Hay quienes pueden no sobrevivir al terror de las ausencias,
al silencio de las no respuestas, al vacío de futuro y a la idea de no país, de
no territorio, de estar en la nada y simplemente dejarse morir en solitario puesto
que cada intento es en vano tanto como navegar en solitario sobre un mar
imaginado por compañías que no existen.
Y hay quienes pueden hacerlo enmendando pedazos de lo que
queda, siguiendo las huellas de las madejas de lanas esparcidas en el tiempo,
cerrando las cajas que contienen los cuadernos imborrables guardándolos como
tesoros porque hay un futuro y en él habrá alguien que necesite conocer las
historias silenciadas y silenciosas.
Hay quienes pueden reordenar las historias de los secuestros
de la felicidad entre padres e hijos, entre hijos y padres, entre abuelos,
abuelas, nietos y nietas porque han podido ingresar por otras puertas más
ingeniosas, más generosas, inclusivas y amorosas y que hacen que cada perdida,
cada ausencia sea parte de una misma cadena: una vida expandida en el otro u
otra que se convierte en una verdad digna de ser contada.
Esto me pasa con la historia que acaba de contarme Carmen
Soria con su tremenda y bellísima muestra “Pan de Vida” que hoy se presenta en
el espacio “Aquí” en Antonia López de Bello 0112, Bellavista, Santiago.
Aquí es aquí y ahora, que mejor lugar que el antiguo taller
de Camilo Mori para hacernos entrar en un túnel del tiempo donde el arte por
fin se convierte en un mantra sanador, congregador, unificador y en este caso;
esperanzador.
Pan de Vida se compone por una serie de trabajos
magníficamente elaborados por Carmen tras un largo trabajo de investigación con
la fundación de Protección a la infancia dañada por los estados de emergencia,
p.i.d.e.e y que cuentan con la inspiración de un curador iluminado y asertivo
como Felipe Vilches Rubio.
Todas las piezas de la muestra parecen ser objetos encajados
de un desencaje histórico, la historia nuestra, la de ella en particular, la de
niños y ausencias, las del dolor encerrado.
En esta exposición sucede que desde su inicio lo que hay es
una experiencia sobre otra experiencia: lo que evitamos hablar, lo que evitamos
y negamos ver, lo que silenciamos después de la dictadura.
Eso ya lo hace un recorrido diferente y voluminoso en el
despertar tan necesario como urgente en estos días.
Entramos a una sala intencionalmente muy iluminada en donde
lo que hay son dolores encerrados en bellísimas cajitas mortuorias que incluyen
el vidrio para integrarnos en esas muertes deconstruidas, en un nuevo y pequeño
contexto que se construye entre detalles de micro funerales, ataúdes que son
objetos de arte enmarcados cual pieza decorativa vintage, muñequitas sin dueños ni duelos, clavos
rojos, flores secas, pedazos y retazos de memorias sin memoria.
Nada aquí puede ser en blanco y negro, aquí hay luz y color
pues las calaveritas de nuestro pasado aún nos rondan con las mismas urgencias
de siempre; hoy más que nunca es aquel más temprano que tarde, y esta es la
mejor manera de recordárnoslo.
Mundo de mierda? País de mierda?
Si. Y que hacer con los olvidos? Que hacer con los
silencios?
Tal vez esta es la mejor manera de crear símbolos comunes
que nos reúnan porque no hay nada más bello y efectivo que ordenar nuestro
pasado en nuestros cajones del recuerdo pues cada vez que los abrimos salen las
luces de las luciérnagas de pandora para revivirnos en un nuevo encuentro con
aquellas verdades marcadas en nuestras vidas.
Esos son los resultados de lo que vemos y vivimos. Ahí se nos
regresan Carmelo y tantos miles como él, y vuelven los niños y niñas que
sobrevivieron a esas no respuestas para estar con nosotros y entonces podemos
entender que Pan de Vida más que una exposición de cajas que contienen dolor,
color y esperanza es un acto de fe y mágico amor por el otro, otra.
Es tal vez lo más humano y frágil que puede existir en un
objeto físico y que podemos reconocer y adoptar como un objeto de arte.
Entonces ahí las cosas ya no son las mismas, el objeto no es
el mismo, la intuición creativa de Carmen se entiende y uno entra en su
historia con todo y con todas las otras historias que marcaron el dolor de los
desaparecidos, torturados y asesinados por la dictadura esta vez con un color
que ata todas esas penas desmenuzadas en pequeños deshojes, en grandes luchas
de enormes causas esta vez atesoradas, muertes en vida guardadas en transparentes
cajitas de aquellos dolores pero esta vez con los colores de esperanza de otros
y otras que acompañan ya no solo para el consuelo sino que para la creación de
algo que puede ser mejor porque esta vez estamos todos y todas presentes en
esos duelos.
El dolor suele ser un asunto vestido de negro, un luto
permanente que queda anclado en el alma. La muerte es el fin de toda las
búsquedas ansiosas de cuerpos, de abrazos, besos, miradas, diálogos. Las
muertes de los padres y las de los hijos que desaparecen son las peores pues
los vacíos se colman de impotencia si no pueden ser vistos en esos cajones con
ventanillas colocados en el silencio mortuorio de las salas del funeral, los
velorios tan nuestros se tornan acciones de cotidiano ritual entre penoso y
folklórico.
Las ventanillas y esas caras apagadas que no devuelven las
miradas a los ojos de quien las ve pareciendo buscar sin fortuna aquellas naves
emocionales donde antes sucedían los milagros y las ternuras de los encuentros.
Entonces es un hallazgo saludable encontrarse con estas
cajitas-ataúdes llenas de color, de retazos, de zapatitos que caminan
solitarios, de ropitas de niñas y niños, de muñequitas sin ojos ni llantos,
sillas y llaves, clavos, encajes, en estado de quieta y digna altivez que
enfrentan nuestras miradas de frente, quienes nos quedamos y aún estamos viendo
pasar la vida en este lugar.
Podemos ser juntos en ese dolor porque algo nuevo puede
nacer de ahí, entonces lo hacemos propio, nos unimos en la memoria que es lo
único que podemos mantener y conservar en pie a la altura de nuestros ojos, en
cajas que guardan dolores multicolores y que cuelgan paradas en una pared
frente a la luz que viene de afuera.
Esta exposición no es cualquier exposición pues tiene todos
los ingredientes de una delicada y a la vez urgente necesidad de vernos de
nuevo inmersos en lo que dejamos o vimos ir con la salvedad ahora de no
culparnos y de no sobrellevarnos en el olvido.
Carmen Soria lo expresa muy bien con toda su historia
arrastrada y con un amor que conmueve hasta los huesos; estar en sus zapatos y
en los de miles de niños que no vieron a sus padres nunca más, duele, duele
mucho pero duele muchísimo más que les duela a ellos y que tengan que
sobrellevarlo en soledad en lo que llamamos “el país de mierda que olvida”.
Esta vez nos conmueve a todas y a todos porque vemos esos dolores
moviéndose vivos en una esperanza enlazada entre quienes nos podemos ver, entre
quienes estamos y quedamos para seguir contando nuestra historia.
Pan de Vida
Carmen Soria
Espacio Aquí
Antonia López de Bello 0112
Del 29 de agosto al 21 de septiembre
Horarios visitas guiadas por la artista:
Sábados desde las 15.30 a 18.30
Domingos desde las 11.30 hasta las 14 hrs