sábado, 15 de abril de 2017

Theo Vogel: De la impermanencia hacia la luz de una resurrección


“Lo que espera al hombre que pierde su amor, cuando su mundo entero colapsa con la velocidad de la bala de 9 milímetros atravesando el bosque de pinos, atrás, no es previsible. A pesar de los años de preparación, de la comprensión y el respeto total entre los dos, uno no sabe lo que va pasar después.
Allí estuve, aún de pie, loco de amor, frente a un abismo sin eco ni vida. Desbordaba de un amor que había crecido tanto que no sabía qué hacer con él.
Digamos que me volví loco, que exploté, que volaba como cometa.
Empecé a escribirle y a viajar.”

Theo Vogel
Fragmento de El Amor de Theo


El Amor de Theo y el gran viaje

Tal vez porque nos distingue el miedo a la desconocida muerte es que debemos vagar para entenderla entre luces y sombras, como lo hace la fotografía que separa en pequeñas partículas inanimadas el universo que creemos ha sido creado sólo para nosotros o para dos que han elegido amarse.
Tal vez porque despedir al ser que más amamos y empezar un peregrinaje por el mundo para tratar de entender, encontrar respuestas, sentir que esos pasos son registrados con una cámara de foto  y escritos desde el desgarro y el descubrimiento del infinito significarán un mensaje para los otros cuando en verdad lo que envuelve ese gesto es responderse uno mismo el estado de la pureza y nobleza del amor al otro como una aventura bendita que se trunca sin pedirnos permiso y el dolor que entra nos deja sin piernas, brazos, espaldas, pechos, alma.
Esa es una verdad occidental y es inevitable abstraerse de ella.

Asimismo hay también un sendero caminado por los seres de las sonrisas existenciales, aquellos que veneran la muerte como un estado de iluminación y de consagración de estado de purificación y perfección de toda una vida; los monjes budistas hablan de impermanencia, de que la vida es una preparación para llegar al estado de nirvana y que este transito hay que vivirlo con alegría.
Esa es una verdad oriental y es indispensable conocerla.


Theo Vogel, fotógrafo norteamericano vivió gran parte de su vida en Francia, los más felices acompañado de su mujer Sabine, su compañera que partió después de una triste enfermedad y se esparció por el cosmos como sucede cuando parten los amores eternos, esos que se pegan al corazón como arterias nuevas, esos que hacen que la vida se estremezca cada segundo cuando nos miramos y nos descubrimos en el otro como espejos nuestros. La muerte tiene eso de terrible, nos despoja de la maravilla, pero nos da un espacio vacío que es necesario explorar y descubrir en lugares desconocidos, amables, tiernos y nuevos.

Theo comenzó un proceso de encuentros con Sabine en esos lugares.
Se propone un tránsito necesario para caminar con ella aquellos lugares del deseo para dos, aquellos lugares del mundo donde podrían caber a la perfección para seguir fluyendo, latiendo, compartiendo y nutriéndose de la belleza de simplemente estar juntos.
Tailandia, Myanmar, Camboya, México, India, Bolivia, Chile, Perú, lugares místicos y otros donde la vida transcurre de manera distinta, nueva, fresca. Lugares para caminar con ella, hablarle al oído, decirle “mira amor lo que estamos viviendo juntos, esto lo estamos mirando los dos.”

Todo este andar es una resurrección luminosa, delicada y  amorosa, partes de un infinito destruido pero vivo y que Vogel registra en instantáneas que comprime en videos con textos y su propia voz para ser luego compartidos con quienes están lejos de el tránsito entre la impermanencia que olvidamos y la resurrección que necesitamos. Todo pasa por un ying y un yang fotográfico; la luz y la sombra de un caminar místico y solitario acompañado por el amor de su vida.
Hasta terminar en una serie llamada Lamentos e ilusiones, de amor y de paz  compuesta por 4 estaciones que registran este largo transitar:
Amor de Theo
Isla del sueño
Hotel Z
Costa brujas

Este es un ejercicio que pocos seres humanos hacen desde el SER pues no sabemos que somos hasta que tenemos la perdida, hasta que vemos el vacío de un precipicio inexorable. Hasta que no vemos el miedo a la soledad y podemos reaccionar construyendo lenguaje desde el arte, o más bien dicho desde ese vacío descubierto después de haber sido explorado.

