jueves, 12 de diciembre de 2019

OASIS Y EL TÓTEM DE LA TRIBU


Hacía falta levantar la bandera en la plaza más alta del país, cual alienígena llega a la tierra cabalgando a lomo del caballo del Gral. Baquedano para que el despertar de Chile tenga el carácter de connotación simbólica completa inequívoca e indesmentible de que en lugar de zombies, el pueblo de Chile estaba más vivo que nunca.

Para eso era necesario gestar un símbolo, una obra que relate lo que se mueve de un cuerpo sin cabeza y al que le sobra el corazón y que destella cargado de rabia e impotencia exigiendo ser mirado y ser amado.
Un símbolo con sentido de ser, un logos que se cargue de coraje, conjuro y abrigo para  los inventores del momento. Un cuerpo de Obra que retrate la Gran Obra del despertar chileno.

Las obras del arte permanecen en cuanto son guardadas, estas en cambio no. Es imposible pues varían caminando en vida entre los pasos y los carnavales, pasan de mano en mano, de celular a celular.
Cantan, gritan, inventan mañanas, comercian sueños, entablan lenguajes secretos y completan un Guernica móvil perfecto  entre las lacrimógenas imberbes brutas y vacías que intentan dejar en silencio la música del estallido imposible e inevitable.
Hay un ritmo aquí que se mece entra la vida que se acelera para crear sus nuevos espacios de país y la muerte de la normalidad vacua disfrazada de dinosaurios en toque de queda. 





Las torpezas del sistema se chocan con la indestructibilidad de lo sembrado y acorralado por la tribu en su nuevo lenguaje cifrado: Las paredes hablan, las estatuas son soportes amables abren sus vestidos de fierro y se dejan manosear, los comerciantes veneran su orgullo mestizo unificado entre la tropa, las ventas de pañuelos del matapacos son parte de una indumentaria amada e idolatrada y los superhéroes criollos se abren camino entre las piedras y el guanaco.

El re-invento de un idioma que tiene palimpsestos en el grafiti sustenta la voraz realidad de la invisibilidad de tantos años en el silencio de las esquinas olvidadas, las plazas de tierra, las calles sin luz. Es necesario hurgar en estas huellas audaces aquello que no se ve o no se veía. Aquello que no tenía tele, no tenía prensa ni asistencia, sólo vagaba entre ellos y ellas en la desnuda tarde soleada o el barro depositado en los zapatos rotos de alguien que lloraba su miseria del olvido en aquella población lejana. El lenguaje es siempre el punto de partida de todo: lo que escribo es algo que vivirá después en la boca, los oídos se escurrirá desde la mente a las manos y actuará en los otros y otras y en todo.





El lenguaje en su forma es la primera parte, luego viene la yuxtaposición de las consignas, las teorías, las frases pal bronce y los clichés, también la deconstrucción de los eufemismos y las derrotas de las verdades de las elites como única voz mandante así como las consignas doctrinarias decimonónicas que empiezan a ser parte de un paisaje sin banderas alejadas de todo extremo o borde ideológico separatista.
Todo va trenzando un relato de lo nuevo sin más antecedente que la poesía popular más noble y pura que está enraizada en cada chilena y chileno que marcha y marca su huella simbólica del futuro negado y de la dignidad arrebatada.
Lo que va quedando en este paso es un dripping act sobre la estantería pesada del pasado y los símbolos de la historia que no les es propia por ausencia y por omisión de clase, es el des lenguaje del mal educado en sintonía con su verdad y su condición de tal, es la conexión barbárica con el presente que golpea fuerte a los ojos y por la espalda, es el amor al arte aprendido por azar del talento chileno, es el humor clandestino que va de boca en boca, de meme en meme, es la performance de las mujeres que apuntan al estado violador con el dedo, es todo eso y esa capacidad mágica y ancestral de los mestizos y los originarios de saberse que son parte de un mismo territorio llamado nación, país, tierra. Chile.  





Lo que sucede aquí es el día del punto final de la Dictadura de un modo de Chile.
Un modo que sólo veía con un visor de caballos de carrera que competían hechos unos locos hacia delante sin mirar para el lado, atropellando hacia una meta reservada solo para uno. Un modo que en menos de un mes se encargó del pasado adormecido y estalló abriendo las anchas alamedas desde el norte al sur, del oeste al este para llegar a la plaza, la digna plaza, convertida en el punto de encuentro de todxs.


Guillermo Grebe Larraín
elartwriter