miércoles, 31 de agosto de 2016

Andrés Manríquez. El caballero de la mancha



No podría hablar de la obra de Andrés sin primero dejar en claro que es mi amigo, mi ex compañero de los dulces y convulsionados años de la Escuela de Artes de la Chile en las Encinas en los años 80, y que soy un rabioso admirador de su obra.
Eso, para dejar las cosas claras.

Trataré de escribir siendo objetivo, porque amerita serlo y porque su obra y los ojos que la han visto lo merecen.
Los ojos en Berlín, en Barcelona, en París, en Santiago
Los ojos que revolotean la plaza Italia, los mares y caletas de Chile, el puerto, los campos, los árboles.
Los ojos puestos en aquellas partes iluminadas de los cuerpos de modelos en su taller.

El último romántico posmoderno, el caballero de la mancha y del caballete al hombro recorriendo el paisaje cruzado por una banda de pájaros sobre una cabellera coléricamente cana y revoloteada y con la mano nerviosa a punto de gatillar dos trazos de acrílico u óleo violento en el soporte de turno.
Este caballero pinta como los dioses carajo!!
Así suena desde el corazón, sale, brota natural cuando hablamos del Manríquez .
Es natural decirlo porque la pintura su pintura es tan atemporal como inclasificable.

¿Como saldría entonces si quien habla aquí es otro pintor?
No puedo sólo quedarme como un fan incontrolable, como hincha, como amigo solidario de sus inquietudes y quebrantos, sus humores y sus deshumores.
Me impuse la tarea de descifrar su pintura de manera objetiva, de poder interpretar sus pulsiones y poder dejarla transparente posible.

Historia. Años 80. Chile, Escuela de artes de Universidad de Chile. Eramos un montón de gallos y gallinas con esos raros peinados nuevos en un corral entre telas, oleos, médium, colores hechos a mano y piedras y barricadas. Carretes y excesos en el centro, parque Bustamante, barrio matta, Matucana. Arrancando e interpretando una realidad dura y dolorosa y luchando con medios tan surrealistas como el arte.
Nos veíamos luego en los restoranes de bellavista donde trabajábamos para hacernos unas lucas. Eramos parte de un club de invisibles jóvenes con cojones.

La llegada de la pseudo democracia (prefiero decir el termino de la dictadura porque eso es más nuestro) coincide con los egresos y con eso las separaciones naturales, cada cual dibujará desde ahí su destino. Ahí el Manríquez parte a navegar por el mundo y el Grebe se quedará en Chile.
Hasta 30 años después
Que nos volvemos a encontrar con el Caballero de la Mancha.

Como pocas veces el ayer se me convirtió en una metáfora de un tiempo impreciso. Algo así como un desafío físico cuántico al barroco, al neo clacisismo,  al siglo de oro español,  a Florencia y sus desnudos en la Plaza Mayor ahí entrando en el Ufizzi, a los primeros impresionsitas con Pisarro de la mano.
Y claro, todos estos momentos de la mano manchada de Andrés.



Pero yo miro de reojo esos cuadros en su taller
Y ahí empiezo una historia aparte
¿Como es este Andrés que pinta ahora?
Salta entonces como conejos en el aire la memoria de un tiempo vivido mezclada amargamente con el nuevo enérgico y rabioso de los días que hoy nos abrigan, en nuestro país adormecido y zombie, y donde nos cuesta cobijarnos en el humor, aunque no desdeñamos los esfuerzos porque sería imposible.

Entre los recuerdos, los pasillos en las Encinas, el casino, los divertidos y raros  personajes de la época, el café y el té en la pequeñita mesa redonda con cuidadoso mantel observo las manchas del caballero, los trazos que le dan movimiento a lo estacionado. Las luces del momento captadas con magistral naturaleza, traducidas en el neón de un acrílico rabioso puesto ahí con una brocha no menos atrevida.
Son cuadros de formato pequeño, otros medianos y los más grandes de no más de 120 x 100 cms. En todos estos formatos la pincelada es adecuada, orgánica y sensual.
Las pinturas de Manríquez son respetuosas de si mismas y de la honestidad y veracidad que las motiva de tal manera que es imposible disgregar la triangulación mínima exigible entre la técnica, el relato y su autor. 


