Mucho se dice sobre la pintura abstracta como la vocación de
lo original o inédito que se expresa de manera libre y sin censura racional. El
expresionismo abstracto depara más bien en lo que sucede entre el cuerpo que
gesta de manera mecánica la pulsión de las emociones transformadas en colores
que sacuden el soporte sin orientación lógica ni una reglamentación de la
composición definida.
Algo así como una road movie painting, derecho y sin cálculos,
derechito con destino hacia un horizonte sin final.
La pintura en esencia es eso; finalmente es un gesto no
reparable que siempre transcurre entre un deseo retenido o no y un soporte que
determina un campo al que hay que entrarle de alguna manera irreversible,
atrevida y sin temor alguno.
Pasa algo parecido con la escritura, más derechamente con el
género de la poesía. Las palabras están ahí flotando en la mente y sucede que
la pulsión por tomarlas y desviarlas de la lógica de la retórica y las leyes de
la redacción y de lo legible se convierte en un verdadero campo de batalla
donde la sinapsis queda sin mayores opciones y entonces las palabras, las
frases, los acentos, los énfasis aparecen distrayendo al lector cual manojo de alguna
brujería que ha hechizado cada significado descomponiéndolo para generar otros
nuevos esta vez cubiertos de un aura distinta que sólo se recompone en un acuerdo
silencioso entre la poesía y quien la lee.
La obra de Ciro Beltrán está llena de palabras que no se
ven, que no se leen como palabras físicas sino que como partes de un enorme y
largo poema visual y colorístico. Habría que inventar entonces un diccionario
beltranístico y eso es lo magnífico de su obra, es decir, de construir el lenguaje
escrito y devolverlo en palabras, los trazos que se adivinen cual sinapsis
repartida y descolgada de un poeta que pinta lo que escribe o escribe lo que
pinta.
Beltrán pinta o dibuja poesía en una tela de lino, una
alfombra que sometida a la pared supone al sujeto expuesto a un poema que se
juega el goce del libre albedrío o la derrota de una censura editorial, o peor
a la autocensura. Algo me dice que la pintura de Ciro sería en este caso parte
de una diversidad extendida nueva inédita y libre del lenguaje escrito que
sostiene y evidencia de manera muy prístina y equilibrada que es en la poesía
el único lugar donde existe la verdad universal.
La poesía en estado puro es casi siempre una forma de
describir un estado de instalación de una verdad irrefutable, una verdad
construida por la palabra.
Aquí subyace la genialidad porque todo esto tiene que ver
con la creatividad en estado puro; no es trivial crear poesía con el dibujo o
los puntos que componen una línea o el color a secas, colores puros y planos
como una letra, una coma, un punto o signo de exclamación o la fantasmagoría de
una lengua muerta que revive porque se le da la gana.
Lo que hace Ciro Beltrán es nada más ni nada menos que inventarse
un diccionario propio donde condensa el relato poético de manera críptica a
veces y lúdica e interactiva en otras.
Pero sucede que cuando se escribe algo se debe tener en
cuenta con que se escribe y donde se escribe, porque no da lo mismo dejar
huellas y menos en la pintura. Finalmente la pintura debe sobrellevar la
posibilidad de la conservación como objeto, en el letargo de un museo o en la
pared egocéntrica de un coleccionista. La palabra escrita si no se estampa en
un soporte es asunto del viento y muchas veces del olvido.
No es casual escribir con pintura sobre una cortina o una
alfombra pues ahí se rescatan las palabras dichas, los susurros, el cantito
bajo la ducha, el cuerpo de la víctima de un asesino serial que rueda sostenido
en una alfombra cual rollo de pergamino.
Los poetas escriben sobre papel, cuadernos de ronéo o sobre
hojas de hierba. Usan lápices verdes mientras azota el mar de Isla negra o bien
pluma fuentes épicas y románticas y todo este magnífico evento entre la palabra
y el aire finalmente debe esperar alguna edición que lo inmortalice pues hay un
proceso que el poema no puede resistir y tiene que ver con la develación de la
espera.
