lunes, 22 de agosto de 2016

Marcial Ugarte, En este lugar distinto infinito


Transitar la realidad con ese ojo aparte en la mano, ese que se esconde en un aparato que cuelga del cuello, expectante, esperanzado y ansioso de que ocurra el acontecimiento momentáneo como fiera que espera su presa llamándola sigilosamente “ven momento, ven” debe ser lo más parecido a la locura mesiánica de creer que el tiempo, la luz o la ausencia de ella, el espacio, los personajes, las viviendas , el clima se detuvieran para siempre sólo para ser raptados para ser congelados para siempre por los llamados cazadores de la imagen.

El fotógrafo es un animal que anda suelto por las calles, los desiertos, las aguas, las cumbres, las ciudades, los rincones, el cielo, la tierra. No hay límite espacial ni detalle que pueda quedar libre de no ser valorado de manera distinta gracias a esa unión férrea y cómplice entre un acontecimiento y la inspiración justa de la obturación o el silencio pasivo y quieto de un paisaje y el trabajo de reinventarlo.

En Cartier-Bresson o Doisneau habitaba ese ser salvaje tras el momento preciso, el lente siempre atento delante del ojo, la mano rápida y lista para hacer que lo que se captaba tuviera esa mágica cuota de eternidad que extiende para siempre la fracción de un segundo. Para Strand, en cambio, la espacialidad y el tiempo estaban constituidos de tantos momentos secuenciales que requería preparar la escena, modelar el momento y esperar que lo que se ve sea una fotografía compuesta detallada y a la vez rotunda de verdad.
En ambos casos los fotógrafos se desenvuelven construyendo el universo paralelo de las realidades que se cuelan entre todos quienes no somos como ellos; los que pasamos sin darnos cuenta que cada momento es un segundo de historia que ya pasó, que somos protagonistas de ello y sin embargo lo descubriremos por azar y si tenemos suerte de estar vivos o bien lo descubrirán siglos después quienes nos sucedieron.

Los seres humanos dejamos huellas. Lo sabe la naturaleza, queda en la historia registrada pero antes que eso lo saben los fotógrafos.

Creo que el mundo en el que viven los disparadores del flash, los cronistas, los reporteros, los paparazis, los que esperan días a que llegue el momento preciso, es un mundo donde el espacio se detiene lleno de silencios y vacíos para luego llenarse de sincronías misteriosas y exultantes de algarabía.
Un mundo extraño que se cuenta desde el revés, desde lo opuesto de la caja negra que invierte el lado derecho en el izquierdo y viceversa.
El mundo de los espejos invertidos, de los reflejos imborrables e inevitables de quienes somos y que es en realidad lo que nos cuenta lo que nos rodea.

Pero también existe la alternativa del sueño, la de la transferencia de una no- realidad que se interpreta de manera atrevida y que llega para ser comprendida como una inmersión a una realidad tan necesaria como saludable. Aparece como una alternativa concreta y palpable que todo lo que miramos es una gran extensión impermanente y circular de una belleza que nos convierte en comunidades normalizadas en el complejo mundo real.
Le llaman surrealismo para poder explicar lo inexplicable, algo tan humano como comer o dormir. Yo diría que es el contenido de una nueva historia para quedarnos más despiertos que dormidos, algo así como un cuento para niños permanentes. Un poco como lo hace Marcial Ugarte.


La obra de Ugarte se compone de bellezas reunidas que co habitan el espacio del silencio tan naturalmente que no pueden ser surrealistas. Llamarlas así es explicarlas, darles una lógica innecesaria porque no se deben explicar ni objetivizar, simplemente son belleza en estado de gracia y poesía silenciosa a punto de movilizarse, aunque eso nunca lo sabremos.

Sólo se puede coincidir que los elementos muchas veces no coinciden, que las nubes son imposibles, que no puede existir tanta perfección entre la soledad y el desierto, que la verticalidad de un lobo marino y la nube y una línea de horizonte no son así, que un conjunto de casas apiñadas es una composición hecha fuera de la fotografía.
La respuesta a eso es…¿y porque no?

¿Quien dice lo que es real, lo que el momento es para uno vale lo mismo que para el resto?
¿Quien dice que la realidad no es retocable?
¿Quién tiene la verdad?
¿Los que no se dan cuenta de que van por el mundo y son historias o los que van tras de uno ocupados de contar lo que nunca sabremos que hacemos?

Los testigos especializados en la realidad, los que andan con ese aparto colgando en sus cuellos tiene para mi una gran ventaja al respecto.

La belleza existe para ser vista y mejorar la respiración.
Y sobre todo para desempolvarnos de la depredación del uno contra el otro y de la fealdad y tristeza que implica eso.

Marcial ha optado por construir la belleza porque no hay otra razón de ser que desde una relación tangible con lo onírico, no como un escape, si no como una forma de estar consciente de la necesidad imperiosa de belleza en estos lados del mundo.
Sus congelaciones de momentos o raptos de la existencia humana conviven de manera poética entre una espacialidad aparente y reconocible con descendientes de algún oráculo numerológico o geometría aurea y espontánea por un lado y la capacidad genial de poder sumar elementos constructivos que lo convierten en un autor absolutamente necesario más hoy que nunca.

La realidad o lo que creemos que es, se llena cada día a cada minuto de suciedades, de horrores, de unos comiéndose a otros, de egoísmos, de corrupciones, de poca amabilidad, de agresividades. Y al mismo tiempo en otros lugares y segundos está llena de amores, ternuras, lealtades, compañerismo y bondades.
La realidad no es más que una trampa de ubicuidad de las cosas. Una manera algo básica y frívola que sirve para explicarnos algo que no es necesario explicarse porque no es, no existe.
Lo que existen son momentos fugaces y multidimensionales.



En ese mundo recreado por Marcial Ugarte podremos vernos aislados, solitarios, esperando algo inútil tal vez y o bien ser un enorme regalo que nos tranquilice y nos de algo de paz.
En esos mundos de Ugarte estamos rodeados de un respiro silencioso, de espigas que se mueven al viento y que tenemos la dicha de sentir, de nubes inmensas que llegan solo para nosotros, de desiertos llenos de flores cíclicas, de mares amables y calmos, de espacios perfectamente diseñados para ser habitados, de sincronías perfectas. De descansos, de poesías inconclusas, de congelamientos premeditados, de partículas de átomos visibles que suponen el universo y se transforman en miradas al infinito, en barcos lejanos, en horizontes perfectos, en sombras proyectadas que traen vidas.

De todas aquellas cosas que deseamos mirar y que la velocidad del presente logra opacar porque hace  olvidar que la fotografía es narrar el pasado que acaba de irse hace un segundo atrás o puede también ser un tiempo narrado estable y permanente para los próximos minutos, días, años.

Esto último claramente es el terreno de Marcial Ugarte; El de la imagen que narra las maravillosas soledades que desafían la tristeza rodeadas de la inmensidad de la pura belleza.
Para que no estemos más solos

Para que tenga sentido la congelación prolongada de un momento que nunca existió pero que es tan real como el deseo de que exista.



Guillermo Grebe
Artista Visual





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