martes, 6 de julio de 2021

Mario Ángel Figueroa: Crónica de la expresión No abstracta de la Plaza Dignidad

La mano de Mario Ángel Figueroa fluye en el mapa de un soporte plano teniendo solo como único vaivén la emoción del gesto que acaricia con color la serie de acontecimientos que sucedieron durante octubre de 2019 a Marzo de 2020 en Plaza Dignidad de Santiago de Chile  no es lo que clásicamente podría definirse como la de un pintor de la Escuela de la expresión abstracta puesto que lo que vemos ahí es una crónica orgánica del movimiento cargado de los elementos reconocibles que la componen como particularidades reconocibles que provienen de la experiencia del recorrido personal del autor como parte de esos acontecimientos, su historia como miembro de la tribu que marcha sumado a la influencia de los medios audiovisuales que desde lejos captan lo que sucedió ahí en esas fechas.

 

Las cargas simbólicas que inspiran esta interminable serie provienen de lo vivido y de las gráficas de la épica y del entorno, los drones que ayudan a la construcción de un mapeo mental del plano urbano refundado en la multitud, los distintos puntos de fuga, las carreras de los manifestantes arrancando de los pacos, los bailes, los neones, los cantos, el multicolor disfraz de los antifaces todos ellos contenidos en el silencio omnipresente de una época de la ciudad inmaculada y tomada por el control.

 







 

 

Esta irrupción de la forma representada como pintura se sale de lo académico y la clasificación del estilo poniéndose en un lugar reconocible y re significado. La realidad acontece en el lenguaje,  pero aquí se libera de manera muy natural un corpus lingüístico, un conjunto amplio y estructurado de ejemplos reales de uso de la lengua tanto escrita como oral, tanto urbana como rural. Mario genera ese cuerpo de realidad a partir de referencias populares y semióticas tan dinámicas como escondidas en el consiente político de un colectivo espontáneo cuyo génesis es el de un estallido social. Y eso está muy lejos de ser abstracto o simple ejercicio de color sobre el papel.

 






 

 

Las obras son pequeñas y no están pensadas para su exposición puesto que están contenidas en un cuaderno anillado como bitácora del tiempo, como crónicas o relatos de reportaje de actualidad retratada pero a la misma vez contenida y clandestina como si fuera el libro de vida guardado, secreto y pudoroso. El formato y sus soporte no son al azar, no es que sea así por falta de recursos. Es así porque la relación con el motivo es idéntico y cómplice de una manera de crear en el silencio y en la distancia de un modelo que propone un tipo de arte realista o expresionista que solo funcionaría en los espacios conservadores de galerías y museos, espacios bastante distantes de lo que Mario Ángel Figueroa nos está contando desde su cuaderno, su cajita secreta donde esconde ese corpus lingüístico.

 

Aquí hay una lucha por dignidades humanas en el espacio baldío y triste de una sociedad que tiene a invisibilizar y estigmatizar la rebeldía como si fuera una anécdota pasajera. Entonces no queda otro camino que llenar de color y movimiento expresionista las hojas de un cuaderno para hacer de él un tesoro de la memoria, la hermandad y la siempre hermosa reunión intercultural y multigeneracional que florece en el campo de una nueva unidad popular.

instagram: mario_angel  https://www.instagram.com/mario_angel/?hl=es

 

Guillermo Grebe Larraín

elartwriter


viernes, 14 de mayo de 2021

Coco González Lohse. La tierra cuando fluye

« Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra ». —Génesis 12:1-3.

 

Así habló Yahveh a sus descendientes; la tierra prometida tenía no sólo una configuración de limitaciones físicas (el Neguev y junto a la costa del mar, a la tierra del cananeo y al Líbano) si no que además era parte de una idealización de la libertad de todo un pueblo perseguido, la carga de una herencia de esperanzas al pueblo judío en tiempos faraónicos, sometidos al dolor y a la muerte.