Una esquina en Valparaíso como fracturación urbana en el paisaje es tal, es así como se pinta, Manríquez respeta el movimiento en su caos genésico.
Lo mismo sucede con las marinas y los cerros, habituales compañías del pintor romántico del sigo XIX y enigmas infinitos en la historia del arte, incluyendo en esto naturalmente los cambios de folio entre Constable y Turner, pasando por Millet y Van Goch hasta Cezanne quien convierte la contemplación larga y amable de lo que vemos en una obturación salvaje de una milésima de segundo que capta la luz y las sombras, tal como lo haría una fotografía.

Es entonces que el deseo de buscar más allá del desenfoque de las distancias naturales que se producen en la dimensión compleja que el ojo recrea enfrentado a la inmensidad, no es útilitario en el mundo donde el paisaje está intervenido y contaminado de un ruido que lo hace muy poco amigable y a veces inhóspito.
Aunque eso a Andrés Manríquez le importe nada.
Por suerte.

Giro un poco más la vista y aparecen las cafeteras que son objetos del silencio pintados varias veces. El silencio es un asunto coral aquí!! Es como que resonasen miles de cafeteras a la vez con ese pitillo fastidioso que avisa la ebullición. En este caso son teteras del clásico diseño italiano, muy comunes en casi todas las casas, pintadas en verde, rojos, púrpuras, negros, ocres, etc.



Curiosamente esas teteras no suenan, obligan estar atentos a que no lleguen al punto de  hervir. La revaloración de estos objetos rescatados de su silencio puestos ante el observador reiteradamente como una serie de pequeños niños cantando un cannon o bien fotogramas de una escena doméstica in crescendo en alguna azotea de un departamento en el Trastevere o en Santiago.
Estos detalles de la vida cotidiana y que están cien, mil veces anclados en las historias de las personas, son tan insignificantes como magníficos y tan reales que llegan a ser ficciones si se nos devuelven pintados como lo hace Andrés.

Después de salir de estos pequeños mundos a punto de ebullir puestos frente a mí por el caballero de la mancha pero de felíz figura, aparecen los cuerpos desnudos de los modelos que suele pintar en su taller; hombres y mujeres, jóvenes, bellos, posando de manera clásica y no puedo evitar devolverme a los tiempos de la Escuela, pero no solo a los que podrían referirse estrictamente a lo académico.


Nuestros tiempos de estudiantes estaban compuestos por un dicotómico afán de escapar o quedarse para reventarse; eramos jóvenes en estado de queda, teníamos un milico en cada esquina y nos queríamos rebelar, mandarlos al infierno de una vez y rápido, bien rápido y luego salir de aquí a conocer de que va el mundo, sobre que lomo de unicornio había que montarse, quienes eran los poetas, los que hablaban las cosas indispensables.
Tal vez esa sensación del encierro y de no mundo hacía que pintaramos tan rápido, porque la vida estaba en otra parte y había que ir a buscarla antes de morirnos en el intento.

Los desnudos de Andrés me evocan aquello; cuerpos en una sala montada para el estudio de la luz y la sombra sobre las formas y un pintor resolviéndolo magistralmente en tiempo record porque está a punto de arrancarse a hacer un paisaje en una caleta en el sur, trepado arriba de algún techo cerca de las nubes llenas de vapor, o en Valparaíso caminando hasta detenerse para poder bajar de su mochila su atril y sus materiales porque está a punto de pintar una breve acuarela de 10 x 10 cms.

O quizás nuestro Caballero de la mancha baje de la montura de su unicornio fascinante porque hace rato encontró en si mismo al poeta, el que habla y pinta lo indispensable, 
aunque él diga que es un simple obrero encuevado en su mundo de colores.

De todos modos Quijote u Obrero en ambos casos, nos hará felices.


Guillermo Grebe
Artista Visual

lunes, 22 de agosto de 2016

Marcial Ugarte, En este lugar distinto infinito


Transitar la realidad con ese ojo aparte en la mano, ese que se esconde en un aparato que cuelga del cuello, expectante, esperanzado y ansioso de que ocurra el acontecimiento momentáneo como fiera que espera su presa llamándola sigilosamente “ven momento, ven” debe ser lo más parecido a la locura mesiánica de creer que el tiempo, la luz o la ausencia de ella, el espacio, los personajes, las viviendas , el clima se detuvieran para siempre sólo para ser raptados para ser congelados para siempre por los llamados cazadores de la imagen.

