Lo que más me impacta en el trabajo de Paula Navarro es la
poesía visual del negro. El negro entendido tradicionalmente en fotografía como
ausencia de luz, en su caso es un épico camino de develación de una lírica que
se autonomiza y vive llena de energía propia Es un negro que se mueve, que
moviliza a la vez a quien observa.
Como observador amante de su trabajo para mi las fotos de
Paula son en Negro y Blanco y no fotos en blanco y negro.
En pintura el negro puede ser un pigmento solo llamado Ivory Black o bien la mezcla de Viridian, Carmín, Azul de prusia y Tierra tostada; en ambos casos el negro es un resultamte como tal, sin embargo su comportamiento tanto desde la manufactura como del gesto tienen distancias notables en el resultado final sobre la tela.
El color negro nunca es UN negro, se puede lograr de muchas
maneras en la medida que quien lo use tenga claro que desea exponer y expresar.
Paula es la maga del negro, saca de él la narrativa a una
ciudad con una música que la desarma de la arquitectura entre la luz que cae y la
ausencia de tal luz; el negro que vive ahí por cuenta propia entre transeúntes,
edificios, casas derruídas y puestitos de mote con huesillos que están al paso.
Lo blanco lumínico se estructura solo porque el negro está
sujetando de alguna manera extraña y sensual las miles de historias de quienes
transitan, venden sus cachivaches, aman en secreto, se funden en gaviotas
descalzas sobre el Mapocho para llegar a casa de cualquiera sin pedir permiso,
miran de reojo a cámara o no, juegan cartas en alguna plaza.
Lo que nos cuenta la ciudad y sus seres caminantes es un
negro brillante, un negro único y juguetón que transita entre la tristeza de
los casos no resueltos de vidas cansadas y las esperanzas de otros por resolver
en futuros no habitados por quienes caen de las descendencias naturales o
simplemente llegan amando como inmigrantes llenos de vida y alegría.
El arte de Paula Navarro es amatorio al ser humano y está
cargado en su caminar descalzo un desnudo de mujer que atraviesa amablemente
una ciudad que es oscura muchas veces y que sin embargo se redime calmada,
travieza, sensual y sobre todo viva, muy viva. Aunque lleve su luto cargado de
rutinas, murmullos, miradas de desconfianza y soledad empedernida.
Es en negro y blanco donde las cosas se pueden volcar de la
lógica académica tradicional y totalitaria del B/N, aquella que nos dice “esta
es la fotografía artística por antonomasia, por excelencia”. Por algo Doisneau,
Cartier-Breson, Cappa son los clásicos. Tal vez porque han conjugado narración,
espontaneidad, momento con luz y sombra en equilibrio.
Y si las cosas fueran lo mismo y en Negro&Blanco? Que
diríamos? Sería aún así la fotografía clásica por excelencia?
No tengo una respuesta a eso, pero si tal vez me atrevería a
decir que la ausencia de luz es un punto de partida para leernos, entendernos,
mirarnos y quizás amarnos, tolerarnos, contenernos.
Si nos vemos desde ahí quizás, sólo quizás, podríamos
entender sin palabras que necesitamos ese negro de Paula Navarro para
despojarnos de nuestros fantasmas escondidos en esa luz falsa que destella como
aviso publicitario de alguna empresa de telefonía y que llevamos cargando en el
vía crucis urbano de cada día.
Paula nos regala un inverso necesario; un negro intenso para
que cada uno de nosotros pongamos la luz que necesita la fotografía en
Negro&Blanco perfecta.