“Lo que
espera al hombre que pierde su amor, cuando su mundo entero colapsa con la
velocidad de la bala de 9 milímetros atravesando el bosque de pinos, atrás, no
es previsible. A pesar de los años de preparación, de la comprensión y el
respeto total entre los dos, uno no sabe lo que va pasar después.
Allí
estuve, aún de pie, loco de amor, frente a un abismo sin eco ni vida.
Desbordaba de un amor que había crecido tanto que no sabía qué hacer con él.
Digamos
que me volví loco, que exploté, que volaba como cometa.
Empecé
a escribirle y a viajar.”
Theo
Vogel
Fragmento de El Amor de Theo
El Amor de Theo y el gran viaje
Tal vez porque nos distingue el miedo a la desconocida
muerte es que debemos vagar para entenderla entre luces y sombras, como lo hace
la fotografía que separa en pequeñas partículas inanimadas el universo que
creemos ha sido creado sólo para nosotros o para dos que han elegido amarse.
Tal vez porque despedir al ser que más amamos y empezar un
peregrinaje por el mundo para tratar de entender, encontrar respuestas, sentir
que esos pasos son registrados con una cámara de foto y escritos desde el desgarro y el
descubrimiento del infinito significarán un mensaje para los otros cuando en
verdad lo que envuelve ese gesto es responderse uno mismo el estado de la
pureza y nobleza del amor al otro como una aventura bendita que se trunca sin
pedirnos permiso y el dolor que entra nos deja sin piernas, brazos, espaldas,
pechos, alma.
Esa es una verdad occidental y es inevitable abstraerse de
ella.
Asimismo hay también un sendero caminado por los seres de
las sonrisas existenciales, aquellos que veneran la muerte como un estado de
iluminación y de consagración de estado de purificación y perfección de toda
una vida; los monjes budistas hablan de impermanencia, de que la vida es una
preparación para llegar al estado de nirvana y que este transito hay que
vivirlo con alegría.
Esa es una verdad oriental y es indispensable conocerla.
Theo Vogel, fotógrafo norteamericano vivió gran parte de su
vida en Francia, los más felices acompañado de su mujer Sabine, su compañera
que partió después de una triste enfermedad y se esparció por el cosmos como
sucede cuando parten los amores eternos, esos que se pegan al corazón como
arterias nuevas, esos que hacen que la vida se estremezca cada segundo cuando nos
miramos y nos descubrimos en el otro como espejos nuestros. La muerte tiene eso
de terrible, nos despoja de la maravilla, pero nos da un espacio vacío que es
necesario explorar y descubrir en lugares desconocidos, amables, tiernos y
nuevos.
Theo comenzó un proceso de encuentros con Sabine en esos
lugares.
Se propone un tránsito necesario para caminar con ella
aquellos lugares del deseo para dos, aquellos lugares del mundo donde podrían
caber a la perfección para seguir fluyendo, latiendo, compartiendo y
nutriéndose de la belleza de simplemente estar juntos.
Tailandia, Myanmar, Camboya, México, India, Bolivia, Chile, Perú,
lugares místicos y otros donde la vida transcurre de manera distinta, nueva,
fresca. Lugares para caminar con ella, hablarle al oído, decirle “mira amor lo que estamos viviendo juntos,
esto lo estamos mirando los dos.”
Todo este andar es una resurrección luminosa, delicada
y amorosa, partes de un infinito
destruido pero vivo y que Vogel registra en instantáneas que comprime en videos
con textos y su propia voz para ser luego compartidos con quienes están lejos
de el tránsito entre la impermanencia que olvidamos y la resurrección que necesitamos.
Todo pasa por un ying y un yang fotográfico; la luz y la sombra de un caminar
místico y solitario acompañado por el amor de su vida.
Hasta terminar en una serie llamada Lamentos e ilusiones, de
amor y de paz compuesta por 4 estaciones que registran este largo transitar:
Amor de Theo
Isla del sueño
Hotel Z
Costa brujas
Este es un ejercicio que pocos seres humanos hacen desde el
SER pues no sabemos que somos hasta que tenemos la perdida, hasta que vemos el
vacío de un precipicio inexorable. Hasta que no vemos el miedo a la soledad y
podemos reaccionar construyendo lenguaje desde el arte, o más bien dicho desde
ese vacío descubierto después de haber sido explorado.