El fotógrafo es un animal que anda suelto por las calles, los desiertos, las aguas, las cumbres, las ciudades, los rincones, el cielo, la tierra. No hay límite espacial ni detalle que pueda quedar libre de no ser valorado de manera distinta gracias a esa unión férrea y cómplice entre un acontecimiento y la inspiración justa de la obturación o el silencio pasivo y quieto de un paisaje y el trabajo de reinventarlo.

En Cartier-Bresson o Doisneau habitaba ese ser salvaje tras el momento preciso, el lente siempre atento delante del ojo, la mano rápida y lista para hacer que lo que se captaba tuviera esa mágica cuota de eternidad que extiende para siempre la fracción de un segundo. Para Strand, en cambio, la espacialidad y el tiempo estaban constituidos de tantos momentos secuenciales que requería preparar la escena, modelar el momento y esperar que lo que se ve sea una fotografía compuesta detallada y a la vez rotunda de verdad.
En ambos casos los fotógrafos se desenvuelven construyendo el universo paralelo de las realidades que se cuelan entre todos quienes no somos como ellos; los que pasamos sin darnos cuenta que cada momento es un segundo de historia que ya pasó, que somos protagonistas de ello y sin embargo lo descubriremos por azar y si tenemos suerte de estar vivos o bien lo descubrirán siglos después quienes nos sucedieron.

Los seres humanos dejamos huellas. Lo sabe la naturaleza, queda en la historia registrada pero antes que eso lo saben los fotógrafos.

Creo que el mundo en el que viven los disparadores del flash, los cronistas, los reporteros, los paparazis, los que esperan días a que llegue el momento preciso, es un mundo donde el espacio se detiene lleno de silencios y vacíos para luego llenarse de sincronías misteriosas y exultantes de algarabía.
Un mundo extraño que se cuenta desde el revés, desde lo opuesto de la caja negra que invierte el lado derecho en el izquierdo y viceversa.
El mundo de los espejos invertidos, de los reflejos imborrables e inevitables de quienes somos y que es en realidad lo que nos cuenta lo que nos rodea.

Pero también existe la alternativa del sueño, la de la transferencia de una no- realidad que se interpreta de manera atrevida y que llega para ser comprendida como una inmersión a una realidad tan necesaria como saludable. Aparece como una alternativa concreta y palpable que todo lo que miramos es una gran extensión impermanente y circular de una belleza que nos convierte en comunidades normalizadas en el complejo mundo real.
Le llaman surrealismo para poder explicar lo inexplicable, algo tan humano como comer o dormir. Yo diría que es el contenido de una nueva historia para quedarnos más despiertos que dormidos, algo así como un cuento para niños permanentes. Un poco como lo hace Marcial Ugarte.


La obra de Ugarte se compone de bellezas reunidas que co habitan el espacio del silencio tan naturalmente que no pueden ser surrealistas. Llamarlas así es explicarlas, darles una lógica innecesaria porque no se deben explicar ni objetivizar, simplemente son belleza en estado de gracia y poesía silenciosa a punto de movilizarse, aunque eso nunca lo sabremos.

Sólo se puede coincidir que los elementos muchas veces no coinciden, que las nubes son imposibles, que no puede existir tanta perfección entre la soledad y el desierto, que la verticalidad de un lobo marino y la nube y una línea de horizonte no son así, que un conjunto de casas apiñadas es una composición hecha fuera de la fotografía.
La respuesta a eso es…¿y porque no?

¿Quien dice lo que es real, lo que el momento es para uno vale lo mismo que para el resto?
¿Quien dice que la realidad no es retocable?
¿Quién tiene la verdad?
¿Los que no se dan cuenta de que van por el mundo y son historias o los que van tras de uno ocupados de contar lo que nunca sabremos que hacemos?

Los testigos especializados en la realidad, los que andan con ese aparto colgando en sus cuellos tiene para mi una gran ventaja al respecto.

La belleza existe para ser vista y mejorar la respiración.
Y sobre todo para desempolvarnos de la depredación del uno contra el otro y de la fealdad y tristeza que implica eso.

