el neoclasicismo.
No es azaroso volver al siglo
de las luces, de hecho de eso se trata precisamente el potente relato visual de
Stanley Gonczanski. Hay aquí una propuesta irónica naturalmente, pero con
connotaciones evidentemente políticas que bien podrían adaptarse a nuestros
tiempos.
La historia gira en su vaivén
de carrusel permanentemente, los errores del pasado suelen volver cada tiempo,
retornan acontecimientos, actitudes, movimientos sociales y los oráculos se
marean porque al parecer no es cierto esto de que todo se archive y se cierre
una vez existió y una era superó o avanzó a pesar de su antecesora.
Los antecedentes son siempre
inmortales, se citan, se analizan, se estudian y aunque parezca imposible;
vuelven.
Stanley trae consigo el frío
de Polonia, el lado este de europa entre los austriacos y los rusos, la nieve,
las vidas de sus antepasados judíos que llegaron a la Argentina, los excesos
palaciegos de Varsovia, Viena, París, San Petersburgo, las distancias de los
iluminados sin luz que sufrieron aquellos tiempos debajo del Sr. feudal,
muertos de hambre, arrancando de las guerras, los sables y las cruces de los
nobles y las verdades impuestas por el garrote y la sangre.
Nada es gratuito en el arte,
absolutamente nada. Todo es un relato silencioso que viene del pasado y que de
pronto explota y se convierte en un lenguaje que abre nuevos horizontes.
Lo de Stanley es una catarsis
que debe tener mucha terapia en el cuerpo. Hacerla con humor no la desinfla, no
la frivoliza, todo lo contrario; es una sana manera de juzgar el pasado de la
humanidad y el suyo propio.
Existe en toda esta juguera
creativa un sinfín de pequeños y grandes movimientos de mano y de ojo. Stanley
es originalmente un destacado director de cine, su mundo ha sido siempre el
audio visual. El sonido, las luces y el movimiento, los fotogramas, el montaje.
La fotografía que se mueve 24
imágenes x segundo. Es un ojo que tiene ese hábitat, la rapidez y estar frente
a diversos monitores. Dirigir equipos, intensas reuniones de pre y producción y
todo ese ecosistema que incluye además el negocio publicitario.
Se le mezclan entonces los
generales, los soldados, los reyes, las reinas. Los cocorocos, rococós,
barrocos arrogantillos salen como fantasmitas hablando en clave con voz de enanos,
ruidos sin alma, vidas rápidas y vacuas en una ecléctica y posmoderna pieza de
baile. Ahí están aquellos poderosos de nuevo, brotan cual molestos espectros
pero más ridículos y con menos poder aurático.
La parte Loca
Lo que me conmueve y emociona
es como Stanley construye el relato de todo esto sin salirse un ápice de una
guía temática estricta y muy profesional. Sus trabajos tienen un espíritu
trazado que contienen de manera muy asertiva y bien ancladas el fondo de
historia-relatada y de historia-universal respetando unidades casi cuánticas
que la forma sabe sacar de manera victoriosa cual batalla pixelada.
Estamos frente a grabados
digitales, ilustraciones les llama Stanley, pero son grabados digitales
finalmente y sus fuentes son pinturas hechas por encargos “reales”. Loco y
loquillo este Gonczanski!!
Los derechos de autor ya no
existen, menos en las obras de pintores de corte fallecidos sin pena ni gloria
y con fama de cuatro paredes, lo que hay ahí es conservación empolvada,
siutiquerías en ridículas poses para la posteridad, boquitas y lunares
pintados, maquillajes de lo banal, lujurias del poder, concubinatos,
extorsiones de pasillo, politiquerías monárquicas, salvaguardas de museos
particulares. Todo esto tensionado por la alquimia del humor inteligente que
contiene símbolos e insights como municiones de protesta.
Los egos del poder que
vuelven a visitarnos de manera directa empatados con la realidad de nuestro
actual mundo líquido de sigo 21 y el singular modo de comunicar nuestras iras y
molestias, las influencias inevitables de la cultura chatarra y el POP tal como
magistralmente retrata Soffia Coppola en su María Antonieta, llegan a la
inquieta cabeza de Stanley que nos devuelve estas bombas ilustradas que filtran
la comodidad aparente de unas pocas vidas sin vida con el inevitable deseo de
mofarse y decirles las cosas por su nombre en una maravillosa carcajada
catártica.
Finalmente Stanley Gonczanski
ha construido un camino de una funa política trasvestida en tiempos extraviados
entre liberales, socialistas, arribistas, corruptos neos (aunque nunca neo
clásicos).
Lo que es bienvenido porque
no hay revolución más sana que reírse a carcajadas del poder y de quienes
profitan de él.
El de ayer, el de siempre y
el de hoy.
Dicen por ahí que la palabra
es un fusil cargado, tal vez el más efectivo y peligroso.
Yo diría que el humor también.
No hay nada más poderoso que
incomodar al poder con su propia idea de belleza regresada en reflejos
debilitados por la sana y libre risa de las grandes mayorías.
Guillermo Grebe
Artista Visual