No hay esperanza sin una descendencia que pueda labrar la tierra nuevamente, crecer, estar, ser.

 

Algo se esconde ahí en la Tierra prometida de Coco González Lohse. Algo que sostiene literalmente el paisaje cual palabra divina incluida además como protagonista inmersa en el entorno.

 

La Tierra prometida es una nueva entrega de estas observaciones que oscilan entre el minimalismo del objeto (son cuadros de 15 x 20 cms) y la magnitud espacial de lo que se pinta, es decir el paisaje en su holística dimensión se traba ante el ojo del espectador abriendo el campo a la necesaria perplejidad del territorio vulnerado que es Chile, el país con las esquinas rotas con vista al mar o esa cornisa permanente y fatal de donde colgamos todas y todos.

 




 

 

Coco González es un observador único, métrico, sutil, sensible devorador de esquinas sinuosas y rincones que no dicen nada aparente pero que al ser tocadas por su ojo inquieto cobran una vida nueva como haciéndole el quite al desmayo de la memoria.

Busquilla de piezas olvidadas en el tiempo y juguetes oxidados que son como las cabecitas de los fósforos de Los Andes o las marcas que dejó ese POP de los 80s del cual es un leal y digno representante, depositario además de lo que se quedó por decir o lo que se dijo hasta el hartazgo en aquellos años y los venideros.

 

Hay un sonido del silencio en la obra de Coco, algo que nos hace entrar en los túneles propios, oscuros como metáforas de nuestros territorios repartidos que están bastante lejos de lo que vemos.

Ese silencio de campos del hielo sur o el desierto-desierto, los temibles vientos patagónicos o que se encuentran silbando fuerte entre los Andes, las mareas interminables gigantes del estrecho de Magallanes, o los edificios que son como hoyos negros emplazados en nuestras pequeñas ciudades incomprensibles y llenas de sentido común.

 

Si hay algo que cruza la pintura de muchxs pintores de la generación del Coco es la oscuridad, ese negro betún con viridian, carmín y azul prusia que aprieta o inunda la forma que intenta ser liberada. No es azaroso este punto y tampoco es un detalle menor; así como los pintores románticos franceses de fines del S. XVIII, la humedad, la niebla, la oscuridad que reinaba ponía una tensión de inesperada vergüenza humana en cada obra, en el caso de muchos de las y los pintorxs chilenxs de los 80, es también una manera de sucumbir al vacío o al reconocimiento del existir, tal vez con esa cuota tan necesaria de romanticismo épico y precario a la vez.

 





 

 

En esta nueva obra del Coco se nos viene todo aquello nuevamente con una tensión notable y de una alta concentración poética de un silencio que busca gritar desde esos rincones que pocos ven o habitan. Hay algo que se esconde en nuestra historia, que se devela aquí, desde lo oscuro invisible que fluye de ese realismo-sur del sur del mundo, algo que se complejiza con la palabra que aparece ahí: Ética, Virus, Raza, Pena, Olvido, Caduco, Duda. ¿qué son esas palabras? Lo que es? Lo que falta? Lo que subyuga, lo que libera?

 

Que son las palabras sino fusiles en la sien de los autómatas y más aún, que son esas palabras en las derivas de nuestros territorios vacíos de muchedumbre que solo están vivos porque están vírgenes de nosotros mismos?

 

Aquí la Tierra prometida que nos propone Coco González Lohse adquiere la magnitud que trasciende el momentum nos llega en pequeño formato como lágrimas o como portadas de un libro pequeño en donde se escriben nuestra vidas, las pasadas, las presentes, las que vendrán.

 

https://cocogonzalezlohse.blogspot.com/search/label/PINTURAS%20DE%20BOLSILLO?m=0

 

 

Guillermo Grebe Larraín

Elartwriter

 

 


jueves, 7 de enero de 2021

Piel Zoom. Retratos con sentido y razón

Muchos rostros se mueven en pantalla. Algunos en el silencio opcional del botón del zoom, otros semi cortados por las bajas de señal del wifi y con el audio entrecortado.