Marcial ha optado por construir la belleza porque no hay otra razón de ser que desde una relación tangible con lo onírico, no como un escape, si no como una forma de estar consciente de la necesidad imperiosa de belleza en estos lados del mundo.
Sus congelaciones de momentos o raptos de la existencia humana conviven de manera poética entre una espacialidad aparente y reconocible con descendientes de algún oráculo numerológico o geometría aurea y espontánea por un lado y la capacidad genial de poder sumar elementos constructivos que lo convierten en un autor absolutamente necesario más hoy que nunca.

La realidad o lo que creemos que es, se llena cada día a cada minuto de suciedades, de horrores, de unos comiéndose a otros, de egoísmos, de corrupciones, de poca amabilidad, de agresividades. Y al mismo tiempo en otros lugares y segundos está llena de amores, ternuras, lealtades, compañerismo y bondades.
La realidad no es más que una trampa de ubicuidad de las cosas. Una manera algo básica y frívola que sirve para explicarnos algo que no es necesario explicarse porque no es, no existe.
Lo que existen son momentos fugaces y multidimensionales.



En ese mundo recreado por Marcial Ugarte podremos vernos aislados, solitarios, esperando algo inútil tal vez y o bien ser un enorme regalo que nos tranquilice y nos de algo de paz.
En esos mundos de Ugarte estamos rodeados de un respiro silencioso, de espigas que se mueven al viento y que tenemos la dicha de sentir, de nubes inmensas que llegan solo para nosotros, de desiertos llenos de flores cíclicas, de mares amables y calmos, de espacios perfectamente diseñados para ser habitados, de sincronías perfectas. De descansos, de poesías inconclusas, de congelamientos premeditados, de partículas de átomos visibles que suponen el universo y se transforman en miradas al infinito, en barcos lejanos, en horizontes perfectos, en sombras proyectadas que traen vidas.

De todas aquellas cosas que deseamos mirar y que la velocidad del presente logra opacar porque hace  olvidar que la fotografía es narrar el pasado que acaba de irse hace un segundo atrás o puede también ser un tiempo narrado estable y permanente para los próximos minutos, días, años.

Esto último claramente es el terreno de Marcial Ugarte; El de la imagen que narra las maravillosas soledades que desafían la tristeza rodeadas de la inmensidad de la pura belleza.
Para que no estemos más solos

Para que tenga sentido la congelación prolongada de un momento que nunca existió pero que es tan real como el deseo de que exista.



Guillermo Grebe
Artista Visual





sábado, 20 de agosto de 2016

6134 libros embarrados o como leer bajo el agua.


Abril del 2016, Providencia se une al río Mapocho en un solo cuerpo por culpa de la negligencia y patético cálculo de unos miserables ingenieros que se creyeron más importantes que la naturaleza y que por hacerla corta, fácil y barata no hallaron nada mejor que parchar de mala manera un dique de contención que sólo sirvió para que el torrente del río subiera y cayera libremente por la cuenca, las calles, las avenidas de la comuna de Providencia. Se deslizara libre bajo los estacionamientos y los departamentos de los vecinos del sector, y además inundara implacablemente los edificios comerciales que son el sustento de muchos comerciantes pequeños, ahogando para siempre sus esfuerzos e inversiones.

El gran edificio-falo en medio de la tragedia, testigo inmutable y víctima también aunque salvado por el milagro de estar por sobre todo y sobre todos. Enclavado en el business center de Santiago con su dueño indolente, inmutable, diciendo que todo se solucionará a la brevedad, como si él fuera el dueño del país completo. Ese mismo dueño del edificio mall donde se han suicidado hasta la fecha más de 7 personas lanzándose al vacío como si la muerte tuviera solución porque se tapa y la vida fuera una rutina pegada con alquitrán bien negro en el alma de los habitantes persistentes y permanentes transitando con sus bolsitas y sus deudas en el gran mall que hizo que la zona entera se adecuara a él.
El estado chileno culpando a la empresa de ingeniería y lavándose las manos cual Poncio Pilatos.
Porque es importante consumir
Es importante consumir-se.

Ese día se ahogaron muchos sueños y esfuerzos, algunos en vasos medio vacíos y otros en toneladas de lágrimas en vasos repletos de angustia, ira y dolor.

