lunes, 2 de septiembre de 2019

Carmen Soria. El Pan nuestro de cada Vida


Hay quienes pueden no sobrevivir al terror de las ausencias, al silencio de las no respuestas, al vacío de futuro y a la idea de no país, de no territorio, de estar en la nada y simplemente dejarse morir en solitario puesto que cada intento es en vano tanto como navegar en solitario sobre un mar imaginado por compañías que no existen.

Y hay quienes pueden hacerlo enmendando pedazos de lo que queda, siguiendo las huellas de las madejas de lanas esparcidas en el tiempo, cerrando las cajas que contienen los cuadernos imborrables guardándolos como tesoros porque hay un futuro y en él habrá alguien que necesite conocer las historias silenciadas y silenciosas.
Hay quienes pueden reordenar las historias de los secuestros de la felicidad entre padres e hijos, entre hijos y padres, entre abuelos, abuelas, nietos y nietas porque han podido ingresar por otras puertas más ingeniosas, más generosas, inclusivas y amorosas y que hacen que cada perdida, cada ausencia sea parte de una misma cadena: una vida expandida en el otro u otra que se convierte en una verdad digna de ser contada.

Esto me pasa con la historia que acaba de contarme Carmen Soria con su tremenda y bellísima muestra “Pan de Vida” que hoy se presenta en el espacio “Aquí” en Antonia López de Bello 0112, Bellavista, Santiago.
Aquí es aquí y ahora, que mejor lugar que el antiguo taller de Camilo Mori para hacernos entrar en un túnel del tiempo donde el arte por fin se convierte en un mantra sanador, congregador, unificador y en este caso; esperanzador.

Pan de Vida se compone por una serie de trabajos magníficamente elaborados por Carmen tras un largo trabajo de investigación con la fundación de Protección a la infancia dañada por los estados de emergencia, p.i.d.e.e y que cuentan con la inspiración de un curador iluminado y asertivo como Felipe Vilches Rubio.  







Todas las piezas de la muestra parecen ser objetos encajados de un desencaje histórico, la historia nuestra, la de ella en particular, la de niños y ausencias, las del dolor encerrado.
En esta exposición sucede que desde su inicio lo que hay es una experiencia sobre otra experiencia: lo que evitamos hablar, lo que evitamos y negamos ver, lo que silenciamos después de la dictadura.
Eso ya lo hace un recorrido diferente y voluminoso en el despertar tan necesario como urgente en estos días.

Entramos a una sala intencionalmente muy iluminada en donde lo que hay son dolores encerrados en bellísimas cajitas mortuorias que incluyen el vidrio para integrarnos en esas muertes deconstruidas, en un nuevo y pequeño contexto que se construye entre detalles de micro funerales, ataúdes que son objetos de arte enmarcados cual pieza decorativa vintage,  muñequitas sin dueños ni duelos, clavos rojos, flores secas, pedazos y retazos de memorias sin memoria.
Nada aquí puede ser en blanco y negro, aquí hay luz y color pues las calaveritas de nuestro pasado aún nos rondan con las mismas urgencias de siempre; hoy más que nunca es aquel más temprano que tarde, y esta es la mejor manera de recordárnoslo.

Mundo de mierda? País de mierda?
Si. Y que hacer con los olvidos? Que hacer con los silencios?
Tal vez esta es la mejor manera de crear símbolos comunes que nos reúnan porque no hay nada más bello y efectivo que ordenar nuestro pasado en nuestros cajones del recuerdo pues cada vez que los abrimos salen las luces de las luciérnagas de pandora para revivirnos en un nuevo encuentro con aquellas verdades marcadas en nuestras vidas.
Esos son los resultados de lo que vemos y vivimos. Ahí se nos regresan Carmelo y tantos miles como él, y vuelven los niños y niñas que sobrevivieron a esas no respuestas para estar con nosotros y entonces podemos entender que Pan de Vida más que una exposición de cajas que contienen dolor, color y esperanza es un acto de fe y mágico amor por el otro, otra.
Es tal vez lo más humano y frágil que puede existir en un objeto físico y que podemos reconocer y adoptar como un objeto de arte.

Entonces ahí las cosas ya no son las mismas, el objeto no es el mismo, la intuición creativa de Carmen se entiende y uno entra en su historia con todo y con todas las otras historias que marcaron el dolor de los desaparecidos, torturados y asesinados por la dictadura esta vez con un color que ata todas esas penas desmenuzadas en pequeños deshojes, en grandes luchas de enormes causas esta vez atesoradas,  muertes en vida guardadas en transparentes cajitas de aquellos dolores pero esta vez con los colores de esperanza de otros y otras que acompañan ya no solo para el consuelo sino que para la creación de algo que puede ser mejor porque esta vez estamos todos y todas presentes en esos duelos.

El dolor suele ser un asunto vestido de negro, un luto permanente que queda anclado en el alma. La muerte es el fin de toda las búsquedas ansiosas de cuerpos, de abrazos, besos, miradas, diálogos. Las muertes de los padres y las de los hijos que desaparecen son las peores pues los vacíos se colman de impotencia si no pueden ser vistos en esos cajones con ventanillas colocados en el silencio mortuorio de las salas del funeral, los velorios tan nuestros se tornan acciones de cotidiano ritual entre penoso y folklórico.

Las ventanillas y esas caras apagadas que no devuelven las miradas a los ojos de quien las ve pareciendo buscar sin fortuna aquellas naves emocionales donde antes sucedían los milagros y las ternuras de los encuentros.
Entonces es un hallazgo saludable encontrarse con estas cajitas-ataúdes llenas de color, de retazos, de zapatitos que caminan solitarios, de ropitas de niñas y niños, de muñequitas sin ojos ni llantos, sillas y llaves, clavos, encajes, en estado de quieta y digna altivez que enfrentan nuestras miradas de frente, quienes nos quedamos y aún estamos viendo pasar la vida en este lugar.
Podemos ser juntos en ese dolor porque algo nuevo puede nacer de ahí, entonces lo hacemos propio, nos unimos en la memoria que es lo único que podemos mantener y conservar en pie a la altura de nuestros ojos, en cajas que guardan dolores multicolores y que cuelgan paradas en una pared frente a la luz que viene de afuera.







Esta exposición no es cualquier exposición pues tiene todos los ingredientes de una delicada y a la vez urgente necesidad de vernos de nuevo inmersos en lo que dejamos o vimos ir con la salvedad ahora de no culparnos y de no sobrellevarnos en el olvido.
Carmen Soria lo expresa muy bien con toda su historia arrastrada y con un amor que conmueve hasta los huesos; estar en sus zapatos y en los de miles de niños que no vieron a sus padres nunca más, duele, duele mucho pero duele muchísimo más que les duela a ellos y que tengan que sobrellevarlo en soledad en lo que llamamos “el país de mierda que olvida”.

Esta vez nos conmueve a todas y a todos porque vemos esos dolores moviéndose vivos en una esperanza enlazada entre quienes nos podemos ver, entre quienes estamos y quedamos para seguir contando nuestra historia.


Pan de Vida
Carmen Soria
Espacio Aquí
Antonia López de Bello 0112
Del 29 de agosto al 21 de septiembre

Horarios visitas guiadas por la artista:
Sábados desde las 15.30 a 18.30
Domingos desde las 11.30 hasta las 14 hrs