jueves, 12 de diciembre de 2019

OASIS Y EL TÓTEM DE LA TRIBU


Hacía falta levantar la bandera en la plaza más alta del país, cual alienígena llega a la tierra cabalgando a lomo del caballo del Gral. Baquedano para que el despertar de Chile tenga el carácter de connotación simbólica completa inequívoca e indesmentible de que en lugar de zombies, el pueblo de Chile estaba más vivo que nunca.

Para eso era necesario gestar un símbolo, una obra que relate lo que se mueve de un cuerpo sin cabeza y al que le sobra el corazón y que destella cargado de rabia e impotencia exigiendo ser mirado y ser amado.
Un símbolo con sentido de ser, un logos que se cargue de coraje, conjuro y abrigo para  los inventores del momento. Un cuerpo de Obra que retrate la Gran Obra del despertar chileno.

Las obras del arte permanecen en cuanto son guardadas, estas en cambio no. Es imposible pues varían caminando en vida entre los pasos y los carnavales, pasan de mano en mano, de celular a celular.
Cantan, gritan, inventan mañanas, comercian sueños, entablan lenguajes secretos y completan un Guernica móvil perfecto  entre las lacrimógenas imberbes brutas y vacías que intentan dejar en silencio la música del estallido imposible e inevitable.
Hay un ritmo aquí que se mece entra la vida que se acelera para crear sus nuevos espacios de país y la muerte de la normalidad vacua disfrazada de dinosaurios en toque de queda. 





Las torpezas del sistema se chocan con la indestructibilidad de lo sembrado y acorralado por la tribu en su nuevo lenguaje cifrado: Las paredes hablan, las estatuas son soportes amables abren sus vestidos de fierro y se dejan manosear, los comerciantes veneran su orgullo mestizo unificado entre la tropa, las ventas de pañuelos del matapacos son parte de una indumentaria amada e idolatrada y los superhéroes criollos se abren camino entre las piedras y el guanaco.

El re-invento de un idioma que tiene palimpsestos en el grafiti sustenta la voraz realidad de la invisibilidad de tantos años en el silencio de las esquinas olvidadas, las plazas de tierra, las calles sin luz. Es necesario hurgar en estas huellas audaces aquello que no se ve o no se veía. Aquello que no tenía tele, no tenía prensa ni asistencia, sólo vagaba entre ellos y ellas en la desnuda tarde soleada o el barro depositado en los zapatos rotos de alguien que lloraba su miseria del olvido en aquella población lejana. El lenguaje es siempre el punto de partida de todo: lo que escribo es algo que vivirá después en la boca, los oídos se escurrirá desde la mente a las manos y actuará en los otros y otras y en todo.





El lenguaje en su forma es la primera parte, luego viene la yuxtaposición de las consignas, las teorías, las frases pal bronce y los clichés, también la deconstrucción de los eufemismos y las derrotas de las verdades de las elites como única voz mandante así como las consignas doctrinarias decimonónicas que empiezan a ser parte de un paisaje sin banderas alejadas de todo extremo o borde ideológico separatista.
Todo va trenzando un relato de lo nuevo sin más antecedente que la poesía popular más noble y pura que está enraizada en cada chilena y chileno que marcha y marca su huella simbólica del futuro negado y de la dignidad arrebatada.
Lo que va quedando en este paso es un dripping act sobre la estantería pesada del pasado y los símbolos de la historia que no les es propia por ausencia y por omisión de clase, es el des lenguaje del mal educado en sintonía con su verdad y su condición de tal, es la conexión barbárica con el presente que golpea fuerte a los ojos y por la espalda, es el amor al arte aprendido por azar del talento chileno, es el humor clandestino que va de boca en boca, de meme en meme, es la performance de las mujeres que apuntan al estado violador con el dedo, es todo eso y esa capacidad mágica y ancestral de los mestizos y los originarios de saberse que son parte de un mismo territorio llamado nación, país, tierra. Chile.  





Lo que sucede aquí es el día del punto final de la Dictadura de un modo de Chile.
Un modo que sólo veía con un visor de caballos de carrera que competían hechos unos locos hacia delante sin mirar para el lado, atropellando hacia una meta reservada solo para uno. Un modo que en menos de un mes se encargó del pasado adormecido y estalló abriendo las anchas alamedas desde el norte al sur, del oeste al este para llegar a la plaza, la digna plaza, convertida en el punto de encuentro de todxs.