Ese día como nunca quedó a la intemperie este país dividido entre la mediática y expuesta prepotencia del poder y la invisibilidad de los que restan.
 Los que perdieron, lo perdieron todo. La empresa responsable no respondió y como ya todos sabemos, no responderá jamás.

Se espera que el olvido sea como el río y se lo lleve todo rápidamente, como es costumbre en el país de los inmemoriados sin luz.

Pero no, no ha sido así.
¿Al olvido? Jamás!!
Catalina y Laura Infante, dueñas de la librería Catalonia, se encargaron de crear un muro de contención para quienes aman las letras, para quienes escriben y quienes leen, para quienes imprimen y empastan, para quienes ilustran y conceptualizan en imágenes lo que está escrito, porque en lugar de quedarse con el fango de la indolencia y la angustia de las perdidas prefirió filtrar la mugre y convertirla en líquida transparencia renacida.

Porque no son solo libros los que se ahogan entre el barro y la mierda, también  se hunden para siempre la imposibilidad de leerlos y tenerlos “quienes formamos parte de ese mundo paralelo, ese que contempla al otro para construir comunidad, y que a través de la literatura y el arte siente que el mundo puede ser un poco mejor para tod@s” como bien dijo Catalina Infante en sus discurso el día de la inauguración de esta bellísima exposición.
















Re-lectura después de la embarrada

Hay un después de todo esto porque en el antes los libros y las lecturas siempre han sido parte del terreno del conocimiento, del debate, del aprender, del pensar,  del dudar. Libros y lectores forman una sociedad de un enriquecimiento incomprensible para quienes creen que enriquecerse es un asunto concerniente al dinero.

Leer es enriquecerse pero en la vereda de enfrente, esa vereda llena de barro, la invisible, la opaca, la under. Leer es ser como un millonario subversivo  en la clandestinidad.
Leer es peligroso, esto no es nuevo. Por siglos muchos libros prohibidos caminaban esposados a sus propias hogueras como criminales responsables de revueltas indeseables para la sociedad.

Pero como dije, hay un después siempre. Un después inevitable y que llega brillante de luz en el trabajo de 50 artistas inspirados por un llamado magnífico y memorable; esta vez hay que rescatar del barro las letras, los dibujos, las líneas, los poéticos paisajes del nunca jamás y exponerlos como restos dignos de un fallecido limpio y despojado de sus deudos pero reencarnado y reluciente.
Libros fallecidos limpiados por el agua nueva, como un rito sagrado y congregador que nos habla de leer bajo el agua, un agua quieta y mansa.

Leer bajo el agua es ahora la única metáfora que quedará viva en cada uno de los que han perdido un libro en el barro, gracias a esta muestra que cuenta con la brillante  curatoría de Fernando Andreo llena de inspiración y creatividad y de una notable capacidad de producción y organización de Alejandra Tala quienes congregaron a grandes artistas plásticos chilenos que en un tiempo record de un  mes lograron re crear las lecturas perdidas de 6134 libros embarrados.

Porque no hay otra razón de ser de un libro que la existencia de alguien que lo lea. El sentido relacional es lo que se rescata en esta genial muestra.

Entonces ahora estarán aquí inmortalizadas las Ofelias entre poemas salvados de diluvio de las lágrimas de los amantes desilusionados, ahí las espadas de reyes imberbes que atraviesen la inexistencia de lo que nunca sabrán. Los Neo paraísos que nos manchan con asco, ahí entonces los white dripping llenos de inmaculada cal salvadora, no podrán ser como las bellas y silvestres lágrimas renaciendo en forma de semillas verdes llenas de vida de aquellos libros,  aquí donde el rey es una pequeño infame ignorante improvisador sin alma, donde la cultura es bajo el agua y para liberarla debemos tener hilos de oro, aquí donde la bandera del país es una especie de mueca triste llena de cuadritos pintados con amor sobre las letras, las estatuas de las fronteras tendrán solo sentido si las llenamos de letras y pedacitos de libros salvados porque demarcarán lo ilimitado de nuestras existencias,  las páginas sueltas en el viento volarán para vestir aquellos maniquíes sin vida de ese mall de mierda y tendrán la marca indolencia en lugar de París o Ripley para siempre, esas páginas sueltas ordenadas de nuevo al azar amoroso pero de ciego que alumbra, páginas con el jardín de las delicias iracundas y solitarias.

