martes, 16 de octubre de 2018

Guillermo Lorca García Huidobro. La épica del gran relato contemporáneo


Hay muchas maneras de leer la pintura, aunque básicamente ésta no sea parte del terreno de las lecturas sino más bien de los fluidos orgánicos de quienes la contemplan. Emociones, rechazos, admiración, todos los sentidos en juego a partir de algo plano que no emite sonido y que sin embargo contiene la inexplicable carga de lo inexistente que se reconoce como familiar suspendido en aquel suspiro contenido o lágrima congelada, o boca abierta o la pulsión del escupitajo en la tela directamente.

La pintura es siempre una ventana que es imposible de abrir físicamente pero que sin embargo se sabe que lo es; una ventana puesta en un punto espacial que está a la altura de la vista humana para que sea comprendida en estado del karma de un viaje imaginario por un universo siempre nuevo, misterioso, fabuloso, onírico y al mismo tiempo político, contra cultural, incorrecto, críptico, inexplicable.

Hay la lectura académica; la de las técnicas que es la más aburrida de todas y en la que me da pudor meterme siempre. Esa me la salto porque me parece inaplicable cuando lo que yo deseo hablar es de un relato, de una historia, de una aventura visual contenida y congelada en un espacio bidimensional de grandes dimensiones;
Que no emite sonido
Que no tiene sabor
A lo más emite una luz externa que le rebota y un olor a barniz sobre ella. 




Para hablar de la técnica hay eruditos teóricos que se ensalzan de lo que saben por libros y estudios, pero para mí el más indicado para hacerlo es el propio pintor. Yo ahí prefiero escuchar y leer más que escribir.

No hablaré de la técnica de Lorca porque es reducirlo a un asunto que sólo los pintores y académicos podemos hacer en nuestros círculos ínfimos y que son muy relevantes naturalmente cuando se trata de comparar o competir quien es el que mejor pinta, quien la lleva, quien es el que merece el premio al más top, bla bla bla, y francamente me aburre mucho entrar en esa tediosa tertulia entre intelectual y sesgada aplicable a lo circunstancial del denominado mercado del arte.
A la gente le interesa ver-se en lo inexplicable del realismo supuesto e inorgánico que significa ser de este mundo o ser de aquel mundo intuitivo y silencioso e ideal que connota una obra de arte que lo emplaza, que lo implica.

La técnica de Lorca es superlativa, magistral, envolvente, admirable. Hasta ahí llego.
Pero no es solo su técnica de pintor lo que más me atrae de su propuesta; lo que me inquieta y conmueve es su relato y como a través de el me lleva a algo sensible y perdido en la pintura de hoy: la representatividad simbólica y su afinidad directa con la época (zeitgeist).

En la pintura de Guillermo Lorca García Huidobro existe un mundo propio tanto o más atractivo del como lo construye. Su pintura es la manera de contar ese relato de manera subversiva, a tal punto que puede ser tan inquietante e incómoda que es preferible quedarse hablando del Cómo más que de Qué o el Porqué. Es más conveniente decir que Lorca es un magnífico pintor realista y que su técnica y control del formato es genial para tapar de alguna manera lo que nos está contando.

La genialidad de Guillermo Lorca no puede reducirse sólo a su talento y a su autocontrol profesional que le sobran. Para mí su genialidad radica en la completitud entre lo que pinta y como lo pinta de la mano de una narración de una época donde se suelen eliminar y tapar contenidos incómodos y donde se tiene un pánico irrefrenable a lo intangible y al cambio de paradigmas.

Hablaba de la representatividad y su complejo vaivén relativo repartido en quienes observan lo que para mí es la decadencia de los imaginarios de las elites y sus placeres culpables respecto de lo considerado bello, ordenado y majestuoso.

No es cualquier cosa develar la monstruosidad del subconsciente a partir de la belleza de una pintura clásica que está construida a partir de todas las lecciones y ejercicios académicos de la pintura; Figura humana, texturas, telas, bodegones, paisaje. Lorca hace pasar colada una crítica ácida a nuestras oscuridades escondidas con la delicadeza de un hilo de seda que entra por el rabillo de una aguja.

En su obra viven la aniquilación voraz, el sometimiento al más fuerte, la carne débil alimentando la caza, las infantas pueriles inocentes al medio de un mundo de muertes y destrucción envueltos en la comodidad de una decadencia burguesa vacua y vacía símbolos de alguna epopeya triunfante del antaño monárquico o la oligarquía travestida y decadente que supone el inmaculado poder de no tocar nada que parezca vulgar o que transgreda la norma de comportamiento confortable y aceptable en el pacto social moralina y elitista que gobierna las buenas costumbres.





Lo que vemos en realidad son vírgenes expuestas a una violencia congelada entre lírica y concreta, como esas que te cuentan y no puedes creer pero que son. Vírgenes puras e inocentes, en su mayoría rubias y de situación social acomodada desconectadas del amor humano, cuidadas por mascotas o animales, encerradas en un dormitorio, solas, aunque puedan estar acompañadas. Telas, sabanas, camas abiertas, deshechos del sueño pueril vagando de noche entre bestias de verdad y de pesadillas húmedas y fálicas, campos silenciosos, árboles que son como el inicio de las Alicias para que ellas puedan viajar hacia la redención del viaje propio que no es más que escapar de una realidad fatal, aburrida, malvada que suele ser gobernada por los adultos contenidos y razonables.

Lo que vemos como las bellezas de Lorca es un espejo de nuestros propios monstruos construidos por el miedo, son las concreciones de nuestras apatías plagadas de silencios convenientes, de nuestros encubrimientos impunes, de nuestros deseos malditos, de nuestras emociones bipolares y de los pasos que nos negamos para crecer y avanzar en armonía con las oscuridades como las luces.
Al final nada es luz y todo lo es, nada es oscuro y todo lo es.

La narración de Loca García Huidobro es tan sólida como voluptuosa. Sus formatos no son azarosos, esto hay que mostrarlo en grande!! Los miedos son más grandes que sus propios dueños.
La travesía entre lo moderno y contemporáneo es tan asesinable como la demanda del pasado que rehuimos de cuando en vez empujados en silencio y vacío por la contradicción permanente entre el subconsciente y nuestra consciencia es lo que signa nuestras derrotas y desaciertos.
Lo que no tiene futuro, sólo contiene a un pasado en un presente que incomoda e incendia la consciencia hasta liberar el mal para convertirlo en un ingrediente más que nos toca vivir para equilibrarnos del infame positivismo circundante.

Lo que prima es un desconcierto inquietante al menos, esa cosa como que se va a caer, pero es sostenida finalmente por una muy fina y delgada línea invisible de quien sabe que cosa hace que el mundo que creemos perfecto puede desaparecer en cuestión de segundos, a la velocidad de una luz que se apaga apenas se aprieta el interruptor o algún botón rojo escondido en nuestras pesadillas.
Ese terror brota de lo que hemos construido en forma de muralla de contención de aquellas cosas que es mejor callar y ocultar para poder transitar sin mayores obstáculos los días y noches que nos componen.
Pintar eso para mí es lo más contemporáneo y revolucionario que existe.



Guillermo Grebe
elartwriter