Guillermo Grebe Larraín
elartwriter

domingo, 13 de octubre de 2019

Guasón. La sutil poética de los invisibles






“ Quienes andan por ahí asesinando a gente inocente, tres chicos jóvenes ejemplares de nuestra sociedad son eso; payasos!! Personas que no han sido capaces de llevar una vida decente como nosotros que si somos gente de bien y hemos hecho algo bueno para esta ciudad” Dice muy suelto de cuerpo en la TV el candidato a alcalde de ciudad gótica, el multimillonario A. Wayne.
Algo así como una lamentable senadora chilena de ultra derecha que hablaba de los patipelados, los de allá abajo, los que sólo valen cuando se pueden comprar con el voto, pero que en el fondo son la escoria necesaria para la “democracia”.

Hay aquí un detalle muy fino que verticaliza este film: La red que construye el discurso político y social es la TV. La política es una estructura que se sostiene ahí, en la mass media para provocar la sensación de que todo debe estar bajo control de quienes son merecedores de aquello; los que tienen poder, los controladores, los ganadores. Un puñado de legionarios de Wall Street que pueden salir a drogarse y emborracharse y envalentonarse para acosar a una solitaria chica en el metro y seguir siendo ciudadanos ejemplares para el resto.

¿Hasta cuando debemos domesticarte payaso?, ¿hasta cuando podemos darte gratis esos 7 medicamentos que tomas para tenerte bajo control?!!
Porque al final eres un gasto innecesario, así como tu asistente social, una ciudadana negra y pobre, que es clara cuando te dice: “Arthur, tengo una mala noticia; nos cortaron la subvención social, no podré seguir ayudándote. La gente como tu y como yo les importamos un bledo”.

Lo grandioso de El Guasón, más allá de Phoenix (punto aparte que más adelante comentaré) es su constructo vertebral anti sistémico total. Toma la matriz ética que sostienen las historias de comic y la da vuelta 180 grados para mostrar que siempre ha existido una lectura de la villanía y el heroísmo bajo un mismo color político y moral; el héroe es un ser alado con ultra poderes y el villano es un desquiciado anarquista que solo desea la destrucción y el poder para hacer el mal.
Batman es en realidad un hijo de papi millonario y desde ahí como Bruce Wayne conserva un respeto social como ciudadano ilustre, un filántropo, un hombre bueno que en secreto se convierte en murciélago que busca y derrota a estos terroristas del sistema, amenazas de la ciudad y sus habitantes. Esa es la historia, así es la vida que hemos leído y conocido. Finalmente los buenos son poderosos y los malos son la escoria.
Todo lo que nos contaron es una puta mentira; los buenos son aquellos que esconden, omiten, mienten, se visten de gala para mostrarse ejemplares y cultos, hacen como que dan pero luego te la cobran y te castigan. Los malos parten trabajando en lo que sea, caminan cabizbajos, arrastran sus pies como zombies, entran a la farmacia, sacan sus medicamentos para seguir esa rutina de mierda hacia el cadalso diario que continuará igual el día de mañana y mañana y mañana.

Así se instala esta historia; como un espejo que mira desde abajo lo que subyace como verdad absoluta arriba y se pone de frente como buscando una identidad y dignidad propia, dando exactamente lo mismo si existe algún grado de cordura.
Finalmente lo que aparece es una red social que se articula desde el hastío, el cansancio y una mirada común donde los patipelados-payasos quienes serán finalmente los héroes de sus mismas vidas.

Es todo al revés; se invisibiliza el individuo héroe que protege los bienes privatizados y públicos y se visibiliza el villano que gana su chapa sin quererlo en lo colectivo. Nada más anti liberal. Nada más contingente y rotundo.
No hay mejor carcajada al sistema que demostrar que ese colectivo no tiene nada que perder y si mucho que destruir por delante.
Finalmente esa elite de arriba lo ha engendrado. Se lo merecen.