Entonces ahora esos libros se nos harán lo que han sido siempre; amables compañeros de rutas imaginarias, serán las ficciones que nadie nos robará, son nuestras ficciones en este mundo lleno de realidades vacuas, serán nuestras tablas de salvación, nuestros neumáticos salvavidas de un Mapocho que cada cierto tiempo nos dice que solo somos seres humanos habitando sobre él.
Pero tenemos la ficción, la aventura, la poesía, la fotografía, la tenemos aún.
Sin barro ahora
Con agua amorosa y quieta.
Porque esa agua es nuestra aunque la realidad y los tribunales nos digan que alguien la ha comprado, es nuestra como la ficción y la poesía de estar vivos amando aún este valle de Santiago tan injusto a veces y tan bello y amable otras.

Entonces nuestros ojos para leer de nuevo todos estos libros será el agua nuestra de cada día.
En frente de ellos pondremos nuestros libros de barro renacidos en obras de arte
Y los leeremos de nuevo una y otra vez.

Aunque no les guste a los otros, los de la otra vereda.


Guillermo Grebe

viernes, 19 de agosto de 2016

TEST DE CABEZAS (SAZEBAC TEST)




Un caos enfrenta el autocontrol
Nada lo estig-mata
Hay un espejo en escorzo invisible
Se repite la mariposa
Se duplica el manchón
Un oso abre sus fauces
Un bodegón desaparecido no es una muerte de la naturaleza
Entra un Rodrigo
Sale un Cabezas
Se esconde un Rorcharch asustado y niño
Un terapeuta divaga en el vacío derrotado

Todo tiene un reflejo de lo mismo
La mitad es una ideología trazada y ficticia
El color es un botón repintado
Y es un carnaval que salpica como una sangre flúor
En el lugar gris se libra una batalla porno picto gráfica
El ADN abre su pecho como si fuera la camisa de un Superman
A veces, en el medio, puede verse algo entero
Otras veces lo entero está partido en dos

Lo que tienes en frente de tus ojos
Es pintura a medias a veces
Es pintura mediada otras veces
Es pintura a secas,
Siempre.

Ok?? 





Guillermo Grebe Larraín


miércoles, 10 de agosto de 2016

Nora Unda. La moldeadora del color salvaje

La plasticina desaparece de las manos y de la noción de hurgar la dimensión desconocida a muy temprana edad, es como matar escultores y escultoras prematuramente. Como si hurgar con las manos entre el aire y la forma sea un antecedente de algo prohibido de explorar en el futuro.

La plasticina es para niños y niñas.
Es un material que dura lo mismo que un ser humano entre el kínder y el primero básico de la escuela. Luego se seca, se agota, aburre.
Pasa al olvido de inmediato hasta que aparecen l@s niñ@s y se convierte en buen regalo entre los 3 a los 5 años.
Didáctico dicen los maestros del kínder.

La cosa esta del arte y el artista es un asunto de adultos para adultos o más bien de adultos regresivos activos para adultos que avanzan pasivos. El ritalín no aplica en todo caso, la pugna entre obra y observador es la misma equidistante entre objeto y sujeto con un aire de respuestas en el aire y preguntas muchas veces mal hechas. Es un asunto paradójico ver como los niños se portan tan bien frente a una obra de arte, pareciera que traen esa pasividad opaca de los grandes y la imitan sin chistar, la diferencia eso si, está en las palabras; se verbaliza en las preguntas.
Aquí las preguntas son lo más notable entre objeto y sujeto, ya no quedan en el aire. Son las mejores, las de los niñ@s. Las respuestas se convierten entonces en un desafío mayor.

Entonces tomar la plasticina y crear una paleta de colores con ella, trabajar moldes, meter los dedos con precisión de catedral, aplanarla, usar el uslero para adelante y atrás, los dedos en círculos viendo como se estiliza la masa hasta llegar a tener punta,  usar esos moldes de plástico que crean filigranas regordetas, pegar una tras otras sin manchar, luego buscar esos pedacitos alargados redondearlos y hacer coronas, pétalos, ojos, es meterse en un mundo olvidado, un propio jurásico.
Tener como herramienta para trabajar obras de arte una caja de Fisher Price es un asunto descabellado, pero es un poema sobre la niñez inevitable e inexcusable.



