miércoles, 10 de agosto de 2016

Nora Unda. La moldeadora del color salvaje

La plasticina desaparece de las manos y de la noción de hurgar la dimensión desconocida a muy temprana edad, es como matar escultores y escultoras prematuramente. Como si hurgar con las manos entre el aire y la forma sea un antecedente de algo prohibido de explorar en el futuro.

La plasticina es para niños y niñas.
Es un material que dura lo mismo que un ser humano entre el kínder y el primero básico de la escuela. Luego se seca, se agota, aburre.
Pasa al olvido de inmediato hasta que aparecen l@s niñ@s y se convierte en buen regalo entre los 3 a los 5 años.
Didáctico dicen los maestros del kínder.

La cosa esta del arte y el artista es un asunto de adultos para adultos o más bien de adultos regresivos activos para adultos que avanzan pasivos. El ritalín no aplica en todo caso, la pugna entre obra y observador es la misma equidistante entre objeto y sujeto con un aire de respuestas en el aire y preguntas muchas veces mal hechas. Es un asunto paradójico ver como los niños se portan tan bien frente a una obra de arte, pareciera que traen esa pasividad opaca de los grandes y la imitan sin chistar, la diferencia eso si, está en las palabras; se verbaliza en las preguntas.
Aquí las preguntas son lo más notable entre objeto y sujeto, ya no quedan en el aire. Son las mejores, las de los niñ@s. Las respuestas se convierten entonces en un desafío mayor.

Entonces tomar la plasticina y crear una paleta de colores con ella, trabajar moldes, meter los dedos con precisión de catedral, aplanarla, usar el uslero para adelante y atrás, los dedos en círculos viendo como se estiliza la masa hasta llegar a tener punta,  usar esos moldes de plástico que crean filigranas regordetas, pegar una tras otras sin manchar, luego buscar esos pedacitos alargados redondearlos y hacer coronas, pétalos, ojos, es meterse en un mundo olvidado, un propio jurásico.
Tener como herramienta para trabajar obras de arte una caja de Fisher Price es un asunto descabellado, pero es un poema sobre la niñez inevitable e inexcusable.



El trabajo de Nora Unda está lleno de estos atajos entre su niña y su ser mujer, se entrelazan de manera alegre, juguetona, sexual, atrevida, folklórica, colorida, latinoamericana y muy femenina por cierto.
Tiene muchas raíces reconocibles, si quisiéramos explicarla sería fácil caer en el estereotipo, en el lugar común.
En que Nora es una artesana fina, en que es súper decorativo su trabajo, en que adorna de manera preciosa aquel rincón tan descolorido…bla, bla, bla…

Si lo viéramos como arte decorativo solamente, diría que es magníficamente único. Si la viéramos como artesana fina, diría que es imposible pues cada movimiento de sus finísimos dedos no se replican nuevamente en cada molde, que el ánimo a cuestas es distinto como cada corazoncito de la Guadalupe, que cada punta cae de distinta manera, y que cada ojo mira dentro de órbitas diferentes, siempre.

Yo tengo otra visión al respecto.
Creo que es tremendamente puntuda! Pasa un mensaje tras otro como la mujer metralleta!!
Parte por alegrar un paisaje bidimensional a su alrededor, lleno de pinturas y objetos en los soportes tradicionales y que pueden ser magníficas obras, pero Nora se abre camino con el material de cabra chica precisamente ahí.
Eso desconcierta y re enfoca la vista porque en realidad ella pinta, solo que no usa pintura.
Pinta como cualquier pintora que abandonó la plasticina y empezó a dibujar monitos en el kínder, porque la o el profe dicen que ya está bueno de plasticina, así que pinta. Lo que no saben es que ella se las trae guardada. Sin usar pintura!.

Entonces aflora una textura distinta, el material se adecúa de manera perfecta con lo que “pintará”, y nos dejará en la bandeja o cajita enmarcada y con vidrio un talismán más que un objeto. ¿Nos pondrá un espejo transparente o un ataúd abierto donde en su interior nos deja un corazón?, ¿será que las plumas de un gallo nos están diciendo algo más que la forma que lo hace reconocible como gallo?

El paisaje imaginario de personajes, animales, cosas, órganos, venas, flotarán de manera inconsciente sobre el fondo blanco o negro o es un mundo nuevo abierto como el silabario de preguntas y respuestas acerca de cómo nos paramos frente a algo distinto, nuevo, original que contiene la vida y la muerte a la misma vez?

Yo creo que el trabajo de Nora Unda es debelador y apasionante, es una correlación persistente de un juego voraz donde el género femenino se apropia con personalidad extrema de todo, donde el erotismo femenino cobra vida de manera alegre, espontánea, libre. Donde lo que se muestra es lo que se dice de manera sonriente, sin culpa, sin rollo.

Y además es un nuevo espejo cultural de nuestras tierras que atraviesa desde los Andes hasta las rocallosas sin dejar de quedarse un buen rato hipnotizada con el éxtasis maya.



Es como una larga franja de plasticina que cae de los montes y toma los hilos de los huipiles, los hilos de nuestros ancestros, pasan luego atravesando los espíritus de las serpientes, se cruzan en mujeres amazonas, vuelven y se van ensimismadas, expansivas y magas pacha mamas. Hasta que al final quedan quietas como un instante de foto tridimensional en un cofrecito con marco de color, ataúd alegre de lo que nos han quitado pero que de esta manera se nos devuelve prístino, alegre, mujer.

Maga, la Nora Unda.
O bruja?
También, entra ambas hay destellos de luz de nuevos amaneceres.
Decir todo esto con plasticina es ferozmente desestabilizador.
Es tremendamente sensual y atávico.
Algo que durante miles de años le costó a la mujer el castigo del fuego de las hogueras, porque la mujer no debía expresarse desde ahí.

Ese oscurantismo de miles de años se desvanece en las manos de Nora y como por arte de magia o brujería se nos devuelve en forma pacífica, cercana, colorida pero no por eso menos alerta y provocadora.

Crear es atreverse y es jugar.
Por suerte para muchos, entre los que me inscribo, Nora Unda fue una cabra chica rebelde.
No soltó jamás la plasticina.



Guillermo Grebe

Artista Visual

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