La belleza que tiene esto es que la narración políticamente “incorrecta” es todo lo contrario; es perfectamente correcta!! Cuestiona todo, lo gira, lo invierte y deconstruye para instalar la insurrección como resistencia concreta de todo lo que sabemos o nos han hecho creer que sabemos. Es una historia real y carnal de los tiempos de hoy en donde el mensaje es: ¿hasta cuando lo soportarás si ya no te pueden domesticar? Quedaste solo, sin tus pastillas del aturdimiento. ¿qué puedes perder ahora? Quien sabe si lo que destruyes hoy es sólo tu presente de mierda y que lo que venga sea mejor para la sociedad? ¿Quién lo sabe?


Joachim Phoenix

El trabajo de Phoenix es para detenerse y observarlo en este contexto. Su guasón es el de una observación muy meticulosa que reúne estudios de variados sicotrópicos y sus resultados físicos y mentales en pacientes con patologías graves, construye su personaje desde una infancia de abuso y abandonos, la búsqueda de una identidad pero no como una redención sino como soporte de una personalidad que entiende la venganza como la única manera de ser y de estar. Su salvación es precisamente ser visible, que lo vean, que lo escuchen. Eso es algo que podemos analizar en un primer enfoque pero lo bello de su trabajo tiene que ver con otras variables más finas, más sutiles y que sólo son posibles gracias a una capacidad que va más allá del estudio y análisis académico de construcción de un personaje. Para mi manera de ver, su trabajo es el de un genio de la interpretación.

La carga simbólica de la tragedia escondida en el deseo del comediante es lo que carga este Guasón; su risa enferma esconde el llanto de sobrevivir así como un ente que pesa en un cuerpo frágil y cansado. Su permanente agobio y el maltrato por ser “anormal”, las sombras de su imaginación, sus deseos frustrados, la tarjetita que lleva como enfermo mental y que debe mostrar durante sus ataques de risa para explicarse, cada detalle es una poesía de la invisibilidad.
Otro punto que es imposible eludir es su trabajo corporal y vocal. Sus danzas delirantes con movimientos femeninos son una belleza delicada que abre un punto aparte; Es sombrío, triste y débil cuando vive medicado que es sometido y controlado. En esos momentos su cuerpo se mueve lento y torpe, su danza es un espacio triste de una libertad reprimida, es su secreto. Es colorido y fuerte cuando decide pintarse como payaso, su voz y gestos cambian, su mirada no tiene pánico de esconderse, su danza es en la calle, es libre y se siente alguien.



Phoenix finalmente no dibuja a un loco villano de un comic, se encarga de mostrarnos en cada segundo del film que estamos frente a esas personas que pasan al lado nuestro todos los días, aquellas personas que están solas y que nadie ve o quiere ver.
Los antítesis del éxito, los que llevan la carga del abuso y la condena de ser los perdedores del sistema en sus hombros, los apocalípticos payasos que sonríen con dolor.      

Por otro lado la dirección de Todd Phillips y el guión del mismo Phillips y Scott Silver, la banda sonora de Hildur Gudnadóttir, la fotografía de Lawrence Sher, van de la mano imperturbables, firmes, magníficas y seguras por un camino desbordante, alucinante y de un fatalismo con apariencia de renacimiento que la convierte en una obra magistral de arte cinematográfico contemporáneo.



Guasón (Joker, Estados Unidos/2019). Dirección: Todd Phillips. Elenco: Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Frances Conroy, Zazie Beetz, Brett Cullen, Brian Tyree Henry, Marc Maron, Dante Pereira-Olson, Douglas Hodge y Sharon Washington. Guion: Todd Phillips y Scott Silver. Fotografía: Lawrence Sher. Edición: Jeff Groth. Música: Hildur Gudnadóttir.

Guillermo Grebe
elartwriter

lunes, 2 de septiembre de 2019

Carmen Soria. El Pan nuestro de cada Vida


Hay quienes pueden no sobrevivir al terror de las ausencias, al silencio de las no respuestas, al vacío de futuro y a la idea de no país, de no territorio, de estar en la nada y simplemente dejarse morir en solitario puesto que cada intento es en vano tanto como navegar en solitario sobre un mar imaginado por compañías que no existen.