Theo lo hace desde la fotografía, otros lo hacen desde la oración.
En este caso son ambos en un solo concierto unívoco, bello, de altísimo vuelo poético que se hace vida resurgida que se comparte de manera generosa, sencilla y amorosa.













Las imágenes de Theo Vogel no tienen color, están ausentes como la vida que hemos amado y lo que existe es la recreación de una realidad a partir de cero, del líquido inicial, del útero mismo del laboratorio análogo y el nitrato de plata.
Las tiras de prueba son los largos cabellos de la eterna amada, la selección de las mejores tomas es una cena romántica para dos. El resultado son fotografías que tienen 3 tonos: luz-sombra, blanco-negro y un velo fantástico o fantasmal de un gris velado sobre ellas.
No son fotos en blanco y negro finalmente, existen en ellas un componente que se atreve a superar la barrera ying yang, un tercer elemento velado, un nuevo protagonista de lo que podemos reconocer como un objeto o pieza monocromática; en estas imágenes hay una compañía externa entre lo que se define como instante, toma y proceso. Hay un velo delicadamente oscuro que connota un relato más allá de lo que estamos viendo.
Un paisaje, un árbol quemado, una delicada flor sobre un puente, un lago, un camino, un buddha, todos tienen algo en común, una mano que obtura junto a la de Theo, un o una ayudante, un espectro que mira con él compartiendo la decisión que fragmenta el todo y selecciona el objeto visual creando el silencio detenido y mágico que sólo la fotografía es capaz de lograr.


Lo que está frente a nuestros ojos es un peregrinaje largo y personal, de una intimidad que sobrecoge y anima a desentrañar los dolores para convertirlos en un ejemplo de la existencia desde el amor al prójimo, al compañero(a), al otro. Continuar el viaje con ese ser que amamos  y que nos amó., que dejó en nosotros un espacio fértil para continuar viviendo con otros seres y con ellos acogidos en una suerte de oráculo iniciador de nuevos conversadores al calor de la suavidad y la ternura.

Es un encuentro finalmente con la luz y que sin embargo no deja de lado ese velo oscuro entre la imagen y el espectador, porque ahí se precisa un lenguaje que diferencia una fotografía artística en blanco y negro de una imagen pausada de la existencia propia de quien decide que captar, ese ojo humano que cambia lágrimas por líquidos vitales congelando el aire en un silencio que está lleno de voces que hablan distintas lenguas, distintos sabores entre nuestro occidente rápido y sin memoria y un oriente que valora la vida y la muerte como una unidad espiritual y sanadora.  


La carga de un modo de mirar.
La obra de Theo Vogel

La obra de Theo Vogel es extensa y con una libertad creativa que refleja una inquietud por la existencia de la vida y la ocupación de esta en espacios íntimos casi invisibles. Parte de un plan que se establece en la experiencia de lo que está frente a su cámara.
Según Susan Sontag la fotografía es experiencia capturada, y la cámara es el arma ideal de la consciencia en su modalidad adquisitiva. 

Vogel nos prepara series como cuentos consciente de lo que desea decir. Sus imágenes son los relatos de una fracción de un segundo que sin embargo son capaces de generar una historia con un antes y un después abiertos a la interpretación de quien las observa. Las series Boilleurs de Cru, la Lucha Libre  y La Costa de los ancestros son un claro ejemplo de ello. Allí la fotografía no deja de mantener su razón de ser original pero propone oberturas de lectura dinámica al espectador; se ve lo que se ve, pero eso es parte de una aventura que vale la pena seguir como si estuviéramos frente a una película o una novela.











Hay aquí un peregrino que conmueve con su tránsito y su capacidad de transmitir esa experiencia capturada como esas partes del mundo donde podríamos existir junto con él, como su amada mujer o sus amores de siempre, sus amigos, sus testigos.
Theo Vogel ha creado un camino muy personal pero que tiene la nobleza y carga poética inconfundible para que todos lo sigamos en su peregrinar.

El mundo es pequeño y cabe en un agujero dicen por ahí.
En este caso Theo Vogel nos muestra que puede ser tan pequeño, íntimo, delicado y frágil que sería insoportable no vivirlo abrazado a todo lo que nos conmueve y lo que amamos.


Guillermo Grebe Larraín
El Artwriter




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