Otros prefieren una letra o una foto que los borre del espacio extraño de la reunión telemática; traumas del ojo escondido en la desesperanza humana de una reinvención obligada.

Quizás cuantas otras cosas pasan por debajo de la pantalla y sin embargo están ahí los retratos moviéndose en el paño de la pantalla, el canvas RGB brillante de un celular o un computador.

Personas en meet, en el teletrabajo, en salas de clases que no son salas más bien son espacios íntimos teñidos de algo que más bien debiera ser y no es.Muchos rostros unidos entre sí también son las distancias efímeras y gigantes unidas entre sí, horas diferentes unidas entre sí, todas en un instante formando parte del acuerdo de un encuentro.

 


 

Transferir esta realidad  a un trabajo de pintura es un gesto de humanidad primero y en seguida es un acto de observación extremadamente refinado y sensible y es quizás lo más relevante que me ha tocado experimentar este año como colega artista y como espectador de la elaboración de la obra de arte.

La muestra Piel Zoom de los artistas José León y Rodrigo Cociña nos llena de pantallas que cubren ese vacío de la esperanza del tacto imposible, tan vívido como angustiante del año que vivimos presos del COVID-19. Eso lo acerca a una explicación de la pulsión humana más básica que es sentir al otro-otra, fundirse en los encuentros, romper el cerco de la distancia social o íntima entre dos o más seres humanos.

Pintar las multipantallas, me refiero al pantallazo del computador como modelo de naturaleza muerta, pareciera ser algo esperable en cuanto a la ejecución o interpretación mejor dicho. Lo maravilloso que tiene este trabajo es entre otras cosas el acto de pintarlo así de brutal como a su vez así de puro y noble porque para pintar el todo es indispensable separarlo.

Así cada cuadro representa a una persona en su soporte solitario que es algo mucho más fuerte y desgarrador que la unicidad.

La pintura nos permite reencontrarnos en el vacío del ser auto filmados para un encuentro con otras y otros.La pintura entonces nos hace vernos alejados de esa lógica que determina el formato líquido y brillante de la pantalla para devolvernos a esa blanda realidad de la vida cotidiana llena de miedos y sorpresas.

 

 





Rodrigo Cociña además pinta en el suelo sus retratos. Como un niño que pinta con tempera en su dormitorio. Ese detalle también es significativo en cuanto al cuerpo modelado ante el trabajo del retrato tradicional donde la postura corporal es de pie ante un espejo o ante un modelo.

Hacerlo en el suelo es la poesía de de construir la angustia del rostro empantallado y recrearlo en la inocencia del tiempo que le tocó a ese rostro, el momento que estuvo ese rostro al lado de otros, encerrado por otros y separados entre barrotes móviles de los pictures in pictures cual monos animados al azar dictatorial del mouse.

La pintura nos permite reencontrarnos en el vacío del ser auto filmados para un encuentro con otras y otros.La pintura entonces nos hace vernos alejados de esa lógica que determina el formato líquido y brillante de la pantalla para devolvernos a esa blanda realidad de la vida cotidiana llena de miedos y sorpresas. 





 

Ver todo este despliegue de imágenes congeladas de los rostros  pintados es impactante pues la pintura no deja de tener su sentido de gesto a tal punto que la des-figuración es finalmente lo desfigurado de la situación que la motiva, el modelo es ahora si, una razón para la disrupción y la rebelión urgente al dolor del encierro.

Y eso no es ni más ni menos la manera más precisa, noble y honesta de decirnos que nos necesitamos más que nunca.

 

Guillermo Grebe

elartwriter   

 

La muestra Piel Zoom de José León y Rodrigo Cociña

estará abierta durante todo enero de 2020

En la Galería Montegrande

Victoria Subercaseaux 295