Y hay quienes pueden hacerlo enmendando pedazos de lo que queda, siguiendo las huellas de las madejas de lanas esparcidas en el tiempo, cerrando las cajas que contienen los cuadernos imborrables guardándolos como tesoros porque hay un futuro y en él habrá alguien que necesite conocer las historias silenciadas y silenciosas.
Hay quienes pueden reordenar las historias de los secuestros de la felicidad entre padres e hijos, entre hijos y padres, entre abuelos, abuelas, nietos y nietas porque han podido ingresar por otras puertas más ingeniosas, más generosas, inclusivas y amorosas y que hacen que cada perdida, cada ausencia sea parte de una misma cadena: una vida expandida en el otro u otra que se convierte en una verdad digna de ser contada.

Esto me pasa con la historia que acaba de contarme Carmen Soria con su tremenda y bellísima muestra “Pan de Vida” que hoy se presenta en el espacio “Aquí” en Antonia López de Bello 0112, Bellavista, Santiago.
Aquí es aquí y ahora, que mejor lugar que el antiguo taller de Camilo Mori para hacernos entrar en un túnel del tiempo donde el arte por fin se convierte en un mantra sanador, congregador, unificador y en este caso; esperanzador.

Pan de Vida se compone por una serie de trabajos magníficamente elaborados por Carmen tras un largo trabajo de investigación con la fundación de Protección a la infancia dañada por los estados de emergencia, p.i.d.e.e y que cuentan con la inspiración de un curador iluminado y asertivo como Felipe Vilches Rubio.  







Todas las piezas de la muestra parecen ser objetos encajados de un desencaje histórico, la historia nuestra, la de ella en particular, la de niños y ausencias, las del dolor encerrado.
En esta exposición sucede que desde su inicio lo que hay es una experiencia sobre otra experiencia: lo que evitamos hablar, lo que evitamos y negamos ver, lo que silenciamos después de la dictadura.
Eso ya lo hace un recorrido diferente y voluminoso en el despertar tan necesario como urgente en estos días.

Entramos a una sala intencionalmente muy iluminada en donde lo que hay son dolores encerrados en bellísimas cajitas mortuorias que incluyen el vidrio para integrarnos en esas muertes deconstruidas, en un nuevo y pequeño contexto que se construye entre detalles de micro funerales, ataúdes que son objetos de arte enmarcados cual pieza decorativa vintage,  muñequitas sin dueños ni duelos, clavos rojos, flores secas, pedazos y retazos de memorias sin memoria.
Nada aquí puede ser en blanco y negro, aquí hay luz y color pues las calaveritas de nuestro pasado aún nos rondan con las mismas urgencias de siempre; hoy más que nunca es aquel más temprano que tarde, y esta es la mejor manera de recordárnoslo.

Mundo de mierda? País de mierda?
Si. Y que hacer con los olvidos? Que hacer con los silencios?
Tal vez esta es la mejor manera de crear símbolos comunes que nos reúnan porque no hay nada más bello y efectivo que ordenar nuestro pasado en nuestros cajones del recuerdo pues cada vez que los abrimos salen las luces de las luciérnagas de pandora para revivirnos en un nuevo encuentro con aquellas verdades marcadas en nuestras vidas.
Esos son los resultados de lo que vemos y vivimos. Ahí se nos regresan Carmelo y tantos miles como él, y vuelven los niños y niñas que sobrevivieron a esas no respuestas para estar con nosotros y entonces podemos entender que Pan de Vida más que una exposición de cajas que contienen dolor, color y esperanza es un acto de fe y mágico amor por el otro, otra.
Es tal vez lo más humano y frágil que puede existir en un objeto físico y que podemos reconocer y adoptar como un objeto de arte.

Entonces ahí las cosas ya no son las mismas, el objeto no es el mismo, la intuición creativa de Carmen se entiende y uno entra en su historia con todo y con todas las otras historias que marcaron el dolor de los desaparecidos, torturados y asesinados por la dictadura esta vez con un color que ata todas esas penas desmenuzadas en pequeños deshojes, en grandes luchas de enormes causas esta vez atesoradas,  muertes en vida guardadas en transparentes cajitas de aquellos dolores pero esta vez con los colores de esperanza de otros y otras que acompañan ya no solo para el consuelo sino que para la creación de algo que puede ser mejor porque esta vez estamos todos y todas presentes en esos duelos.