El trabajo de Nora Unda está lleno de estos atajos entre su niña y su ser mujer, se entrelazan de manera alegre, juguetona, sexual, atrevida, folklórica, colorida, latinoamericana y muy femenina por cierto.
Tiene muchas raíces reconocibles, si quisiéramos explicarla sería fácil caer en el estereotipo, en el lugar común.
En que Nora es una artesana fina, en que es súper decorativo su trabajo, en que adorna de manera preciosa aquel rincón tan descolorido…bla, bla, bla…

Si lo viéramos como arte decorativo solamente, diría que es magníficamente único. Si la viéramos como artesana fina, diría que es imposible pues cada movimiento de sus finísimos dedos no se replican nuevamente en cada molde, que el ánimo a cuestas es distinto como cada corazoncito de la Guadalupe, que cada punta cae de distinta manera, y que cada ojo mira dentro de órbitas diferentes, siempre.

Yo tengo otra visión al respecto.
Creo que es tremendamente puntuda! Pasa un mensaje tras otro como la mujer metralleta!!
Parte por alegrar un paisaje bidimensional a su alrededor, lleno de pinturas y objetos en los soportes tradicionales y que pueden ser magníficas obras, pero Nora se abre camino con el material de cabra chica precisamente ahí.
Eso desconcierta y re enfoca la vista porque en realidad ella pinta, solo que no usa pintura.
Pinta como cualquier pintora que abandonó la plasticina y empezó a dibujar monitos en el kínder, porque la o el profe dicen que ya está bueno de plasticina, así que pinta. Lo que no saben es que ella se las trae guardada. Sin usar pintura!.

Entonces aflora una textura distinta, el material se adecúa de manera perfecta con lo que “pintará”, y nos dejará en la bandeja o cajita enmarcada y con vidrio un talismán más que un objeto. ¿Nos pondrá un espejo transparente o un ataúd abierto donde en su interior nos deja un corazón?, ¿será que las plumas de un gallo nos están diciendo algo más que la forma que lo hace reconocible como gallo?

El paisaje imaginario de personajes, animales, cosas, órganos, venas, flotarán de manera inconsciente sobre el fondo blanco o negro o es un mundo nuevo abierto como el silabario de preguntas y respuestas acerca de cómo nos paramos frente a algo distinto, nuevo, original que contiene la vida y la muerte a la misma vez?

Yo creo que el trabajo de Nora Unda es debelador y apasionante, es una correlación persistente de un juego voraz donde el género femenino se apropia con personalidad extrema de todo, donde el erotismo femenino cobra vida de manera alegre, espontánea, libre. Donde lo que se muestra es lo que se dice de manera sonriente, sin culpa, sin rollo.

Y además es un nuevo espejo cultural de nuestras tierras que atraviesa desde los Andes hasta las rocallosas sin dejar de quedarse un buen rato hipnotizada con el éxtasis maya.



Es como una larga franja de plasticina que cae de los montes y toma los hilos de los huipiles, los hilos de nuestros ancestros, pasan luego atravesando los espíritus de las serpientes, se cruzan en mujeres amazonas, vuelven y se van ensimismadas, expansivas y magas pacha mamas. Hasta que al final quedan quietas como un instante de foto tridimensional en un cofrecito con marco de color, ataúd alegre de lo que nos han quitado pero que de esta manera se nos devuelve prístino, alegre, mujer.

Maga, la Nora Unda.
O bruja?
También, entra ambas hay destellos de luz de nuevos amaneceres.
Decir todo esto con plasticina es ferozmente desestabilizador.
Es tremendamente sensual y atávico.
Algo que durante miles de años le costó a la mujer el castigo del fuego de las hogueras, porque la mujer no debía expresarse desde ahí.

Ese oscurantismo de miles de años se desvanece en las manos de Nora y como por arte de magia o brujería se nos devuelve en forma pacífica, cercana, colorida pero no por eso menos alerta y provocadora.

Crear es atreverse y es jugar.
Por suerte para muchos, entre los que me inscribo, Nora Unda fue una cabra chica rebelde.
No soltó jamás la plasticina.



Guillermo Grebe

Artista Visual