No es común que un artista escriba sobre quien escribe o critica
el trabajo de los artistas. Es impensado y puede ser visto como un gesto de
amiguismo para obtener pre vendas editoriales y ventajas de reconocimiento de
algún galerista o coleccionista.
Lo que es común en este circuito de los egos entre quienes
escriben, analizan, comentan, interpretan y quienes son objeto de todo eso, los
creadores, es que permanezcan en un vaivén casi adolescente, la rencilla y la
negación o bien la adulidad y el agradecimiento dependientes de si me gusta lo
que escribiste o no.
Tonteras.
Un cúmulo de taimas y nubes que no vienen a ningún caso. Es
decir; escribir e interpretar la obra de los artistas es una pequeña entrada al
Infierno de Dante; entras ahí y sales renacido o no sales.
La crítica del arte es parte inherente de la filosofía, la
sicología, la antropología, la estética, la semiótica y la historia. No es
sinónimo del ayuntamiento del arte como si fuera parte de un sindicato donde
todos deben votar para acordar algo que beneficie al común, no.
Simplemente es una prolongación del metalenguaje del objeto
o producto arte que difiere o confiere, que agrega o disgrega, que aumenta o
reduce.
Es la dinámica de la obra de arte exhibida y puesta en
conocimiento.
Sin interpretación no existe el movimiento de una obra, sin
hablar de ella y su pertinencia no habría posibilidad de contraste o de calce
sincrónico con su época.
En mi caso particular el encuentro con este oficio relativo
al arte, empieza en los años de Escuela cuando me reconozco tan vivo en la
materia y en la praxis como en lo inmaterial de la teoría. Estética e Historia
del Arte como materias eran para mi la columna que le daba sentido a lo que luego
tendría que salir en el taller.
Pero también este oficio lo aprendí de quienes solían
salirse del rebaño del hacedor y se colocaban en la vereda del pensador, el
hincha pelotas, el que te dejaba la pesadez con una sonrisa sarcástica así como
diciendo “aprende chico, aprende”.
Maravilla!!! Eran mis compañeros de Escuela, sobre todo
Waldo Gómez y Rodrigo Vega a quienes escuchaba alucinado y expectante.
Entonces aparece la develación del arte como una ley
convertida en acto de fe:
Una cosa es ser pintor, la otra es ser artista. La
diferencia no es solo conceptual, es la tangibilización de un rol en la
sociedad como alguien que tiene un oficio que sirve para catalizar algo que no
se ve pero que existe y que los demás exigen conocer porque los involucra, los
implica.
Así que la excepción confirma la regla; Esto es un asunto
personal naturalmente. Es un tema que tiene que ver con un hallazgo entre el
artista o pintor que hace y quien lo descubre, ahí se cuela un escritor que se
pone con un espejo, se produce una
contrariedad establecida como parte del realismo mágico de quien lo provoca;
Felipe “Filosofón” “Felipón” Vilches Rubio.
Conocí a Felipe Vilches gracias a mi oficio de pintor a
través de las redes sociales, según él quería escribir sobre mi trabajo y hacerme
un video. Nos juntamos, nos reímos, almorzamos unos ricos spaghettis y me hizo
contarle toda mi vida.
A partir de ese momento aprendí que la relación entre un
artista y quien interpreta de manera académica la obra era un juego permanente
de lecturas cruzadas donde lo que había que atender eran la temperatura de los
tiempos creativos y las relaciones tensionadas con uno mismo como un canal que
expresa algo que es necesario para otros.
Eso en cuanto a mi como pintor o artista implicaba medir y
mediar el acto de hacer y el de ser. Cosa no menor.
En cuanto a Vilches fue registrar por primera vez que tanto
hacer como ser tienen una relación directa con un impacto real porque generan
un lenguaje re construido que puede ser legible y por lo tanto se debe escribir
sobre ello. El backstage de la obra en ejercicio requiere de un sapo, un
merodeador, un espía noble, un hincha pelotas, un retador para que lo que se
crea tenga un movimiento concreto y reconocible al otro lado del vacío que
implica pintar de manera solitaria en un taller cerrado en la pre cordillera
chilena.
Felipe Vilches, tiene sus historias a cuestas y un humor
únicos, quienes lo conocemos damos fe que puede concentrar en un mismo minuto
la emoción de ser amado y odiado al mismo tiempo.
No sólo es un ícono under de los 80s, filósofo especialista
que merodea entre Heidegger el punk, un maestro alucinante que le dio el don de
ser limpiador de ollas y guionista
alucinógeno de Takilleitor, la película menos normal de la historia de Chile
(mal llamada la peor), sino que además como escritor ofrece un modo de
comunicación que él llama “Atachament, recurso metafórico inalámbrico, libre y
flotante”, una suerte de palimpsesto verbal donde incluye e involucra todo lo
que dice bajo un barniz semitransparente que hace ver a medias y entenderlo
menos, para finalmente descubrir que esa manera de decir y comunicar es una
obra multidimensional en si misma y que depende de la otra, la que la inspira,
la de la otra dimensión.
La lectura de obra entonces tiene un apéndice valioso en si
mismo, único y “atachado”, una coraza protectora que la encamina a la metáfora
de un túnel que obliga ir a encontrarla y meterse en ella no desde su valor
artístico sino que desde su valor onírico y eso lo hace un interpretador de
obras único, inédito y original.
Se mueve con la misma pasión y concentración entre una obra
de Lepe, una de Lam y otra de Cociña como si fueran algo común escondido en los
recovecos del silencio de los dibujos inocentes de niños que disfrutan del acto
creativo así como de trabajos menores y que nadie siquiera les podría dar un
segundo de atención. Vilches Rubio en cambio se interna como un explorer, un
chico bueno y alucinado que intenta desenmarañar el caos de la belleza
exactamente con el mismo vigor y compromiso que le confiere su calidad de
limpia ollas, una suerte de brujo adelantando que prefiere sanar obreros del
arte antes que enfermarlos de sus propias capas mortuorias antes de un posible
fin “takillero”.
No es usual escribir sobre alguien inusual como Vilches, por
eso este texto se convierte en un deber y una prolongación cómplice para citar
y poner en conocimiento a alguien que calladamente anda detrás de lo que pocos
ven, deambulando con su maquinita del tiempo captando de galería en museo, de
taller en taller los trabajos de los artistas, siempre con esos ojos
maravillados y la digna pobreza de la ausencia de lucas, enamorado del arte y
la filosofía y aquellos invisibles gestos que casi nadie suele mirar en estos
días llenos de efectismo artístico vacuo y neoliberal.
La pasión por la interpretación escrita de las obras de arte
no sólo sirve para llenar las páginas oficiales de la crítica sobre la obra de
artistas que “suenan bien” o son reconocidos por su trayectoria e influencia, a
veces tal vez es solo eso; pasión y no necesita un órgano oficial editorial que
la externalice sino más bien un recorrido temerario sobre un territorio donde
se decante la magia de lo inútil que puede ser escribir sobre el arte y
convertirlo simplemente en un inesperado y maravilloso escondite donde
descansen las cosas inútiles que hablan de algo nuevo, algo de lo cual nadie
puede hablar o escribir y que sale como un conejo blanco de un sombrero.
O de una olla limpia, como la de Felipe Vilches.
Guillermo Grebe
elartwriter
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