Veo a unos títeres paseando por Avenida
El Golf, con banderas de la guerra de la confederación de EEUU, otros cercanos
a ellos fundidos en banderas nazis. Marionetas de la mezquindad, ciegos en su
apartheid de chiquilines con pataleta, aferrados a palos, esvásticas, capuchas
con pelucas de niños mal criados, corazas-escudos made in Las Condes. Todos
ellos levitan en sus nubes de un miedo tan feroz como absurdo.
Miedo a una página en blanco, miedo a
prolongar privilegios de imagen y lenguaje por sobre los demás, miedo al
futuro.
Todos en la misma balsa que naufraga en
la tormenta del país en llamas, un territorio
utópico que renace a pesar del Dantesco apocalipsis de los desesperados
con una esperanza tan vacua como inútil.
Nada más parecido a la magnífica obra
de Theodore Gericault “La balsa de la Medusa”.
Imposible no remitirse a esta hermosa
pintura que narra la historia de sobrevivientes arrojados de una balsa por las
olas en el mar de África Occidental terminando con la espeluznante muerte de sus
133 marineros.
El suceso fue una de las tragedias
navales más controversiales de la historia, con el naufragio, intrigas
políticas y canibalismo.
Todo empezó en 1815 cuando el rey Luis XVIII envió una flota naval, incluyendo el gran barco Medusa, a Senegal para reclamar la tierra de Gran Bretaña. Se suponía que iba a ser un viaje victorioso.
Todo empezó en 1815 cuando el rey Luis XVIII envió una flota naval, incluyendo el gran barco Medusa, a Senegal para reclamar la tierra de Gran Bretaña. Se suponía que iba a ser un viaje victorioso.
Pero la dramática escena que se desarrolló poco a poco estuvo impregnada de muerte: una embarcación varada cerca de la costa de lo que hoy es Mauritania, una balsa construida con la premura del naufragio y sobrevivientes desesperados enloqueciendo, comiéndose unos a los otros.
De quienes estuvieron a la deriva por 13 días en una balsa de 140 metros cuadrados, sólo 15 vivieron para contarlo.
En efecto eso sucedió, pero la historia
cuenta en un solo cuadro un momento especial; al fondo, en el horizonte casi
imperceptible, se puede ver un destello de luz, acaso un barco? Una luz de
esperanza de la salvación anhelada. Ese segundo congela toda la historia y la
somete a la humanidad entera a ese breve espacio de tiempo donde todo puede
irse al carajo en un abrir y cerrar de ojos.
Nos ven? Nos escuchan? Heyy!!!!
Acáaaa!!! Vengan!!! Estamos muriendoooooo!!!!
…Silencio. Nada. Esa luz está a cientos
de kilómetros de distancia. No nos ven, no nos escuchan.
Todo se fue al carajo. Derivamos,
Derivamos.
Nos comemos
Desaparecemos.
No existe nada más parecido a esta
historia que los manotazos de ahogados desesperados de los títeres que vociferan
Rechazo!! Para mantener un modelo que se muere a pedazos, cae por sus propios
barrancos miserables y avaros, sangra de narices este Marzo y Abril, cuesta
abajo en la rodada cual muerte anunciada, aún se aferran a sus gritos y
pancartas, pero ya nadie los oye, nadie vendrá a socorrerlos y terminarán
comiéndose entre ellos en sus rejas cerradas, abarrotados en sus parcelas del
miedo, procreando parentelas entre ellos mismos, conservando sus linajes
secretos cayéndose a pedazos cada día en soledad.
Los de la Balsa de los Rechazo verán la
luz desde lejos, pensarán que vienen por ellos, serán nuestros valientes
soldados? Serán nuestros amigos red neck con sus banderas de la confederación?
Por último serán nuestros pacos? (si esos, los pacos de mierda, los que siempre
los protegen contra los rotos).
Pero no, esta vez no.
La luz esta vez se inclina hacia el
otro lado del horizonte e iluminará a una bella durmiente llamada utopía que
estuvo congelada por más de 30 años y que despierta finalmente como un apocalipsis
con un final feliz.