Viene de la mano de Miguel Ángel Huerta un cuento de brujos
y chamanes, diablos que perdieron el poncho, zopilotes, buitres y ranas,
pequeños jugadores de fútbol jugando con serpientes encantadoras y más que otra
figura des figura da que más que temas para pintar o dibujar son un mundo
propio desnudo y abierto, como pocos he tenido la suerte de admirar y conocer
este último tiempo.
Las historias se viene a borbotones desde aquellos cerros de
los domínicos antes de ser un barrio que de tanto jutre y casa blonda terminó
por llevarse al exilio toda esa magia reunida pero no al olvido pues todos esos
imaginarios se vinieron con Miguel Ángel a Til Til, por suerte de quienes
podemos ver su obra.
Ahora gozan la libertad de las manos del niño que escuchaba
cuentos de sus familiares y amigos en aquellos cerros de la zona alta de
Santiago, la llamada cota mil entonces y no hace mucho, era un reducto semi
rural donde co-habitaban los ricos en mansiones de estilo con trabajadores que
tenían casas más sencillas, su huerta y algunos animales. Esos cerros de
Santiago, algo lejos de las luces de neón, llenos de historias y cercanos a las
estrellas eran el espacio natural de lo que Huerta escuchaba y veía en las voces
de sus tíos y de su padre quienes le decían que por ahí cerca había pasado don
sata, o que un tío muy lejano era un brujo de tomo y lomo y luego como buen
niño entre la pelota y los peñascazos, aparecían las culebras, los sapitos
nocturnos, el chuncho (aunque le incomode a él ese termino) con su uu, uu
agazapado en busca de lauchas. La radio transmitiendo al Colo los domingos, el
calor y las lluvias y un fogón para preguntar de nuevo: Papá, es verdad que mi
tío era brujo? Que hacía?
Digo esto porque Miguel Ángel se para desde ahí a trabajar
su arte. Desde el niño que anda con él y no el que ha escondido. El niño que
cabalga con él en algún monstruo juguetón y maravilloso alejado de cualquier
juicio reconocible, si malo o bueno, es lo que es; un pequeño monstruo de
cartón o papel que cabalga con él en la micro o simplemente caminando entre la
feria, la panadería y su casa. El mismo que le hace encontrar esos objetos que
nadie ve y que están guardados sólo para él mientras hace esos trayectos.
La obra de Huerta es única y es poderosa. Pareciera por
momentos que uno está frente a la inocencia silvestre de quien hace por hacer,
pero la intuición toma formas universales sin universo porque nadie las ha
visto jamás antes. Huerta crea, inventa y eso no lo hace un dibujante o pintor,
eso lo hace un generador de universos improbables, personales claramente, pero
no por ello menos importantes que todo lo que ya se haya visto ni conocido. Las
obras de las que hablo están en otra parte, se mueven como las serpientes,
tienen vida, miran, esconden, liberan, embrujan como chamanes enanos, juegan al
trompo y al taca taca se mueven porque la mano que las crea es la de un mago
que hace arte. Cuando digo que se mueven la literalidad se come a si misma; se
mueven, si uno sabe apreciarlas lo verá, estamos frente a obras de arte, no
frente a objetos comunes y corrientes inmóviles y atrapados en el tiempo.
Huerta hace de su trabajo un acto de fe, una especie de
tranvía entre los mundos que lo albergan y se acurruca de manera natural con el
alma silvestre y el amor de un niño dolido que ha sido capaz de jugar con nada.
Ha vivido la pobreza como la viven millones de chilenos y en ella ha inventado
un universo lleno de seres únicos, como avatares de un planeta al que podemos
entrar de manera elegante y sofisticada o jugando una pichanga, nos podríamos
mover de manera geométrica y con las ilusiones intactas.
Conocí a Miguel Ángel Huerta por Facebook y luego nos
tomamos un café que es la manera más afectuosa y verdadera de conocerse por
Facebook. Nos citamos como dos artistas en Santiago que querían conocerse y eso
ya es un punto a favor de romper modelos lógicos de intereses burdos y
mediocres como el interés por un objeto. Yo me encontré con un artista, un
hombre que venía con sus ojos muy abiertos, y una croquera llena de dibujitos
que me confesó nunca ha soltado.