El dolor suele ser un asunto vestido de negro, un luto permanente que queda anclado en el alma. La muerte es el fin de toda las búsquedas ansiosas de cuerpos, de abrazos, besos, miradas, diálogos. Las muertes de los padres y las de los hijos que desaparecen son las peores pues los vacíos se colman de impotencia si no pueden ser vistos en esos cajones con ventanillas colocados en el silencio mortuorio de las salas del funeral, los velorios tan nuestros se tornan acciones de cotidiano ritual entre penoso y folklórico.

Las ventanillas y esas caras apagadas que no devuelven las miradas a los ojos de quien las ve pareciendo buscar sin fortuna aquellas naves emocionales donde antes sucedían los milagros y las ternuras de los encuentros.
Entonces es un hallazgo saludable encontrarse con estas cajitas-ataúdes llenas de color, de retazos, de zapatitos que caminan solitarios, de ropitas de niñas y niños, de muñequitas sin ojos ni llantos, sillas y llaves, clavos, encajes, en estado de quieta y digna altivez que enfrentan nuestras miradas de frente, quienes nos quedamos y aún estamos viendo pasar la vida en este lugar.
Podemos ser juntos en ese dolor porque algo nuevo puede nacer de ahí, entonces lo hacemos propio, nos unimos en la memoria que es lo único que podemos mantener y conservar en pie a la altura de nuestros ojos, en cajas que guardan dolores multicolores y que cuelgan paradas en una pared frente a la luz que viene de afuera.







Esta exposición no es cualquier exposición pues tiene todos los ingredientes de una delicada y a la vez urgente necesidad de vernos de nuevo inmersos en lo que dejamos o vimos ir con la salvedad ahora de no culparnos y de no sobrellevarnos en el olvido.
Carmen Soria lo expresa muy bien con toda su historia arrastrada y con un amor que conmueve hasta los huesos; estar en sus zapatos y en los de miles de niños que no vieron a sus padres nunca más, duele, duele mucho pero duele muchísimo más que les duela a ellos y que tengan que sobrellevarlo en soledad en lo que llamamos “el país de mierda que olvida”.

Esta vez nos conmueve a todas y a todos porque vemos esos dolores moviéndose vivos en una esperanza enlazada entre quienes nos podemos ver, entre quienes estamos y quedamos para seguir contando nuestra historia.


Pan de Vida
Carmen Soria
Espacio Aquí
Antonia López de Bello 0112
Del 29 de agosto al 21 de septiembre

Horarios visitas guiadas por la artista:
Sábados desde las 15.30 a 18.30
Domingos desde las 11.30 hasta las 14 hrs

lunes, 24 de junio de 2019

Vilches Rubio. El Limpia Ollas




No es común que un artista escriba sobre quien escribe o critica el trabajo de los artistas. Es impensado y puede ser visto como un gesto de amiguismo para obtener pre vendas editoriales y ventajas de reconocimiento de algún galerista o coleccionista.
Lo que es común en este circuito de los egos entre quienes escriben, analizan, comentan, interpretan y quienes son objeto de todo eso, los creadores, es que permanezcan en un vaivén casi adolescente, la rencilla y la negación o bien la adulidad y el agradecimiento dependientes de si me gusta lo que escribiste o no.
Tonteras.
Un cúmulo de taimas y nubes que no vienen a ningún caso. Es decir; escribir e interpretar la obra de los artistas es una pequeña entrada al Infierno de Dante; entras ahí y sales renacido o no sales.

La crítica del arte es parte inherente de la filosofía, la sicología, la antropología, la estética, la semiótica y la historia. No es sinónimo del ayuntamiento del arte como si fuera parte de un sindicato donde todos deben votar para acordar algo que beneficie al común, no.
Simplemente es una prolongación del metalenguaje del objeto o producto arte que difiere o confiere, que agrega o disgrega, que aumenta o reduce.
Es la dinámica de la obra de arte exhibida y puesta en conocimiento.
Sin interpretación no existe el movimiento de una obra, sin hablar de ella y su pertinencia no habría posibilidad de contraste o de calce sincrónico con su época.