La pintura no sufre tanto para llegar a ser develada pero si
atraviesa la dificultad de la representación interpretada, algo que la palabra
sortea con relativa facilidad.
Y entonces resulta que ahí en ese trance en que se supone
que las cosas se separan de la realidad es que toma sentido el arte como una
acción humana tan concreta y natural como cualquier otra con la enorme ventaja
que implica el hacer en la libertad más absoluta lo que al artista se le
antoje.
La libertad del viaje dibuja un mapa propio
La libertad de tener una opinión de las cosas dibuja un
pensamiento en forma de palabras sobre una pared o una micro, o un tarro de
basura en algún barrio de Berlín.
La libertad de expresar el amor puede no tener algo legible
porque en su lugar el amor se convierte en colores y formas.
La libertad del indigente que crea nuevas formas de contra
cultura en un camino nocturno por las calles del Bronx de la mano de el hijo de
un haitiano que duerme en una caja de cartón en el Central Park.
La libertad de estar vivo se encarnará en el ácido
ribonucleico trazado sobre una tela de un chileno que pasea con deshechos y
alfombras usadas por las calles de Berlín.
La obra de Ciro Beltrán empieza por un largo e infinito
poema pintado y vuelto a pintar en un muro en la calle Simón Bolívar y Chile
España en la década de los 80, tiempos en que la poesía estaba presa y por
tanto debía reformularse en un símbolo que pudiera contener en si mismo la
expresión de los deseos en la vía pública y la osadía del reinvento de una
nueva sociedad.
El acto de pintar y volver a pintar y volver y volver a
pintar el muro es la actitud del cabro porfiado, el estudiante silencioso,
inteligente y rebelde de la Chile que nos decía a todos y a todas que con el
arte no se juega pues es lo que quedará aquí a pesar de que lleguen los milicos
a borrar y borrar y borrar ese muro. La distancia que hay entre el acto poético
de pintar mil veces el muro es que el arte está en gestación de memoria
permanente y el acto de borrar en estado de muerte terminal.
Este tipo de mensajes hacen al artista de tal manera que se
convierten en una línea más o menos recta (o salvajemente sinuosa en el caso de
Ciro) que de construye y recompone siempre como un palimpsesto que esconde
otros muros de antes que hoy son nuevos muros, alfombras, cortinas, telas de
lino tradicional, papeles, cartones después.
Tal vez y sólo tal vez, puesto que esta es una
interpretación de un cuerpo de obra magnífico y maduro, es que ahí podamos des
entrabar lo sensual de las formas y el color para adentrarnos en la profundidad
del poema como poema.
Tal vez recién ahí podamos comprender la obra de arte como
Obra de Arte y aprender de ella como una manera desconocida de salto al vacío
que nos rescate de ese tedioso arte de hacer de lo mismo de siempre algo que no
deja de ser más de lo mismo.
Postdata:
Ciro Beltrán es candidato a Premio nacional de Artes
Visuales.
Para algunos es una desfachatez, una locura, una aventura,
un impulso hippie y algo travieso, o algo simpático y colérico.
No lo sé, cada cual puede tener una opinión legítima y
correctamente argumentada, pero para mí es simbólico porque es un síntoma de
cambio de paradigmas.
Tal vez, quienes apoyamos su candidatura, hemos aprendido a leer de
la Obra de Ciro Beltrán mucho más de lo que las palabras que conocemos nos podrían decir de ella.
Guillermo Grebe
Elartwriter
Guillermo, me ha encantado la coneccion que has hecho en la obra de Ciro Beltrán entre la palabra, la poesia y la pintura. Además que me abscribo totalmente al criterio de que los paradigmas en el arte chileno deben comenzar a cambiar.
ResponderEliminarExcelente. Gracias,
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