Al cabo de un rato me dí cuenta que estaba en la mejor
exposición del trabajo de un artista; sin galería ni champagne de por medio, ni
prensa, ni desconocidos que te admiran y te aplauden en una inauguración.
Estaba hablando de arte, de infancia, de distancias, de luchas
sociales, de magia, poesía, surrealismo y de historias tan conmovedoras y
entretenidas como el cuaderno de croquis que abría para mostrarme su universo.
Estaba en la línea fina de la congruencia de un discurso
sólido de un artista excepcional. Huerta estaba exponiendo su obra y su vida de
una manera fresca e intensamente honesta como si nos hubiésemos conocido toda
una vida o como si el surrealismo nos convocara para hacerlo pedazos un rato o
quedarnos en él de manera cómoda y sin opciones.
Me dice con mucha sorpresa que su trabajo lo ha llevado a
estar en importantes exposiciones y publicaciones a nivel internacional, que es
permanentemente seducido a participar de agrupaciones que terminan en ismo, que
el arte le ha dado para vivir y que
nunca ha salido de Chile y que es feliz con todo eso.
Que se le enrola al ejercito de los caballeros surrealistas
sudamericanos para abducirlo y llenarlo de estrictos manuales para ser un
excéntrico disparado al subconsciente de los demás, que debe recitar tal o cual
poema suyo en algún encuentro de carácter de logia secreta y exclusiva y que
tal vez, y aquí está el detalle; “tal vez no soy eso, no estoy ahí, yo prefiero
ser un niño que encuentra fantasmas y cosas y las convierto en dibujos. Yo soy
un cabro chico que hace monos, yo trazo un universo antiguo”.
Entonces ahí Miguel Ángel no necesita nada externo a el niño
que cabalga en sus monstruos, eso no lo hace más excéntrico o más o menos
surrealista, eso lo hace un artista exento del objeto, un aprendiz de si mismo
en permanente circulación vital que saca los destellos de las estrellas de sus
cerros de niño y los trae en su cuaderno pero de pronto son botellas, poleras,
cartón piedra, un pedazo de madera, una arpillera pintada en acrílico o una
servilleta.
Usa lápices, pasteles, acrílicos, mucho grafito, y los
amables y rescatados materiales de la escuela experimental de arte donde se
formó.
Busquilla, maestro chasquilla!!
Huerta es un coleccionista que va juntando eventos reales
que agrupa en la memoria, los unifica con los cuentos, las hechicerías, sus
propias emociones de niño asombrado, experiencias de niño pobre viviendo en un
barrio de ricos y un vasto y muy desarrollado conocimiento de nuestras culturas
amerindias que ha cultivado como una religión. Todo este mundo se va llenando
de sus propias imágenes que brotan como flores intuitivas sin descanso, es la
naturaleza que brota del manantial que él mismo ha creado. Esas son sus obras que no caben en un análisis
académico, al menos a mi se me hace injusto, impropio y completamente
desconectado de toda pulsión creativa noble, honesta, concreta y ajustada a encasillar. Para mí la obra de Miguel
Ángel Huerta es la naturaleza de crear un universo paralelo y eso ya lo es
todo.
Voy leyéndolo mientras me habla y lo que sale en este ir y
venir lleno de preguntas en el vacío, preguntas de un artista a otro en aquel
café, respuestas de un artista a otro también que han compartido unos minutos
de belleza en medio del trajín de un mundo que desea explicarse las cosas
cuando en verdad no deben ser explicadas.
Las cosas se hacen;
Se encuentran, se modifican, se recrean.
Todo tiene que ver con lo que nos ha despertado el amor y el
desamor, las luchas, los dolores, las alegrías y nuestro paso en esta tierra.
O simplemente se inventan.
Miguel Ángel Huerta navega con total naturalidad haciendo e
inventando.
Y yo me quedo en el café agradeciendo eso eternamente.
Y su amable confianza.
Ya nuestro mundo se llenó de las cosas que realmente
importan.
Facebook pasó al olvido. No estoy ni ahí con la pantalla, me
quedé en el laberinto mágico de un chamán niño maravilloso que se ha develado
como una orquídea mágica y única.
Guillermo Grebe Larraín
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