En mi caso particular el encuentro con este oficio relativo al arte, empieza en los años de Escuela cuando me reconozco tan vivo en la materia y en la praxis como en lo inmaterial de la teoría. Estética e Historia del Arte como materias eran para mi la columna que le daba sentido a lo que luego tendría que salir en el taller.
Pero también este oficio lo aprendí de quienes solían salirse del rebaño del hacedor y se colocaban en la vereda del pensador, el hincha pelotas, el que te dejaba la pesadez con una sonrisa sarcástica así como diciendo “aprende chico, aprende”.
Maravilla!!! Eran mis compañeros de Escuela, sobre todo Waldo Gómez y Rodrigo Vega a quienes escuchaba alucinado y expectante.

Entonces aparece la develación del arte como una ley convertida en acto de fe:
Una cosa es ser pintor, la otra es ser artista. La diferencia no es solo conceptual, es la tangibilización de un rol en la sociedad como alguien que tiene un oficio que sirve para catalizar algo que no se ve pero que existe y que los demás exigen conocer porque los involucra, los implica.

Así que la excepción confirma la regla; Esto es un asunto personal naturalmente. Es un tema que tiene que ver con un hallazgo entre el artista o pintor que hace y quien lo descubre, ahí se cuela un escritor que se pone con un espejo,  se produce una contrariedad establecida como parte del realismo mágico de quien lo provoca; Felipe “Filosofón” “Felipón” Vilches Rubio.

Conocí a Felipe Vilches gracias a mi oficio de pintor a través de las redes sociales, según él quería escribir sobre mi trabajo y hacerme un video. Nos juntamos, nos reímos, almorzamos unos ricos spaghettis y me hizo contarle toda mi vida.
A partir de ese momento aprendí que la relación entre un artista y quien interpreta de manera académica la obra era un juego permanente de lecturas cruzadas donde lo que había que atender eran la temperatura de los tiempos creativos y las relaciones tensionadas con uno mismo como un canal que expresa algo que es necesario para otros.
Eso en cuanto a mi como pintor o artista implicaba medir y mediar el acto de hacer y el de ser. Cosa no menor.

En cuanto a Vilches fue registrar por primera vez que tanto hacer como ser tienen una relación directa con un impacto real porque generan un lenguaje re construido que puede ser legible y por lo tanto se debe escribir sobre ello. El backstage de la obra en ejercicio requiere de un sapo, un merodeador, un espía noble, un hincha pelotas, un retador para que lo que se crea tenga un movimiento concreto y reconocible al otro lado del vacío que implica pintar de manera solitaria en un taller cerrado en la pre cordillera chilena.



Felipe Vilches, tiene sus historias a cuestas y un humor únicos, quienes lo conocemos damos fe que puede concentrar en un mismo minuto la emoción de ser amado y odiado al mismo tiempo.
No sólo es un ícono under de los 80s, filósofo especialista que merodea entre Heidegger el punk, un maestro alucinante que le dio el don de ser limpiador de ollas  y guionista alucinógeno de Takilleitor, la película menos normal de la historia de Chile (mal llamada la peor), sino que además como escritor ofrece un modo de comunicación que él llama “Atachament, recurso metafórico inalámbrico, libre y flotante”, una suerte de palimpsesto verbal donde incluye e involucra todo lo que dice bajo un barniz semitransparente que hace ver a medias y entenderlo menos, para finalmente descubrir que esa manera de decir y comunicar es una obra multidimensional en si misma y que depende de la otra, la que la inspira, la de la otra dimensión.

La lectura de obra entonces tiene un apéndice valioso en si mismo, único y “atachado”, una coraza protectora que la encamina a la metáfora de un túnel que obliga ir a encontrarla y meterse en ella no desde su valor artístico sino que desde su valor onírico y eso lo hace un interpretador de obras único, inédito y original.

Se mueve con la misma pasión y concentración entre una obra de Lepe, una de Lam y otra de Cociña como si fueran algo común escondido en los recovecos del silencio de los dibujos inocentes de niños que disfrutan del acto creativo así como de trabajos menores y que nadie siquiera les podría dar un segundo de atención. Vilches Rubio en cambio se interna como un explorer, un chico bueno y alucinado que intenta desenmarañar el caos de la belleza exactamente con el mismo vigor y compromiso que le confiere su calidad de limpia ollas, una suerte de brujo adelantando que prefiere sanar obreros del arte antes que enfermarlos de sus propias capas mortuorias antes de un posible fin “takillero”.

