viernes, 7 de junio de 2019

Ciro Beltrán. El sinuoso camino de la palabra pintada


Mucho se dice sobre la pintura abstracta como la vocación de lo original o inédito que se expresa de manera libre y sin censura racional. El expresionismo abstracto depara más bien en lo que sucede entre el cuerpo que gesta de manera mecánica la pulsión de las emociones transformadas en colores que sacuden el soporte sin orientación lógica ni una reglamentación de la composición definida.
Algo así como una road movie painting, derecho y sin cálculos, derechito con destino hacia un horizonte sin final.

La pintura en esencia es eso; finalmente es un gesto no reparable que siempre transcurre entre un deseo retenido o no y un soporte que determina un campo al que hay que entrarle de alguna manera irreversible, atrevida y sin temor alguno.
Pasa algo parecido con la escritura, más derechamente con el género de la poesía. Las palabras están ahí flotando en la mente y sucede que la pulsión por tomarlas y desviarlas de la lógica de la retórica y las leyes de la redacción y de lo legible se convierte en un verdadero campo de batalla donde la sinapsis queda sin mayores opciones y entonces las palabras, las frases, los acentos, los énfasis aparecen distrayendo al lector cual manojo de alguna brujería que ha hechizado cada significado descomponiéndolo para generar otros nuevos esta vez cubiertos de un aura distinta que sólo se recompone en un acuerdo silencioso entre la poesía y quien la lee.







La obra de Ciro Beltrán está llena de palabras que no se ven, que no se leen como palabras físicas sino que como partes de un enorme y largo poema visual y colorístico. Habría que inventar entonces un diccionario beltranístico y eso es lo magnífico de su obra, es decir, de construir el lenguaje escrito y devolverlo en palabras, los trazos que se adivinen cual sinapsis repartida y descolgada de un poeta que pinta lo que escribe o escribe lo que pinta.

Beltrán pinta o dibuja poesía en una tela de lino, una alfombra que sometida a la pared supone al sujeto expuesto a un poema que se juega el goce del libre albedrío o la derrota de una censura editorial, o peor a la autocensura. Algo me dice que la pintura de Ciro sería en este caso parte de una diversidad extendida nueva inédita y libre del lenguaje escrito que sostiene y evidencia de manera muy prístina y equilibrada que es en la poesía el único lugar donde existe la verdad universal.
La poesía en estado puro es casi siempre una forma de describir un estado de instalación de una verdad irrefutable, una verdad construida por la palabra.







Aquí subyace la genialidad porque todo esto tiene que ver con la creatividad en estado puro; no es trivial crear poesía con el dibujo o los puntos que componen una línea o el color a secas, colores puros y planos como una letra, una coma, un punto o signo de exclamación o la fantasmagoría de una lengua muerta que revive porque se le da la gana.
Lo que hace Ciro Beltrán es nada más ni nada menos que inventarse un diccionario propio donde condensa el relato poético de manera críptica a veces y lúdica e interactiva en otras.

Pero sucede que cuando se escribe algo se debe tener en cuenta con que se escribe y donde se escribe, porque no da lo mismo dejar huellas y menos en la pintura. Finalmente la pintura debe sobrellevar la posibilidad de la conservación como objeto, en el letargo de un museo o en la pared egocéntrica de un coleccionista. La palabra escrita si no se estampa en un soporte es asunto del viento y muchas veces del olvido.
No es casual escribir con pintura sobre una cortina o una alfombra pues ahí se rescatan las palabras dichas, los susurros, el cantito bajo la ducha, el cuerpo de la víctima de un asesino serial que rueda sostenido en una alfombra cual rollo de pergamino.

Los poetas escriben sobre papel, cuadernos de ronéo o sobre hojas de hierba. Usan lápices verdes mientras azota el mar de Isla negra o bien pluma fuentes épicas y románticas y todo este magnífico evento entre la palabra y el aire finalmente debe esperar alguna edición que lo inmortalice pues hay un proceso que el poema no puede resistir y tiene que ver con la develación de la espera.
La pintura no sufre tanto para llegar a ser develada pero si atraviesa la dificultad de la representación interpretada, algo que la palabra sortea con relativa facilidad.

Y entonces resulta que ahí en ese trance en que se supone que las cosas se separan de la realidad es que toma sentido el arte como una acción humana tan concreta y natural como cualquier otra con la enorme ventaja que implica el hacer en la libertad más absoluta lo que al artista se le antoje.

La libertad del viaje dibuja un mapa propio
La libertad de tener una opinión de las cosas dibuja un pensamiento en forma de palabras sobre una pared o una micro, o un tarro de basura en algún barrio de Berlín.
La libertad de expresar el amor puede no tener algo legible porque en su lugar el amor se convierte en colores y formas.
La libertad del indigente que crea nuevas formas de contra cultura en un camino nocturno por las calles del Bronx de la mano de el hijo de un haitiano que duerme en una caja de cartón en el Central Park.
La libertad de estar vivo se encarnará en el ácido ribonucleico trazado sobre una tela de un chileno que pasea con deshechos y alfombras usadas por las calles de Berlín.


La obra de Ciro Beltrán empieza por un largo e infinito poema pintado y vuelto a pintar en un muro en la calle Simón Bolívar y Chile España en la década de los 80, tiempos en que la poesía estaba presa y por tanto debía reformularse en un símbolo que pudiera contener en si mismo la expresión de los deseos en la vía pública y la osadía del reinvento de una nueva sociedad.
El acto de pintar y volver a pintar y volver y volver a pintar el muro es la actitud del cabro porfiado, el estudiante silencioso, inteligente y rebelde de la Chile que nos decía a todos y a todas que con el arte no se juega pues es lo que quedará aquí a pesar de que lleguen los milicos a borrar y borrar y borrar ese muro. La distancia que hay entre el acto poético de pintar mil veces el muro es que el arte está en gestación de memoria permanente y el acto de borrar en estado de muerte terminal.




Este tipo de mensajes hacen al artista de tal manera que se convierten en una línea más o menos recta (o salvajemente sinuosa en el caso de Ciro) que de construye y recompone siempre como un palimpsesto que esconde otros muros de antes que hoy son nuevos muros, alfombras, cortinas, telas de lino tradicional, papeles, cartones después.
Tal vez y sólo tal vez, puesto que esta es una interpretación de un cuerpo de obra magnífico y maduro, es que ahí podamos des entrabar lo sensual de las formas y el color para adentrarnos en la profundidad del poema como poema.
Tal vez recién ahí podamos comprender la obra de arte como Obra de Arte y aprender de ella como una manera desconocida de salto al vacío que nos rescate de ese tedioso arte de hacer de lo mismo de siempre algo que no deja de ser más de lo mismo.

Postdata:
Ciro Beltrán es candidato a Premio nacional de Artes Visuales.
Para algunos es una desfachatez, una locura, una aventura, un impulso hippie y algo travieso, o algo simpático y colérico.
No lo sé, cada cual puede tener una opinión legítima y correctamente argumentada, pero para mí es simbólico porque es un síntoma de cambio de paradigmas.

Tal vez, quienes apoyamos su candidatura, hemos aprendido a leer de la Obra de Ciro Beltrán mucho más de lo que las palabras que conocemos nos podrían decir de ella.




Guillermo Grebe
Elartwriter


       

2 comentarios:

  1. Guillermo, me ha encantado la coneccion que has hecho en la obra de Ciro Beltrán entre la palabra, la poesia y la pintura. Además que me abscribo totalmente al criterio de que los paradigmas en el arte chileno deben comenzar a cambiar.

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