Transitar la realidad con ese ojo aparte en la mano, ese que se esconde en un aparato que cuelga del cuello, expectante, esperanzado y ansioso de que ocurra el acontecimiento momentáneo como fiera que espera su presa llamándola sigilosamente “ven momento, ven” debe ser lo más parecido a la locura mesiánica de creer que el tiempo, la luz o la ausencia de ella, el espacio, los personajes, las viviendas , el clima se detuvieran para siempre sólo para ser raptados para ser congelados para siempre por los llamados cazadores de la imagen.
El fotógrafo es un animal que anda suelto
por las calles, los desiertos, las aguas, las cumbres, las ciudades, los
rincones, el cielo, la tierra. No hay límite espacial ni detalle que pueda
quedar libre de no ser valorado de manera distinta gracias a esa unión férrea y
cómplice entre un acontecimiento y la inspiración justa de la obturación o el
silencio pasivo y quieto de un paisaje y el trabajo de reinventarlo.
En Cartier-Bresson o Doisneau habitaba
ese ser salvaje tras el momento preciso, el lente siempre atento delante del
ojo, la mano rápida y lista para hacer que lo que se captaba tuviera esa mágica
cuota de eternidad que extiende para siempre la fracción de un segundo. Para
Strand, en cambio, la espacialidad y el tiempo estaban constituidos de tantos
momentos secuenciales que requería preparar la escena, modelar el momento y
esperar que lo que se ve sea una fotografía compuesta detallada y a la vez
rotunda de verdad.
En ambos casos los fotógrafos se
desenvuelven construyendo el universo paralelo de las realidades que se cuelan
entre todos quienes no somos como ellos; los que pasamos sin darnos cuenta que
cada momento es un segundo de historia que ya pasó, que somos protagonistas de
ello y sin embargo lo descubriremos por azar y si tenemos suerte de estar vivos
o bien lo descubrirán siglos después quienes nos sucedieron.
Los seres humanos dejamos huellas. Lo
sabe la naturaleza, queda en la historia registrada pero antes que eso lo saben
los fotógrafos.
Creo que el mundo en el que viven los
disparadores del flash, los cronistas, los reporteros, los paparazis, los que
esperan días a que llegue el momento preciso, es un mundo donde el espacio se
detiene lleno de silencios y vacíos para luego llenarse de sincronías
misteriosas y exultantes de algarabía.
Un mundo extraño que se cuenta desde el
revés, desde lo opuesto de la caja negra que invierte el lado derecho en el
izquierdo y viceversa.
El mundo de los espejos invertidos, de los
reflejos imborrables e inevitables de quienes somos y que es en realidad lo que
nos cuenta lo que nos rodea.
Pero también existe la alternativa del
sueño, la de la transferencia de una no- realidad que se interpreta de manera
atrevida y que llega para ser comprendida como una inmersión a una
realidad tan necesaria como saludable. Aparece como una alternativa concreta y
palpable que todo lo que miramos es una gran extensión impermanente y circular
de una belleza que nos convierte en comunidades normalizadas en el complejo
mundo real.
Le llaman surrealismo para poder explicar
lo inexplicable, algo tan humano como comer o dormir. Yo diría que es el
contenido de una nueva historia para quedarnos más despiertos que dormidos,
algo así como un cuento para niños permanentes. Un poco como lo hace Marcial
Ugarte.
La obra de Ugarte se compone de
bellezas reunidas que co habitan el espacio del silencio tan naturalmente que
no pueden ser surrealistas. Llamarlas así es explicarlas, darles una lógica
innecesaria porque no se deben explicar ni objetivizar, simplemente son belleza
en estado de gracia y poesía silenciosa a punto de movilizarse, aunque eso nunca lo
sabremos.
Sólo se puede coincidir que los elementos
muchas veces no coinciden, que las nubes son imposibles, que no puede existir
tanta perfección entre la soledad y el desierto, que la verticalidad de un lobo
marino y la nube y una línea de horizonte no son así, que un conjunto de casas
apiñadas es una composición hecha fuera de la fotografía.
La respuesta a eso es…¿y porque no?
¿Quien dice lo que es real, lo que el
momento es para uno vale lo mismo que para el resto?
¿Quien dice que la realidad no es
retocable?
¿Quién tiene la verdad?
¿Los que no se dan cuenta de que van por
el mundo y son historias o los que van tras de uno ocupados de contar lo que
nunca sabremos que hacemos?
Los testigos especializados en la
realidad, los que andan con ese aparto colgando en sus cuellos tiene para mi
una gran ventaja al respecto.
La belleza existe para ser vista y
mejorar la respiración.
Y sobre todo para desempolvarnos de la
depredación del uno contra el otro y de la fealdad y tristeza que implica eso.
Marcial ha optado por construir la
belleza porque no hay otra razón de ser que desde una relación tangible con lo
onírico, no como un escape, si no como una forma de estar consciente de la
necesidad imperiosa de belleza en estos lados del mundo.
Sus congelaciones de momentos o raptos de
la existencia humana conviven de manera poética entre una espacialidad aparente
y reconocible con descendientes de algún oráculo numerológico o geometría aurea
y espontánea por un lado y la capacidad genial de poder sumar elementos
constructivos que lo convierten en un autor absolutamente necesario más hoy que
nunca.
La realidad o lo que creemos que es, se
llena cada día a cada minuto de suciedades, de horrores, de unos comiéndose a
otros, de egoísmos, de corrupciones, de poca amabilidad, de agresividades. Y al
mismo tiempo en otros lugares y segundos está llena de amores, ternuras,
lealtades, compañerismo y bondades.
La realidad no es más que una trampa de
ubicuidad de las cosas. Una manera algo básica y frívola que sirve para
explicarnos algo que no es necesario explicarse porque no es, no existe.
Lo que existen son momentos fugaces y
multidimensionales.
En ese mundo recreado por Marcial Ugarte
podremos vernos aislados, solitarios, esperando algo inútil tal vez y o bien
ser un enorme regalo que nos tranquilice y nos de algo de paz.
En esos mundos de Ugarte estamos rodeados
de un respiro silencioso, de espigas que se mueven al viento y que tenemos la
dicha de sentir, de nubes inmensas que llegan solo para nosotros, de desiertos
llenos de flores cíclicas, de mares amables y calmos, de espacios perfectamente
diseñados para ser habitados, de sincronías perfectas. De descansos, de poesías
inconclusas, de congelamientos premeditados, de partículas de átomos visibles
que suponen el universo y se transforman en miradas al infinito, en barcos
lejanos, en horizontes perfectos, en sombras proyectadas que traen vidas.
De todas aquellas cosas que deseamos mirar
y que la velocidad del presente logra opacar porque hace olvidar que la fotografía es narrar el pasado
que acaba de irse hace un segundo atrás o puede también ser un tiempo narrado
estable y permanente para los próximos minutos, días, años.
Esto último claramente es el terreno de
Marcial Ugarte; El de la imagen que narra las maravillosas soledades que
desafían la tristeza rodeadas de la inmensidad de la pura belleza.
Para que no estemos más solos
Para que tenga sentido la congelación
prolongada de un momento que nunca existió pero que es tan real como el deseo
de que exista.
Guillermo Grebe
Artista Visual
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