No es usual escribir sobre alguien inusual como Vilches, por eso este texto se convierte en un deber y una prolongación cómplice para citar y poner en conocimiento a alguien que calladamente anda detrás de lo que pocos ven, deambulando con su maquinita del tiempo captando de galería en museo, de taller en taller los trabajos de los artistas, siempre con esos ojos maravillados y la digna pobreza de la ausencia de lucas, enamorado del arte y la filosofía y aquellos invisibles gestos que casi nadie suele mirar en estos días llenos de efectismo artístico vacuo y neoliberal.

La pasión por la interpretación escrita de las obras de arte no sólo sirve para llenar las páginas oficiales de la crítica sobre la obra de artistas que “suenan bien” o son reconocidos por su trayectoria e influencia, a veces tal vez es solo eso; pasión y no necesita un órgano oficial editorial que la externalice sino más bien un recorrido temerario sobre un territorio donde se decante la magia de lo inútil que puede ser escribir sobre el arte y convertirlo simplemente en un inesperado y maravilloso escondite donde descansen las cosas inútiles que hablan de algo nuevo, algo de lo cual nadie puede hablar o escribir y que sale como un conejo blanco de un sombrero.
O de una olla limpia, como la de Felipe Vilches.


Guillermo Grebe
elartwriter
         

viernes, 7 de junio de 2019

Ciro Beltrán. El sinuoso camino de la palabra pintada


Mucho se dice sobre la pintura abstracta como la vocación de lo original o inédito que se expresa de manera libre y sin censura racional. El expresionismo abstracto depara más bien en lo que sucede entre el cuerpo que gesta de manera mecánica la pulsión de las emociones transformadas en colores que sacuden el soporte sin orientación lógica ni una reglamentación de la composición definida.
Algo así como una road movie painting, derecho y sin cálculos, derechito con destino hacia un horizonte sin final.

La pintura en esencia es eso; finalmente es un gesto no reparable que siempre transcurre entre un deseo retenido o no y un soporte que determina un campo al que hay que entrarle de alguna manera irreversible, atrevida y sin temor alguno.
Pasa algo parecido con la escritura, más derechamente con el género de la poesía. Las palabras están ahí flotando en la mente y sucede que la pulsión por tomarlas y desviarlas de la lógica de la retórica y las leyes de la redacción y de lo legible se convierte en un verdadero campo de batalla donde la sinapsis queda sin mayores opciones y entonces las palabras, las frases, los acentos, los énfasis aparecen distrayendo al lector cual manojo de alguna brujería que ha hechizado cada significado descomponiéndolo para generar otros nuevos esta vez cubiertos de un aura distinta que sólo se recompone en un acuerdo silencioso entre la poesía y quien la lee.







La obra de Ciro Beltrán está llena de palabras que no se ven, que no se leen como palabras físicas sino que como partes de un enorme y largo poema visual y colorístico. Habría que inventar entonces un diccionario beltranístico y eso es lo magnífico de su obra, es decir, de construir el lenguaje escrito y devolverlo en palabras, los trazos que se adivinen cual sinapsis repartida y descolgada de un poeta que pinta lo que escribe o escribe lo que pinta.

Beltrán pinta o dibuja poesía en una tela de lino, una alfombra que sometida a la pared supone al sujeto expuesto a un poema que se juega el goce del libre albedrío o la derrota de una censura editorial, o peor a la autocensura. Algo me dice que la pintura de Ciro sería en este caso parte de una diversidad extendida nueva inédita y libre del lenguaje escrito que sostiene y evidencia de manera muy prístina y equilibrada que es en la poesía el único lugar donde existe la verdad universal.
La poesía en estado puro es casi siempre una forma de describir un estado de instalación de una verdad irrefutable, una verdad construida por la palabra.







Aquí subyace la genialidad porque todo esto tiene que ver con la creatividad en estado puro; no es trivial crear poesía con el dibujo o los puntos que componen una línea o el color a secas, colores puros y planos como una letra, una coma, un punto o signo de exclamación o la fantasmagoría de una lengua muerta que revive porque se le da la gana.
Lo que hace Ciro Beltrán es nada más ni nada menos que inventarse un diccionario propio donde condensa el relato poético de manera críptica a veces y lúdica e interactiva en otras.