Theo lo hace desde la fotografía, otros lo hacen desde la
oración.
En este caso son ambos en un solo concierto unívoco, bello,
de altísimo vuelo poético que se hace vida resurgida que se comparte de manera
generosa, sencilla y amorosa.
Las imágenes de Theo Vogel no tienen color, están ausentes
como la vida que hemos amado y lo que existe es la recreación de una realidad a
partir de cero, del líquido inicial, del útero mismo del laboratorio análogo y
el nitrato de plata.
Las tiras de prueba son los largos cabellos de la eterna
amada, la selección de las mejores tomas es una cena romántica para dos. El
resultado son fotografías que tienen 3 tonos: luz-sombra, blanco-negro y un
velo fantástico o fantasmal de un gris velado sobre ellas.
No son fotos en blanco y negro finalmente, existen en ellas
un componente que se atreve a superar la barrera ying yang, un tercer elemento
velado, un nuevo protagonista de lo que podemos reconocer como un objeto o
pieza monocromática; en estas imágenes hay una compañía externa entre lo que se
define como instante, toma y proceso. Hay un velo delicadamente oscuro que connota
un relato más allá de lo que estamos viendo.
Un paisaje, un árbol quemado, una delicada flor sobre un
puente, un lago, un camino, un buddha, todos tienen algo en común, una mano que
obtura junto a la de Theo, un o una ayudante, un espectro que mira con él
compartiendo la decisión que fragmenta el todo y selecciona el objeto visual
creando el silencio detenido y mágico que sólo la fotografía es capaz de
lograr.
Lo que está frente a nuestros ojos es un peregrinaje largo y
personal, de una intimidad que sobrecoge y anima a desentrañar los dolores para
convertirlos en un ejemplo de la existencia desde el amor al prójimo, al
compañero(a), al otro. Continuar el viaje con ese ser que amamos y que nos amó., que dejó en nosotros un
espacio fértil para continuar viviendo con otros seres y con ellos acogidos en
una suerte de oráculo iniciador de nuevos conversadores al calor de la suavidad
y la ternura.
Es un encuentro finalmente con la luz y que sin embargo no
deja de lado ese velo oscuro entre la imagen y el espectador, porque ahí se
precisa un lenguaje que diferencia una fotografía artística en blanco y negro
de una imagen pausada de la existencia propia de quien decide que captar, ese
ojo humano que cambia lágrimas por líquidos vitales congelando el aire en un
silencio que está lleno de voces que hablan distintas lenguas, distintos
sabores entre nuestro occidente rápido y sin memoria y un oriente que valora la
vida y la muerte como una unidad espiritual y sanadora.
La carga de un modo de mirar.
La obra de Theo Vogel
La obra de Theo Vogel es extensa y con una libertad creativa
que refleja una inquietud por la existencia de la vida y la ocupación de esta
en espacios íntimos casi invisibles. Parte de un plan que se establece en la
experiencia de lo que está frente a su cámara.
Según Susan Sontag la fotografía es experiencia capturada, y
la cámara es el arma ideal de la consciencia en su modalidad adquisitiva.
Vogel nos prepara series como cuentos consciente de lo que
desea decir. Sus imágenes son los relatos de una fracción de un segundo que sin
embargo son capaces de generar una historia con un antes y un después abiertos
a la interpretación de quien las observa. Las series Boilleurs de Cru, la Lucha
Libre y La Costa de los ancestros son un
claro ejemplo de ello. Allí la fotografía no deja de mantener su razón de ser
original pero propone oberturas de lectura dinámica al espectador; se ve lo que
se ve, pero eso es parte de una aventura que vale la pena seguir como si
estuviéramos frente a una película o una novela.
Hay aquí un peregrino que conmueve con su tránsito y su
capacidad de transmitir esa experiencia capturada como esas partes del mundo
donde podríamos existir junto con él, como su amada mujer o sus amores de
siempre, sus amigos, sus testigos.
Theo Vogel ha creado un camino muy personal pero que tiene
la nobleza y carga poética inconfundible para que todos lo sigamos en su
peregrinar.
El mundo es pequeño y cabe en un agujero dicen por ahí.
En este caso Theo Vogel nos muestra que puede ser tan
pequeño, íntimo, delicado y frágil que sería insoportable no vivirlo abrazado a
todo lo que nos conmueve y lo que amamos.
Guillermo Grebe Larraín
El Artwriter