Hay muchas maneras de leer la pintura,
aunque básicamente ésta no sea parte del terreno de las lecturas sino más bien
de los fluidos orgánicos de quienes la contemplan. Emociones, rechazos,
admiración, todos los sentidos en juego a partir de algo plano que no emite
sonido y que sin embargo contiene la inexplicable carga de lo inexistente que
se reconoce como familiar suspendido en aquel suspiro contenido o lágrima
congelada, o boca abierta o la pulsión del escupitajo en la tela directamente.
La pintura es siempre una ventana que es
imposible de abrir físicamente pero que sin embargo se sabe que lo es; una
ventana puesta en un punto espacial que está a la altura de la vista humana
para que sea comprendida en estado del karma de un viaje imaginario por un
universo siempre nuevo, misterioso, fabuloso, onírico y al mismo tiempo
político, contra cultural, incorrecto, críptico, inexplicable.
Hay la lectura académica; la de las
técnicas que es la más aburrida de todas y en la que me da pudor meterme
siempre. Esa me la salto porque me parece inaplicable cuando lo que yo deseo
hablar es de un relato, de una historia, de una aventura visual contenida y
congelada en un espacio bidimensional de grandes dimensiones;
Que no emite sonido
Que no tiene sabor
A lo más emite una luz externa que le
rebota y un olor a barniz sobre ella.
Para hablar de la técnica hay eruditos
teóricos que se ensalzan de lo que saben por libros y estudios, pero para mí el
más indicado para hacerlo es el propio pintor. Yo ahí prefiero escuchar y leer
más que escribir.
No hablaré de la técnica de Lorca porque
es reducirlo a un asunto que sólo los pintores y académicos podemos hacer en
nuestros círculos ínfimos y que son muy relevantes naturalmente cuando se trata
de comparar o competir quien es el que mejor pinta, quien la lleva, quien es el
que merece el premio al más top, bla bla bla, y francamente me aburre mucho
entrar en esa tediosa tertulia entre intelectual y sesgada aplicable a lo
circunstancial del denominado mercado del arte.
A la gente le interesa ver-se en lo
inexplicable del realismo supuesto e inorgánico que significa ser de este mundo
o ser de aquel mundo intuitivo y silencioso e ideal que connota una obra de
arte que lo emplaza, que lo implica.
La técnica de Lorca es superlativa,
magistral, envolvente, admirable. Hasta ahí llego.
Pero no es solo su técnica de pintor lo
que más me atrae de su propuesta; lo que me inquieta y conmueve es su relato y
como a través de el me lleva a algo sensible y perdido en la pintura de hoy: la
representatividad simbólica y su afinidad directa con la época (zeitgeist).
En la pintura de Guillermo Lorca García
Huidobro existe un mundo propio tanto o más atractivo del como lo construye. Su
pintura es la manera de contar ese relato de manera subversiva, a tal punto que
puede ser tan inquietante e incómoda que es preferible quedarse hablando del Cómo
más que de Qué o el Porqué. Es más conveniente decir que Lorca es un magnífico
pintor realista y que su técnica y control del formato es genial para tapar de
alguna manera lo que nos está contando.
La genialidad de Guillermo Lorca no puede
reducirse sólo a su talento y a su autocontrol profesional que le sobran. Para
mí su genialidad radica en la completitud entre lo que pinta y como lo pinta de
la mano de una narración de una época donde se suelen eliminar y tapar
contenidos incómodos y donde se tiene un pánico irrefrenable a lo intangible y
al cambio de paradigmas.
Hablaba de la representatividad y su
complejo vaivén relativo repartido en quienes observan lo que para mí es la
decadencia de los imaginarios de las elites y sus placeres culpables respecto
de lo considerado bello, ordenado y majestuoso.
No es cualquier cosa develar la
monstruosidad del subconsciente a partir de la belleza de una pintura clásica que
está construida a partir de todas las lecciones y ejercicios académicos de la
pintura; Figura humana, texturas, telas, bodegones, paisaje. Lorca hace pasar
colada una crítica ácida a nuestras oscuridades escondidas con la delicadeza de
un hilo de seda que entra por el rabillo de una aguja.
En su obra viven la aniquilación voraz,
el sometimiento al más fuerte, la carne débil alimentando la caza, las infantas
pueriles inocentes al medio de un mundo de muertes y destrucción envueltos en
la comodidad de una decadencia burguesa vacua y vacía símbolos de alguna
epopeya triunfante del antaño monárquico o la oligarquía travestida y decadente
que supone el inmaculado poder de no tocar nada que parezca vulgar o que transgreda
la norma de comportamiento confortable y aceptable en el pacto social moralina
y elitista que gobierna las buenas costumbres.
Lo que vemos en realidad son vírgenes expuestas
a una violencia congelada entre lírica y concreta, como esas que te cuentan y
no puedes creer pero que son. Vírgenes puras e inocentes, en su mayoría rubias
y de situación social acomodada desconectadas del amor humano, cuidadas por
mascotas o animales, encerradas en un dormitorio, solas, aunque puedan estar
acompañadas. Telas, sabanas, camas abiertas, deshechos del sueño pueril vagando
de noche entre bestias de verdad y de pesadillas húmedas y fálicas, campos
silenciosos, árboles que son como el inicio de las Alicias para que ellas
puedan viajar hacia la redención del viaje propio que no es más que escapar de
una realidad fatal, aburrida, malvada que suele ser gobernada por los adultos
contenidos y razonables.
Lo que vemos como las bellezas de Lorca
es un espejo de nuestros propios monstruos construidos por el miedo, son las
concreciones de nuestras apatías plagadas de silencios convenientes, de
nuestros encubrimientos impunes, de nuestros deseos malditos, de nuestras
emociones bipolares y de los pasos que nos negamos para crecer y avanzar en
armonía con las oscuridades como las luces.
Al final nada es luz y todo lo es, nada
es oscuro y todo lo es.
La narración de Loca García Huidobro es tan
sólida como voluptuosa. Sus formatos no son azarosos, esto hay que mostrarlo en
grande!! Los miedos son más grandes que sus propios dueños.
La travesía entre lo moderno y contemporáneo
es tan asesinable como la demanda del pasado que rehuimos de cuando en vez
empujados en silencio y vacío por la contradicción permanente entre el
subconsciente y nuestra consciencia es lo que signa nuestras derrotas y
desaciertos.
Lo que no tiene futuro, sólo contiene a
un pasado en un presente que incomoda e incendia la consciencia hasta liberar
el mal para convertirlo en un ingrediente más que nos toca vivir para
equilibrarnos del infame positivismo circundante.
Lo que prima es un desconcierto
inquietante al menos, esa cosa como que se va a caer, pero es sostenida
finalmente por una muy fina y delgada línea invisible de quien sabe que cosa
hace que el mundo que creemos perfecto puede desaparecer en cuestión de
segundos, a la velocidad de una luz que se apaga apenas se aprieta el
interruptor o algún botón rojo escondido en nuestras pesadillas.
Ese terror brota de lo que hemos
construido en forma de muralla de contención de aquellas cosas que es mejor
callar y ocultar para poder transitar sin mayores obstáculos los días y noches
que nos componen.
Pintar eso para mí es lo más
contemporáneo y revolucionario que existe.
Guillermo Grebe
elartwriter