Pero sucede que cuando se escribe algo se debe tener en cuenta con que se escribe y donde se escribe, porque no da lo mismo dejar huellas y menos en la pintura. Finalmente la pintura debe sobrellevar la posibilidad de la conservación como objeto, en el letargo de un museo o en la pared egocéntrica de un coleccionista. La palabra escrita si no se estampa en un soporte es asunto del viento y muchas veces del olvido.
No es casual escribir con pintura sobre una cortina o una alfombra pues ahí se rescatan las palabras dichas, los susurros, el cantito bajo la ducha, el cuerpo de la víctima de un asesino serial que rueda sostenido en una alfombra cual rollo de pergamino.

Los poetas escriben sobre papel, cuadernos de ronéo o sobre hojas de hierba. Usan lápices verdes mientras azota el mar de Isla negra o bien pluma fuentes épicas y románticas y todo este magnífico evento entre la palabra y el aire finalmente debe esperar alguna edición que lo inmortalice pues hay un proceso que el poema no puede resistir y tiene que ver con la develación de la espera.
La pintura no sufre tanto para llegar a ser develada pero si atraviesa la dificultad de la representación interpretada, algo que la palabra sortea con relativa facilidad.

Y entonces resulta que ahí en ese trance en que se supone que las cosas se separan de la realidad es que toma sentido el arte como una acción humana tan concreta y natural como cualquier otra con la enorme ventaja que implica el hacer en la libertad más absoluta lo que al artista se le antoje.

La libertad del viaje dibuja un mapa propio
La libertad de tener una opinión de las cosas dibuja un pensamiento en forma de palabras sobre una pared o una micro, o un tarro de basura en algún barrio de Berlín.
La libertad de expresar el amor puede no tener algo legible porque en su lugar el amor se convierte en colores y formas.
La libertad del indigente que crea nuevas formas de contra cultura en un camino nocturno por las calles del Bronx de la mano de el hijo de un haitiano que duerme en una caja de cartón en el Central Park.
La libertad de estar vivo se encarnará en el ácido ribonucleico trazado sobre una tela de un chileno que pasea con deshechos y alfombras usadas por las calles de Berlín.


La obra de Ciro Beltrán empieza por un largo e infinito poema pintado y vuelto a pintar en un muro en la calle Simón Bolívar y Chile España en la década de los 80, tiempos en que la poesía estaba presa y por tanto debía reformularse en un símbolo que pudiera contener en si mismo la expresión de los deseos en la vía pública y la osadía del reinvento de una nueva sociedad.
El acto de pintar y volver a pintar y volver y volver a pintar el muro es la actitud del cabro porfiado, el estudiante silencioso, inteligente y rebelde de la Chile que nos decía a todos y a todas que con el arte no se juega pues es lo que quedará aquí a pesar de que lleguen los milicos a borrar y borrar y borrar ese muro. La distancia que hay entre el acto poético de pintar mil veces el muro es que el arte está en gestación de memoria permanente y el acto de borrar en estado de muerte terminal.




Este tipo de mensajes hacen al artista de tal manera que se convierten en una línea más o menos recta (o salvajemente sinuosa en el caso de Ciro) que de construye y recompone siempre como un palimpsesto que esconde otros muros de antes que hoy son nuevos muros, alfombras, cortinas, telas de lino tradicional, papeles, cartones después.
Tal vez y sólo tal vez, puesto que esta es una interpretación de un cuerpo de obra magnífico y maduro, es que ahí podamos des entrabar lo sensual de las formas y el color para adentrarnos en la profundidad del poema como poema.
Tal vez recién ahí podamos comprender la obra de arte como Obra de Arte y aprender de ella como una manera desconocida de salto al vacío que nos rescate de ese tedioso arte de hacer de lo mismo de siempre algo que no deja de ser más de lo mismo.

Postdata:
Ciro Beltrán es candidato a Premio nacional de Artes Visuales.
Para algunos es una desfachatez, una locura, una aventura, un impulso hippie y algo travieso, o algo simpático y colérico.
No lo sé, cada cual puede tener una opinión legítima y correctamente argumentada, pero para mí es simbólico porque es un síntoma de cambio de paradigmas.

Tal vez, quienes apoyamos su candidatura, hemos aprendido a leer de la Obra de Ciro Beltrán mucho más de lo que las palabras que conocemos nos podrían decir de ella.




Guillermo Grebe
Elartwriter